La relojería: una escuela de vida
Escrito por Antonio José Monagas | X: @ajmonagas   
Sábado, 14 de Septiembre de 2024 00:00

alt¿Cuánto puede hablarse de educación? Ni siquiera el resumen más apretado, sería suficiente

para referir el universo que comprenden sus implicaciones. Sin embargo, esta disertación buscará hurgar algunos matices del vasto mundo de la educación y la pedagogía. 

Sobre todo, para entender la historia de vida de un educador cultivado entre las conformidades de las montañas merideñas. Aun cuando -infortunadamente- desprovisto del conocimiento de la teoría educacional. No obstante, a este preocupado cultivador de vida, no le faltó el criterio pedagógico para educar a su hijo menor al amparo de lo que la vida le prodigó. No sólo como padre ansioso por la formación que debía brindar a su descendencia. Sino también, como maestro de la moralidad cuyo valor fue siempre su blasón de campaña.

 

La pedagogía como valor educativo

Para completar la historia que a continuación se despliega, no podría dejar de exaltarse la pedagogía como praxis. Particularmente, dada su esencia liberadora de ataduras que someten la conciencia a la oscuridad. O como bien es comprendida la pedagogía. Ciencia y arte mediante la cual se educa al ser humano. Es la pedagogía, entendida como un profuso derroche de humanidad, bondad y solidaridad. 

Así es la pedagogía de la afectividad, la felicidad y del juego. Su cimiento es el amor. El amor entendido como virtud plena del humanismo. Además, como razón necesaria para contribuir al desarrollo integral de la persona. Porque precisamente, es el espacio de vida desde el cual se fortalecen los procesos humanizadores y se potencian los efectos sistémicos transformadores de la persona. 

 

Una historia de vida

Así percibió Don José Albino Calderón Quintero, la pedagogía de la vida de la cual se valió para educar a su menor hijo, Lenín Antonio Calderón Anaya. Y lo hizo, al calor de su profesión como relojero. Don José Albino, merideño formado para el duro discurrir de la vida, fue hombre formado por padres de manos callosas y curtidas por el recio frio cordillerano. 

Don José Albino y su esposa, Rita Yolanda Anaya, en principio labradores de amarillosas praderas que, en su naturaleza, eran faldas tapizadas de trigales y tubérculos de surcada y rubicunda concha, fueron los orgullosos progenitores de Lenín Antonio, el heredero del conocimiento que, de adulto, siguió el ejemplo de la vida de su padre. Aunque la pareja de Don José Albino y Doña Rita Yolanda, formalizaron una sólida y unida familia que vio ensancharse con el nacimiento de José Albino, Evelín, Dora, Carmen Aida y Yolanda. 

Don José Albino, pudo brindarle a su hijo Lenín Antonio una educación que modeló a través de continuas lecciones de vida ordenadas al arrimo de escogidas técnicas de la relojería. Pero auxiliadas por criterios que supo abstraer de la primigenia esencia de la pedagogía que le inspiró su motivación de padre-maestro y amigo. 

Ello aconteció en una ciudad de encantos naturales y exquisita educación, cuya hora-guía era trazada y expuesta por las agujas del reloj de la Catedral de la Mérida. De la Mérida “de las Cinco Águilas Blancas”, a decir del reconocido escritor y Dr. en Ciencias Políticas, egresado de la Universidad de Los Andes, Don Tulio Febres Cordero.

Esa fue la escuela en la que se formó Lenín Antonio quien de la mano de su padre-pedagogo, concienció el significado del tiempo. No sólo mediante el reconocimiento de los elementos mecánicos (ejes, coronas, aros, engranajes, retículas, entre otros) y dispositivos electrónicos que, en una exacta sincronía, marcaban el ritmo y curso de los lapsos de vida cronológica de los merideños. También, del valor que, lo cognitivo, lo afectivo y existencial, implicaba en medio del aprendizaje que recibió Lenín Antonio Calderón Anaya sobre lo que significaba el mantenimiento y corrección de la medida del tiempo. Siempre, de la mano, alma y corazón de su padre.

 

A manera de cierre

Finalmente cabe ilustrar de esta menuda historia de vida, el hecho de cómo la metodología de una pedagogía merideña sutilmente le imprimió Don José Albino Calderón Quintero, se convirtió en el instrumento práctico para enseñarle mediante el juego, las técnicas de relojería a su hijo Lenín Antonio. Todo lo consiguió, al fragor  de la formación hogareña dirigida hacia su hijo. Siempre apegada a valores de ciudadanía, educación y venezolanidad. Diseñada ingenuamente, desde su condición de pedagogo autodidacta. 

Don José Albino, sin el conocimiento preciso de cuanto exige la pedagogía como soporte de la ciencia de la educación, logró confeccionar un modelo educativo del juego. Pero del juego apuntalado en la más pura ingenuidad, desplegada desde la noción de la pedagogía del amor. 

Así fue haciéndolo a diario. Invitaba al muchacho a jugar no sólo a partir de las técnicas más sencillas de la relojería. Igualmente, del orden que significaba estructurar la dinámica y operatividad de un reloj. La formación del educando la sustentó sobre rasgos que suscriben la pedagogía del amor. Incluyendo explicaciones referentes a razones que motivaran el interés del niño. 

De esa manera, las enseñanzas dirigidas al escolar asintieron la felicidad y la fraternidad como elementos del juego que destacaba el modelo pedagógico que condujo la labor educadora de Don José Albino. Así le adelantó el legado que heredaría en valores representados por el propio conocimiento, dedicación al trabajo, civismo y responsabilidad social y personal. Todo ello permitió inculcarle al pequeño hijo-alumno, Lenín Antonio Calderón Anaya, la importancia y significación de apreciar, sentir y hacer de la relojería: una escuela de vida.

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