El tesoro enterrado de Juan Vicente Gómez |
Escrito por Luis Perozo Padua | X: @LuisPerozoPadua |
Domingo, 19 de Febrero de 2023 01:24 |
El coronel Eloy el indio Tarazona, fue apresado el 15 de diciembre de 1935, por el propio jefe del Estado Mayor, Eleazar López Contreras, por recomendación de Eustoquio Gómez, acusándolo de conspiración al organizar y participar en un supuesto complot para tomar el poder inmediatamente después del fallecimiento del presidente Juan Vicente Gómez. El indio Tarazona, de origen colombiano, bajo de estatura, de tez morena y ojos achinados, fue por muchos años el edecán y jefe de seguridad del presidente y quizá el hombre más temido durante la férrea dictadura de Gómez. Confinado en la cárcel pública de la ciudad, con asiento en la calle Bolívar, tras surgir en su contra numerosas demandas civiles y penales que pusieron en evidencia la tupida red de impunidad que gozó durante el mandato del Benemérito, el indio Tarazona llegó a ser un rico propietario de la región, con posesiones agropecuarias, numerosos inmuebles y prestamista de gran dimensión. Muertos Juan Vicente Gómez (1935) y su primo Eustoquio Gómez, en abril de 1936, el indio fue expatriado a Colombia (norte de Santander) en donde vivió hasta los años cincuenta, que es cuando vuelve a Venezuela durante el mandato de Marcos Pérez Jiménez, persuadido de obtener garantías y ejercer recursos para rescatar su patrimonio expropiado. A su arribo a San Cristóbal, estado Táchira, Tarazona se encargó de despertar la divulgada leyenda del tesoro enterrado de Juan Vicente Gómez, convencido que con el valioso asunto, atraería la simpatía de Pérez Jiménez, quien inmediatamente ordenó la detención y el encierro del esbirro de Gómez, acusándolo de desapariciones forzadas y asesinatos extrajudiciales. Qué rezaba la leyenda Según la leyenda, poco antes de la muerte del Benemérito, este le ordenó a Tarazona que escondiera un lote considerable de barras de oro sólido, cuantiosas esmeraldas provenientes de Muzo, Colombia; brillantes, perlas de Margarita; bolsas de morocotas y pachanos, que según Tarazona sumaban más de 20 millones de bolívares, sin duda una caudalosa fortuna personal. El indio Tarazona siguió obediente las instrucciones de Gómez y enterró todos los objetos en ocho baúles de madera forrados en metal inoxidable en un lugar desconocido. Se dice que días antes de la muerte de Gómez, Tarazona fue aprehendido para que revelara la ubicación del valioso tesoro, pero no lograron el cometido. A partir de entonces, empezó a correr en Venezuela la leyenda del caudaloso tesoro escondido del Benemérito presidente, lo que generó que se iniciaran exhaustivas labores de búsqueda y pesquisa en sus propiedades y zonas aledañas que abarcaron los estados Aragua, Carabobo, Guárico, llegando las excavaciones hasta el apacible balneario de Macuto. Según esta leyenda -que el propio Tarazona se encargó de robustecer desde el exilio-, el cuantioso tesoro fue enterrado, a mitad de la noche, al pie de un robusto roble. Luego Tarazona hizo matar a los siete soldados que le ayudaron a sepultar el cotizado tesoro. Fue hipnotizado Cuando el español José Mir Rocafort, conocido como Fassman, quien en los años cuarenta llenó los teatros de Buenos Aires, La Habana, Bogotá y Caracas, con sus dotes de mago, hipnotizador, mentalista, ilusionista, adivino y médium, terminaba su aplaudida función en el colmado Teatro Nacional, divisó más allá del escenario a dos personajes poco convencionales: uno era el comandante Carlos Pulido Barreto, director de Armamento del régimen de Pérez Jiménez; el otro, Fortunato Herrera, mejor conocido como «el platinado», a quien se identificaba como hombre de confianza y testaferro del dictador. Al terminar la función, los dos altos personajes esperaron al mago dentro del camerino y le ordenaron -tras mostrarle un maletín repleto de billetes-, que realizara un trabajo clasificado para el gobierno de Venezuela, que no era otro que influir con sus hazañas parasicológicas para conseguir una confesión. Estando el indio Tarazona recluido en la cárcel del Cerro de Obispos, en donde soportaba indescriptibles torturas con el propósito que revelara la ubicación del tesoro de Gómez, recibió en su celda al mago español. En medio de la sesión de hipnosis, Tarazona comenzó a temblar incontrolablemente confesando que el espíritu del general Gómez le impedía revelar el lugar donde estaba oculto el tesoro. Fassman abandonó la sesión tras observar la vehemencia con la cual Tarazona actuaba, comprendiendo que el indio solo se burlaba del método utilizado. Indignado tomó sus pertenencias y pidió a viva voz que lo sacaran de ese “antro”. A los pocos meses, el 28 de octubre de 1953, entre quejidos de su infortunio, Eloy Tarazona falleció de inanición llevándose a la tumba el secreto del enigma del tesoro enterrado del general Juan Vicente Gómez. Lo mismo ocurrió con el lugar de inhumación de su cuerpo, pues no quedó registro alguno.
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