Los chinos de mi infancia
Escrito por Rodolfo Izaguirre   
Domingo, 07 de Septiembre de 2025 01:50

alt"¡Mira, chino marico, dáme un quesi!lo!", pide con voz  de mando el malcarado sujeto que acaba de entrar al café de los chinos en la Cochera,

la esquina de mi casa y el chino de manera, absurda repite lo que oye porque acaba de llegar al país clandestinamente y está aprendiendo, sobre la marcha, el limitado lenguaje del lugar de trabajo que le tocó en suerte

Me costó entender el mecanismo de integración del chino del botiquín porque yo era muy niño y resultaba infrecuente ver el  entierro de un chino o leer en el periódico que un automóvil o un camón atropellara a un chino en plena calle. Mientras fui niño, los chinos en Caracas eran seres casi invisibles, no se mezclaban con nadie, vivían aislados. Se decía que al morir uno entraba otro al país; parecían iguales físicamente y se hacía difícil distinguirlos no siendo nosotros chinos. 

Sufrieron mucho porque la Ley de Inmigración y Colonización de 1912, por ejemplo, establecía que no serían aceptados como inmigrantes “individuos que no sean de raza europea” y la de 1918 indicaba que “no tenían derecho los individuos que no sean de raza europea o insulares de raza amarilla del hemisferio norte”´

Juan Vicente Gómez les tenía fobia porque consideraba que fumaban opio y resultaba peligroso su contacto. Las leyes no los consideraban como inmigrantes sino “personas que no eran de raza blanca”. ¡Era una actitud abierta y descaradamente racista! ¡Ya éramos una vergüenza!

También Eleazar López Contreras restringió la entrada de chinos al país y Camejo Yánez, citado por Rosaura Ochoa en su libro sobre Migración de Chinos (2023), dice que la persecución contra los chinos se hizo más fuerte ante el incumplimiento de las leyes migratorias y se ordenó el encarcelamiento o deportación de varias decenas de chinos. 

Medina Angarita estableció en 1943 las relaciones diplomática con China, todo se normalizó y la colonia china prosperó hasta el sol de hoy.

Con el petróleo llegó buena luz eléctrica y lavadoras y la lavandería china que se afirmaba como actividad  destacada languideció y en su lugar proliferaron los botiquines de chinos, su café, su dulce de higos y luego las tiendas y supermercados.

Pero fue en el botiquín chino de la esquina de la Cochera en la parroquia de San Juan, al final de la calle que me vio nacer cuando comencé a darme cuenta que el chinito repetía como un loro lo que se le pedía. 

¡Acababa de entrar al país clandestinamente!

Las lavanderías eran lugares oscuros y misteriosos, en ellas dominaba el silencio, alisaban las camisas  con planchas de carbón y quedaban increíblemente pulcras. Impusieron en su nuevo y torcido idioma una frase de advertencia: “Si no hay rial, no hay lopa” y otra, muchos años más tarde cuando eran dueños o trabajadores en las fruterías” “Si toca, compra” refiriéndose a la tendencia del comprador de tocar para constatar que la fruta está madura.

Al parecer, el líder chino Mao Tse Tung se aburría en las largas e interminables reuniones políticas a las que se veía obligado a presidir y acostumbraba escribir breves textos que con razón o sin ella consideraba profundos o intensamente filosóficos, pero no obstante tiraba al cesto. Al finalizar la reunión se levantaba y abandonaba el recinto. Entonces, algunos de sus fanáticos seguidores se abalanzaban y recogían con veneración los frutos del  aburrimiento: frases sueltas, ideas, breves poemas . En la Revista Sardio, del Grupo literario homónimo se me ocurrió publicar uno de esos poemas, pero traducidos del francés, lo que no dejaba de ser una soberana idiotez. Entonces inventé una brevísima nota aclaratoria: “Estos poemas, traducidos del francés, fueron cotejados con su original chino gracias a la colaboración del señor Luis Chang”.

Durante mi presencia en la Cinemateca Nacional obtenía de la Embajada China películas para sostener y enriquecer la programación. Se trataba de films subtitulados de encendido ardor patriótico propios de la ideología comunista, flamantes banderas y heroicidades. Para garantizar una audiencia estimable visitaba las asociaciones chinas que se activaban en Caracas e invitaba a las proyecciones. La sala de la Cinemateca se llenaba de un público exclusivamente chino porque los venezolanos no se sentían inclinados a ver aquellas películas maoistas.

 En ellas solía aparecer el retrato de Mao y entonces se escuchaba en la oscuridad de la sala estruendosos aplausos. Le pregunté a uno de los principales miembros del club o asociación china por qué aplaudían siendo muchos de ellos venezolanos y tan lejos de la China maoísta y me respondió diciendo que se trataba de gente recelosa y desconfiada que no sabía a qué trampa se estaba exponiendo.

Nunca imaginó el chinito del botiquín de la esquina de la Cochera, yo tampoco, que China iba a convertirse, pasados los años, en el país mas poderoso del mundo.    

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