| El impredecible futuro que enfrentamos |
| Escrito por Antonio Sánchez García | @sangarccs |
| Miércoles, 09 de Noviembre de 2011 17:16 |
Dicho con la mayor franqueza: jamás estuvimos frente a un futuro más incierto. Si se exceptúa el caso de Cipriano Castro,
jamás estuvimos gobernados por un presidente afectado por tan grave enfermedad y con tan pocas esperanzas de vida. Una situación de imprevisibles consecuencias, dada la inexistencia de normalidad institucional y el proyecto totalitario que se pretende imponernos. La eventual desaparición física de Hugo Chávez no puede ni debe ser enfrentada por una fracción del país: debe ser resuelta de consuno por todas las fuerzas políticas de la Nación. Algo que hoy luce absolutamente imposible. Despertando incluso el fantasma de soluciones de fuerza.La división pareciera, hoy por hoy, insuperable. Más por la aviesa voluntad de dividirnos y disgregarnos, que por la vocación fratricida de los venezolanos. A juzgar por las encuestas, tras trece años de desastres una mitad del país parece feliz del estado en que vivimos. A pesar de ser la víctima propiciatoria de los graves males inducidos por el Poder. En ese hecho asombroso radica la gran contradicción que hoy vivimos: la entusiasta clientela política del chavismo es su principal víctima. Y su carne de cañón. La otra mitad, por ahora a resguardo de la catástrofe dominante y decidida a ponerle fin a esta pesadilla, está literalmente horrorizada. A aquella mitad no le preocupan los síntomas de la grave descomposición a la que hemos llegado: aprueba la gestión del presidente Chávez. Ésta considera que ese mismo presidente es el más ineficiente, corrupto y desastroso gobernante que jamás hayamos sufrido y desearía salir de él cuanto antes y por el medio que esté a su alcance. Son dos Venezuelas encontradas, de las que una está profundamente equivocada: desde cualquiera de ellas, la otra. Lo cual significa que a esta existencial incertidumbre sobre el futuro se suma la existencial diferencia sobre el qué hacer frente al futuro y cómo salir a su encuentro. Por tercera vez Venezuela se encuentra literalmente partida en dos. La primera de ellas, cuando se enfrentaran en una guerra a muerte realistas y republicanos. Muy a grosso modo: de un lado, españoles, canarios y criollos conservadores. Del otro, una rancia aristocracia con deseo de autonomía. No se ha hecho hincapié en un hecho asombroso: de haber existido las encuestas, hubieran demostrado que la aplastante mayoría de quienes habitaban nuestro territorio era realista y estaba feliz de serlo. Deseoso de sacudirse el yugo colonial estaba una ínfima minoría, aristócrata y además favorecida por la Corona. Si Bolívar hubiera obedecido los resultados de una hipotética encuesta, Venezuela seguiría siendo parte del imperio español. Ese hecho explica el encono, la guerra, el matadero y la devastación causada por la decisión de la élite caraqueña de independizarse. La segunda gran conflagración nacional tuvo lugar entre 1859 y 1863, cuando conservadores y liberales se enfrentaran bajo las consignas de federación o centralismo. Consignas que, para el caso, como proclamara con desparpajo el líder de los federales, Antonio Leocadio Guzmán, daban lo mismo. Fueron cuatro años de devastación y desastres, de incendios, muerte y desolación cuyo resultado más inmediato fue terminar por destruir los pocos restos de cultura de esos tres siglos de sociedad colonial que sobreviviera a la magna contienda anterior. Si la guerra de independencia y las catástrofes que la acompañaran – terremoto, peste y hambruna incluidos - provocaron la muerte de un tercio de nuestra población y la ruina generalizada del país, la Guerra Federal provocó más de cien mil muertes, la devastación hasta sus cimientos de varias ciudades y la dislocación del asentamiento poblacional de la joven república. La tercera vez la hemos comenzado a vivir larvada desde hace veinte años y abierta y declaradamente desde hace por lo menos 13 años, cuando se iniciara esta suerte de prolegómeno a una guerra civil de la que no sabemos, ni sabremos posiblemente jamás, las razones profundas y verdaderas que la motivara. Aparentemente, según el discurso dominante, la diferencia entre pobres y ricos. Pero al igual que con la Guerra Federal, más bien parece una merienda de negros contra negros y de blancos contra blancos, convertida por arte de nuestra antropología cultural en una guerra de pobres contra pobres y ricos contra ricos. Pues Chávez, el caudillo de la circunstancia, bien podría citar al padre de Guzmán Blanco y exclamar desde el balcón del pueblo: “dijeron capitalismo y yo dije socialismo. Pero si hubieran dicho socialismo, yo hubiera dicho capitalismo. El objetivo ha sido siempre el mismo: apoderarse del Estado, por gelatinoso e invertebrado fácil presa de aventureros, saquear las arcas fiscales, enriquecer a una nueva oligarquía, doblegar a la oposición, envilecer a los sectores populares y cumplir al pie de la letra la afirmación de Luis Level de Goda (1893): “las revoluciones no han producido en Venezuela sino el caudillismo más vulgar, gobiernos personales y de caciques, grandes desórdenes y desafueros, corrupción, y una larga y horrenda tiranía, la ruina moral del país y la degradación de un gran número de venezolanos” No luchamos contra un mal circunstancial. Luchamos contra un mal inveterado. El mal de la barbarie que jamás pudimos erradicar del todo, a pesar de cincuenta años de esfuerzos sistemáticos. Un mal que hiberna cuando la razón vence a la sinrazón. Pero que no cesa de acecharnos. De allí las inmensas dificultades para enfrentarlo y las fuerzas de que deberemos hacer acopio para vencerlo. Pues no es un mal externo a nosotros mismos: es nuestro propio mal. En las mezquindades de quienes anteponen sus particulares intereses al interés nacional palpita el germen de la disgregación. En la miopía política de quienes confunden los objetivos estratégicos con sus menudas apetencias caudillescas se encarna el virus de la impotencia. Son las claves que atentan contra la unidad profunda y verdadera, que no se encandila con el oropel de lo inmediato sino que apuesta a la grandeza de una nación postergada. Poco será todo lo que se haga para que lleguemos al 12 de febrero sin heridas. Y para que no sea un candidato ni un partido, sino la Venezuela democrática entera, unida como un solo hombre, la que representada en el ungido libre una de sus más importantes y trascendentales batallas: el desplazamiento de la camarilla reinante, la constitución de un gobierno de unidad nacional y la concertación de todas las fuerzas vivas de la Nación para lograr el verdadero objetivo: emanciparnos del mal del caudillismo militarista y de la estatolatría asfixiante que nos oprime. Y abrirnos a la modernidad. Es una maravillosa aventura. Es una cruzada. Es la única respuesta posible al tenebroso futuro que enfrentamos. |
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