El título en altas, “EL DICTADOR”, sobre la oscura ilustración "Bolívar en llamas" de Anita Pantin, entrega un Bolívar gótico, con un antifaz que le distorsiona la mirada y la cabellera encendida por un fuego multicolor.
Parece más la carátula de un disco de metal progresivo que una obra que “bordea la novela histórica”. Y es que no he indicado que intento reseñar el último artefacto literario de Ednodio Quintero (Las Mesitas, estado Trujillo). No, no es un capricho denominarlo así, ya que artefacto deriva, me informa Gemini, de la expresión latina "arte factum", que significa literalmente "hecho con arte" o "hecho con destreza". Arte y destreza para transportarnos a la revuelta y festiva cotidianidad de 1813, y acompañar a un seminarista merideño, Montilla, en sus andanzas de 25 días (22-05-1813 al 15-06-1813) bajo el influjo magnético de Simón Bolívar, de paso por Mérida, en su tránsito hacia la ciudad de Trujillo, donde le dictaría la segunda versión del “Decreto de Guerra a Muerte”.
Uno piensa en un autor como Ednodio Quintero y le vienen a la cabeza docenas de cuentos. Es un narrador nato, pero también lo asociamos a las biografías de autores japoneses que publicó en bid&co en 2014.
Apenas leí la contraportada de “EL DICTADOR” (me cuesta escribirlo, pues detesto la escritura en mayúsculas, manía que se potencia con mi aversión a todo lo que busque “rescatar” y no a patear el potaje de historia patria que, por décadas, nos obligaron a consumir en las escuelas y liceos. Y su versión nauseabunda de estos lustros del siglo XXI), que indica: “bordea la novela histórica contaminada con la ficción…” pensé en Ramón J. Velásquez conversando con Juan Vicente Gómez o en los puestos de observación levantados por Francisco Herrera Luque en torno a Piar, Boves o alguno de “Los cuatro reyes de la baraja”. Te indico, improbable lector de esta reseña, que esa expectativa no será atendida por el autor. Si te empecinas en seguir por ahí, anotando al margen, pegando banderitas de colores para verificar datos o cuestionar el lenguaje en el cual fluye la conciencia del "pichón de cura", que bajó del páramo de Cabimbú en 1807, sus sueños eróticos, incluso con su hermana menor o su idealización apolínea-dionisíaca de Jesús Ramírez, su compañero seminarista (imposible no asociarla a la de José Gregorio, hoy Santo, en sus cartas apasionadas a Santos A. Dominici, recopiladas por Carlos Ortiz) vas a llegar a una calle ciega.
Así, que esta breve nota sea para darte una ruta lectora y no para contarte la novela o exhibir los trofeos de mi pesca de citas, que no son pocas. La intención es sugerirte que te desprendas de los prejuicios aprendidos, cupones de descuentos por segundas lecturas del género “Novela Histórica” y te prepares para un viaje hacia la mente moderna de un chamo intenso o un emo (abreviatura de Emotional ) del siglo XIX. Serán poco más de tres semanas en la psiquis absorbente, escurridiza, aferrada a sus lecturas (Marco Aurelio y sus Meditaciones, Montaigne, Las confesiones de San Agustín, Heráclito) y dudas metódicas de un joven que le toca vivir la experiencia de su vida: ser el amanuense de Simón Bolívar, decirle: “Usted es quien dicta. Usted es el Dictador”. La figura de Bolívar y los ejércitos que lo acompañan son el anclaje a tierra de una mente que evoca, añora, divaga y desea. La Historia (le leída, madurada, contrastada, asimilada y esparcida por el novelista) se abre paso por las rendijas del monólogo interior posadolescente, y ambos relatos emergen como una experiencia de lectura que se agradece, donde la destreza y el arte del autor nos ubican en una guerra civil (que aún nos obligan a rotular como “de independencia”), fratricida, y nos susurra y confronta con todos los mitos que la mentada historia patria nos injertó en la conciencia, pero lo hace con una levedad tan elegante, que se nos van las páginas degustando, junto a Bolívar y sus oficiales, mesas servidas con “arepas, queso ahumado envuelto en frailejones, natilla, espumosas jarras de leche recién ordeñada, muslos asados de pollo, huevos estrellados, jugo de naranja, frutas de la región como curubas, parchitas y moras bañadas con un melao de papelón, que es una panela de azúcar morena producida en los ingenios de Ejido…”.
La cotidianidad de los habitantes de Santiago de Los Caballeros de Mérida, pasará del carnaval a la resaca del día después producida por la llegada de El Libertador, pero encontrará nuevamente su “aurea mediocritas, volverá a sus hábitos naturales caracterizados por la molicie, la calma y cierta indolencia propia de los montañeses”.
Así, esta historia fluye con suavidad desde diversos parajes en los páramos interiores del narrador y en los exteriores, que conforman la impresionante geografía de los andes venezolanos, retratados por el novelista con criterio de topógrafo, aunque a ratos diserta, con Montilla, "el cazador de palabras", sobre la guerra, la amistad, la muerte, la esperanza, la memoria.
“Cuando visité a mi padre por última vez a mediados del año pasado lo encontré muy preocupado por el rumbo que estaba tomando la guerra de independencia. La guerra a secas, dijo, pues al final cuando el conflicto se haya resuelto ya que ningún combate se puede prolongar hasta la eternidad, sin importar cuál de los bandos resulte vencedor, nada habrá cambiado. Aquí en estos páramos severos todo seguirá igual. Levantarse muy temprano, trabajar de sol a sol. Nadie vendrá a socorrer nuestras más apremiantes necesidades. La guerra, hijo mío, es la peor de las desgracias. Peor incluso que la peste. Pues la peste, a pesar de sus efectos devastadores, cumple un ciclo, y se retira al igual que una bestia que se harta luego de una carnicería. La guerra en cambio nunca se sacia, nadie sabe cuándo acabará”.

Un tiraje modesto, 200 ejemplares, para una primera edición por abediciones , que cede sus beneficios al programa de becas de la UCAB (le doy las gracias a Ednodio, pues fui becario de esa universidad). Son 290 páginas bifurcadas en 26 capítulos, si dividen, ahí está el cuentista, incluso si se detienen y releen el último, “El momento de la sensación verdadera”, notarán que está escrito con la intensidad resolutiva de un buen relato, lo cual le hará fácil el trabajo a los antologistas del siglo XXII, pues es fácil predecir que esta obra se continuará leyendo más allá de este último traspiés revolucionario, bajo nuevas miradas, nuevas concepciones de lo heroico y probables altares panteístas.
@ivanxcaracas en Redes Sociales | Fotografía de la obra por Yoselin Fagundez.
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