Resentidos
Escrito por Ramón Hernández (El Nacional)   
Sábado, 01 de Agosto de 2009 06:11

altEl  golf siempre ha sido para mí un deporte lejano. Apenas conozco a dos o tres personas que lo jueguen y sepan para qué se usa cada uno de los palos. Sin embargo, me gustan los campos de golf, al natural y en fotografías. Sin entender lo que ocurre, he pasado tardes enteras frente al televisor viendo una partida de golf. Que se cuide un pedazo de naturaleza de esa manera es algo que se agradece, a pesar de que objete la armonía excesiva y artificiosa entre los verdes de la grama y el de los árboles, la trampa de arena y la laguna de tantos imponderables con el trozo de mar que se ve a los lejos.

Pero lo que más admiro es la permanencia: que siempre la grama esté tierna y bien podada y los arboles cuidados y sanos, sin guatepajarito, consecuencia del trabajo de la gente, no como un regalo de la Providencia.

Nunca se me ha ocurrido traspasar los límites de un campo de golf. Creo que tampoco lo haré. Mi máximo acercamiento ha sido manosear y sentir el peso de un bastón en alguna tienda especializada en artículos deportivos, en las que me he asombrado de cuán caras son las busacas para cargarlos.

Hasta ahí. Así como no me he imaginado la posibilidad de llevar un mantel para almorzar con los amigos y compartir una botella de vino, tampoco he pensado en esos terrenos como lugares en los que se deba construir edificios de apartamentos o parques temáticos, mucho menos un cuartel o un destacamento policial. Sería simple afán de destruir, resentimiento, estupidez, pero sobre todo ganas de joder al prójimo y a uno mismo.

La violencia en los barrios y en las urbanizaciones sería casi inexistente si en los cerros en lugar de escuetas canchas de básquet sin luminarias hubiese plácidos y gratuitos campos de golf. No porque este deporte tenga un efecto directo en la conducta de los que lo jiegan, sino porque implicaría que en la sociedad se impuso el respeto a la dignidad humana y al medio ambiente.

Si en la urbanización 23 de Enero, por ejemplo, se hubiese proyectado desde el principio un campo de golf, sus bloques no serían gavetas para meter pobres, sino casas acogedoras como las que se construyeron en Casalta, que para ser perfectas sólo les faltó, precisamente, el campo de golf, la gran biblioteca y la concha acústica. Habría muchos como Gustavo Dudamel, Andrés Galarraga, Rómulo Gallegos y Humberto Fernández Morán, y menos militares que destruyan campos de golf y ordenen convertir los libros en pasta de papel porque les da la gana. Remato boina roja, uf.


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