Rebelión (1957) |
Escrito por Ángel Rafael Lombardi Boscán | X: @lombardiboscan |
Jueves, 28 de Agosto de 2025 05:54 |
さしむかふ心は清き水かゞみ Mi corazón es puro cuando enfrento mi reflejo en el agua. Hijikata Toshizō (土方 歳三; 31 de mayo de 1835 – 20 de junio de 1869)
¿Amores buenos? Desde Adán y Eva va la cosa. Mark Twain tiene una hipótesis maravillosa sobre la pareja más famosa de la Historia. En su: “El Diario de Adán y Eva” (1906) nos comenta como esas dos soledades se encontraron y se amaron; se desencontraron y riñeron. Los Samuráis también quieren ser queridos y querer bien. El protagonista de “Rebelión”, otra de las grandes películas de Masaki Kobayashi, es un hombre desencantado por una existencia gris. A punto de jubilarse, le pesan como un fardo de plomo, los rituales y deberes ante la jerarquía superior. Profesa el arte marcial y no tiene rivales. Aunque en tiempos de paz es un guerrero inútil. Un adorno social cuyo prestigio se va volviendo color cetrino. Sirve a un Jefe de Clan nada glorioso y sí muy mezquino. Un burócrata envalentonado por qué nació con suerte y dinero. Nuestro protagonista no envidia, solo obedece. Es una llama apagada. La casta samurái del Periodo Edo (1603-1868) en qué transcurre "Rebelión" comprendió que sus buenos tiempos pasaron. La vida privada y familiar en ese entonces, como en todas las épocas, era un microcosmo regido por las convenciones sociales y la dictadura de una tradición hermética. Los casamientos eran arreglados. El amor entre los contrayentes algo superfluo, irrelevante. Nuestro protagonista adora a su familia. Muy especialmente a sus dos hijos. Su esposa es una arpía vestida de egolatría. Por ello cuando el primogénito tuvo la suerte inesperada de una esposa amable: el hogar se llenó de vida. La mujer en el Japón de ese entonces, como en todas las mismas épocas, fue una víctima de los hombres. Sumisas y obedientes. Serviles y silenciosas. Su rol principal: procrear y ser los juguetes eróticos de sus "machos". El romanticismo medieval europeo con el caballero Amadís de Gaula y la princesa Oriana de Gran Bretaña no creo que tenga su réplica en Japón. La joven pareja, además, tiene una hermosa bebé. Todo va bien. Hasta que una orden superior del Jefe del Clan acaba con la felicidad doméstica. Ya sabemos que el Poder en su esencia es bruto. Y miserable. Cuando sus ocupantes son nefastos, corruptos y de la peor calaña. El revuelo es oceánico. Y existencial. Un terremoto de emociones pone a ésta familia en la ruta de la zozobra. La película “Rebelión” de Kobayashi se vuelve retadora. Establece un duelo entre la obediencia ciega a la autoridad y la libertad individual. Muy moderno esto en realidad para un Japón comunitario y absolutista bajo el predominio de los Señores de la Guerra, un reflejo espejo del caudillismo tosco latinoamericano. Atreverse a cuestionar el "orden" implica muchas cosas: ser visto cómo raro, como un hippie que incordia las “buenas costumbres”; o correr el riesgo del aniquilamiento. La mayoría se pliega, ya sea por temor a lo distinto y por comodidad de la costumbre. Otros, con los pies en la tierra, van navegando la tormenta con sabiduría y tacto. Hay una tesis sobrecogedora que subyace en “Rebelión”: todo el militarismo japonés que llevó a esa sociedad a ser destruida e invadida por los estadounidenses en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) se coció a fuego lento alrededor del imaginario Samurái y la filosofía Bushido. La mitología del Samurái siempre estuvo al servicio del Poder y sus ocupantes. Y esa marcialidad, decorosa y disciplinada, escondía grandes contradicciones que pagaban muy caro básicamente los vasallos. Que es el caso de nuestro protagonista: Isaburo Sasahara, muy bien interpretado por el legendario Toshiro Mifune. En "Rebelión" hay un acto de liberación supremo. Las víctimas, en éste caso, no acatan "lo que más les conviene" de acuerdo a la orden superior. Retan al Poder. Retan a sus propios parientes alineados al temor de no seguir encajando, aunque ello sea dentro del eslabón más débil, de la cadena social. Y se saben perdidos. Aunque plenos y coherentes. Es un sacrificio pactado en defensa del amor y la libertad individual. La desestabilización total del orden. El samurái rebelde devino en Quijote. Su locura fue sentirse vivo por primera vez en su muy larga vida. Cómo antihéroe solitario su destino se lo juega sin ninguna posibilidad de ganar. Aunque redescubriendo su verdadera esencia como una persona que fue capaz de hacer unir el pensamiento y la acción. La idea romántica nutre nuestros sueños y compensa las frustraciones de vidas enlodadas. El cine es un gran compensador también. Las multitudes nos acercamos a la pantalla oscura para atrapar el amor que nos fue esquivo, la riqueza que nos rehúye como la gente al leproso, la alegría de una risa sin temor a lo que los otros piensen de nosotros; e identificarnos con el acto valiente que nuestras vidas anodinas impiden. "Rebelión", desde la posición del artista, es un acto de reafirmación humana, aunque ello implique perderlo todo. También está presente la mujer irredenta que deviene en heroína inesperada. Cansada de las humillaciones y desprecios antepone su integridad. Sabe bien que su insumisión no le va a salvar. Es trágica. Aunque es una decisión firme y limpia. Una película japonesa sobre samuráis si carece del gran duelo final pierde su esencia. Y el que Kobayashi nos ofrece es épico. Además, ahí se definen dos maneras de entender la vida. “Isaburo ha decidido que su honor reside en defender a su familia y su propia conciencia. Su acto de desobediencia lo convierte en un enemigo del clan, un "samurái renegado". Tango, por el contrario, ha dedicado su vida a la lealtad absoluta hacia su señor y el clan. Para él, el honor está en obedecer, sin cuestionar, el sistema al que sirve”. ¿Quién tiene la razón? Los dos pueden ser justificados. Aunque la posición del director sea la de ponerse del lado de la desmitificación de los códigos muy ortodoxos del Bushido. Mientras Isaburo, rompe las reglas por un acto de conciencia liberador, su antagonista, no se cuestiona la moralidad de las órdenes y las acata.
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