Dicen que el empresario Piñera, nuevo Presidente de Chile,  seguirá el mismo esquema económico de Alwyn, Frei, Lagos y Bachellet, los presidentes que gobernaron durante las últimas dos décadas. 

Se trata,  señalan, del modelo implantado  por Pinochet, el cual ha significado crecimiento constante, aumento de las exportaciones, baja inflación, disminución  notable de la deuda externa y paremos de contar, gracias a un manejo macro económico intachable, pero envuelto - fue el toque puesto por la izquierda  - en polítcas sociales muy efectivas, que lograron reducir la pobreza de manera espectacular.  

Al lado de lo anterior, se afirma, sin embargo, que luego veinte años de administración izquierdista,  Chile es uno de los países más desiguales de América Latina (la región más inequitativa del planeta), la educación no se ha democratizado (los pobres reciben una enseñanza ostensiblemente peor que los ricos), la estructura fiscal es regresiva, las leyes laborales son demasiado flexibles, las tasas de sindicalización bajísimas, los salarios, si bien han subido, siguen siendo muy bajos y los servicios públicos  muy caros, mientras la ecología es una materia en donde Bachellet y compañía sacan muy mala nota y, de acuerdo a estudios recientes, el llamado índice de felicidad se encuentra entre los más precarios del el continente.

II.
Es que durante este tiempo no se tocó la médula del sistema capitalista, han señalado muchos críticos de la Concertación, apenas se intentó, argumentan, ponerle “rostro humano” a la economía a través de medidas que buscaban controlar las desmesuras del mercado, inspiradas en estrategias compatibles con los cánones de la globalización, sin plantear ninguna reformulación a fondo del modelo social. No pareciera, entonces, haber sido una izquierda capaz de responder a los retos del siglo XXI como tampoco lo ha hecho, desde luego, la izquierda que trata de florecer por estos lares bolivarianos, una mezcla ideológica que ha resultado  intragable e inoperante.

En términos generales, pareciera que la izquierda, y no me refiero sólo la latinoamericana, se encuentra en déficit con la época. A pesar de que por  los lados de la ecología suenan los ruidos – y no son los únicos -  de una crisis civilizatoria, desde esta vertiente de la política no se encuentra una opción encare el desafío.  ¿Sera que Fukuyama  tiene razón al señalar que la historia no sugiere otro molde?.  Ojala no, dice uno

HARINA DE OTRO COSTAL
Luego de la injusta, indebida, inmerecida, improcedente, inconveniente e impropia eliminación de los Tiburones de La Guaira, equipo del cual soy feligrés desde toda mi eternidad beisbolera, me he desentendido por completo del campeonato.  Supe quien resultó campeón por lo que me contaban los amigos, tras una final en la que, dicho sea de paso, los equipos llegaron diezmados como consecuencia de las imposiciones de los clubes norteamericanos - en los que juegan casi todos nuestros peloteros- , una veta del imperialismo que, cosa rara, no ha sido considerada por nuestro Picher Presidente.  Observo ahora  la Serie del Caribe,  sólo por encimita, apenas con una ligera curiosidad, desoyendo el llamado patriótico a apoyar al ganador dado que, según se alega, ahora nos representa a todos, como si fuera la selección nacional.  Es éste un gesto antipático, el cual, lo digo a guisa de excusa, me viene de mi chip futbolero, ese mismo que explica, por ejemplo, por que los aficionados del Deportivo Táchira le dan la espalda al Caracas cuando sale de aventura por la Copa Libertadores o, yendo a otras latitudes, los del Boca no hinchan por el River en las competencias internacionales, ni los del Guadalajara por el América, ni los del Manchester por el Liverpool ni, por citar solo otro caso entre decenas, los del Barca por el Real Madrid.

Pero, como indican los libros de auto ayuda, cualquier desgracia tiene su lado bueno.  Por consejo de mi psiquiatra, especialista en el trato de escualos deprimidos, he dedicado el tiempo que me ha dejado libre el beisbol a descubrir las emociones ocultas en  el golf por televisión, algo que ni siquiera me sospechaba a pesar de mi admiración por el Tiger Woods, en estos últimos tiempos hipócritamente masacrado por la moral pública.  

El Nacional / OyN