Un obrero lee la historia |
Escrito por Dr. Ángel R. Lombardi G. | X: @lombardiboscan |
Jueves, 19 de Octubre de 2023 00:00 |
Los verdaderos héroes de la historia son invisibles, anónimos y silenciosos. Un ama de casa abnegada; un humilde mecánico que hace bien su trabajo y no te roba; un maestro dedicado y respetuoso de sus estudiantes; un padre que no sólo procrea sino que acompaña y ama. "El culto de los héroes siempre ha tenido la negativa consecuencia de hacernos perder la vista todo lo que hay de colectivo y de anónimo en la obra de las grandes personalidades históricas". Arturo Uslar Pietri (1906-2001). La Historia termina siendo el relato de los héroes tal como lo estableció Thomas Carlyle (1795-1881) y no de la gente común como si lo propone Howard Zinn (1922-2010). Para Carlyle los héroes son el martillo de Dios en la tierra mientras que para Zinn una costurera esclavizada en una fábrica trabajando doce horas diarias es la verdadera sal de la Historia. En las historias oficiales, que son a su vez las nacionales y de las patrias, la gente es comparsa de los héroes, de hecho, invisibles. Y las realidades duras y macabras son superpuestas por representaciones simbólicas alusivas a los mitos ejemplares. Estudiar la historia desde el punto de vista del silencio, de las víctimas, de los parias sociales y desde el esfuerzo anónimo de los sin nombre: corre el riesgo de caer en las redes de una filosofía marxista hoy desacreditada por sus propias incoherencias y traiciones en los territorios de la política. Y con ello, desvirtuar su propósito esclarecedor. Los héroes sólo pueden existir al lado de los no héroes. Aunque es imprescindible que los segundos se puedan notar. Bertolt Brecht (1898-1956) tiene un relato/poema que nos asombra porque lo evidente termina no siéndolo. Y descubrimos que la lectura de la historia entre líneas es algo muy sutil y que puede brindarnos una comprensión del pasado mucho más amplia, generosa y plural.
“Preguntas de un Obrero que lee la Historia” (1934) ¿Quién construyó Tebas, la de las siete puertas? En los libros se mencionan los nombres de los reyes. ¿Acaso los reyes acarrearon las piedras? Y Babilonia, tantas veces destruida, ¿Quién la construyó otras tantas? ¿En qué casas de Lima, la resplandeciente de oro, vivían los albañiles? ¿A dónde fueron sus constructores la noche que terminaron la Muralla China? Roma la magna está llena de arcos de triunfo. ¿Quién los construyó? ¿A quiénes vencieron los Césares? Bizancio, tan loada, ¿Acaso sólo tenía palacios para sus habitantes? Hasta en la legendaria Atlántida, la noche que fue devorada por el mar, los que se ahogaban clamaban llamando a sus esclavos. El joven Alejandro conquistó la India. ¿Él solo? César venció a los galos; ¿No lo acompañaba siquiera un cocinero? Felipe de España lloró cuando se hundió su flota, ¿Nadie más lloraría? Federico Segundo venció en la Guerra de los Siete Años, ¿Quién más venció? Cada página una victoria ¿Quién guisó el banquete del triunfo? Cada década un gran personaje. ¿Quién pagaba los gastos? A tantas historias, tantas preguntas.
Jorge Luis Borges (1899-1986) en las antípodas del pensamiento justiciero marxista, en su variante más sincera, es otro pensador de dimensión mundial que acude al expediente secreto y controvertido de esas personas, que se ignoran, aunque estén salvando el mundo. Lo hace en un bello poema de sentencias que tituló: “Los Justos” (1981)
“Los Justos” Un hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire. El que agradece que en la tierra haya música. El que descubre con placer una etimología. Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez. El ceramista que premedita un color y una forma. El tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada. Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto. El que acaricia a un animal dormido. El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho. EI que agradece que en la tierra haya Stevenson. El que prefiere que los otros tengan razón. Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.
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