| Polarización: algunos apuntes |
| Escrito por Mibelis Acevedo D. | X: @Mibelis |
| Martes, 04 de Noviembre de 2025 00:00 |
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partidista y/o afectiva. Hablamos de esa disonancia que dificulta la colaboración, la formación de posturas moderadas, la toma de decisiones consensuadas en la comunidad política. De esa división del espacio público en bloques de opinión irreconciliables: “estás conmigo o estás contra mí”. En ese sentido, el concepto de polarización política se aleja de la pugnacidad ideológica de décadas previas para inscribirse como fenómeno de índole comunicacional, cualitativo, no demográfico. Un problema que tiene más que ver con la intensidad de las opiniones que se emiten, y menos con la cantidad de personas que se sitúan en uno u otro polo del espectro. 2) Apelar al aplanamiento, a la homogenización del “enemigo” en aras de imponer la propia visión, resulta una constante en contextos polarizados; así que el “ellos” (exogrupo) no admite matices ni excepciones, ni mucho menos puede ser parte del “nosotros” (endogrupo). Gracias a la polarización, indica Emilia Palonen, dos facciones “se crean mutuamente mediante la demarcación de la frontera” entre ambas. La frontera política dominante crea un punto de identificación y confrontación en el sistema político, donde el consenso (¿unanimidad?) “sólo se encuentra dentro de los propios bandos políticos”. Se trata de una delimitación de comunidades percibidas como órdenes morales. Una “hegemonía bipolar” que desaparece la posiciones intermedias, y favorece la concentración de diferencias en torno a una única frontera que funciona como fuente de identificación común. 3) Junto a la polarización afectiva (invocada por un pathos exacerbado, frecuentemente ligado a la demonización del oponente e, incluso, a la violencia política), dicha división suele dejar secuelas profundas en la sociedad, al organizar el modo en que esta se relaciona con el debate público. No hablamos, por tanto, de una división basada en la mera alineación programática; sino de una “afectividad implicativa”, aquellas filias y fobias (amor erótico, odio, desdén, aversión, asco, etc.) que refuerzan la pertenencia. La endogamia que las redes sociales consolidan bajo forma de burbujas (Pariser, 2017), estos “barrios” virtuales de opinión afín en los que los usuarios transitan e interactúan, vuelve implacable la lógica del algoritmo. Así, la baja exposición a argumentos que producen disonancia cognitiva y afectiva “refuerza la distancia entre el endogrupo y el exogrupo, y favorece la proliferación de visiones estereotipadas del otro que confirman la ‘superioridad moral’ del nosotros” (Schuliaquer y Vommaro, 2020). 4) La polarización, en tanto enfermedad que emponzoña la conversación pública, que imposibilita las síntesis, la incorporación de la pluralidad o la articulación de visiones, y que arrastra a las sociedades a una espiral difícil de revertir, no debe ser confundida con la confrontación dialéctica que sustenta toda dinámica política. No nos referimos, por tanto, a la radicalización en la escala izquierda-derecha que se da en sistemas de partido descritos por Sartori, por ejemplo, o a la puja entre oponentes políticos, entre visiones y proyectos que concurren al mercado electoral. El antagonismo entre grupos relacionados por la lucha por el poder es inseparable de un conflicto que hay que transformar de forma permanente, mediante una serie de treguas y compromisos, para garantizar la convivencia. Al apelar al reforzamiento perverso de la propia identidad con base a autogratificaciones, sin embargo, dicha inevitabilidad empieza a adquirir ribetes tribales. Y con ello, la condición de intransigencia que hace ver cualquier concesión al diálogo entre distintos como una traición. 5) Es cierto que la polarización es cada vez más común en democracias tiranizadas por la “opinión mayoritaria”, por la impronta populista-iliberal que confunde representación con licencia para la imposición. Pero, tratándose de un problema vinculado a la formación de opinión pública, también es lógico pensar que allí donde haya espacios para esos intercambios -incluso en contextos no democráticos, en los que la misma intolerancia y represión refuerzan la formación de visiones extremas- tales desarreglos tendrán potencial cabida. Las experiencias de transiciones democráticas durante el siglo XX dan fe de ello. Pasó en Chile, en Argentina, en Paraguay, en Uruguay, donde el problema de la diáspora añadía trauma y fraccionamiento identitario adicional. Las acusaciones públicas de “abandono”, de “silencio” o “colaboracionismo”, fundadas o no; el resentimiento por la ausencia, la desinformación alentada por el poder o las batallas por la narrativa no faltaron en estos casos. Incluso sin ese ruido que hoy encajan las redes sociales -donde, en vez de la horizontalización de la toma de la palabra que una vez anticipamos, se solidifican identidades y se consolidan las fronteras con los otros- dichos países no se libraron de los efectos del fraccionamiento. Situación que no sólo enfrentaba a élites en disputa por el poder, sino a ciudadanos (polarización masiva) que desde el campo opositor debatían en cuanto a los métodos para desplazar al bloque autoritario y concretar la democratización. 6) En esos contextos, pues, una polarización perniciosa también dejó sus heridas. Investigaciones como “Exilio, experiencias transnacionales, retorno y diásporas” de Luis Roniger, los testimonios recogidos por la revista Araucaria o los trabajos de Elizabeth Lira, por ejemplo, retratan la división entre los "dos Chiles", y cómo el retorno de los exiliados, lejos de procesos de sanación sin resistencias, implicaron choques entre las memorias de represión del exilio y las de la transición interna. La complejidad para construir una memoria colectiva posdictadura, para trajinar con eso que Jean-Pierre Rioux calificaba como el “vértigo de exhumación” nos remite, precisamente, a esa dificultad comunicacional de base para reconciliar las experiencias-visiones-posiciones que concurren en el espacio público. A pesar de dificultades que aun siguen latentes, sin embargo, la razón práctica, la síntesis dialéctica, la convergencia en un centro político aglutinador ganaron terreno en cada caso. Ninguna transición pacífica a la democracia se ha sostenido en la persistencia del resentimiento. 7) Advierte Mason: percepciones del “nosotros” y de los “otros” aumentan la probabilidad de que los ciudadanos se vuelvan “cada vez más rencorosos y descorteces políticamente en sus interacciones, incluso en presencia de posiciones comparativamente moderadas” (2015). A medida que más personas se ajustan a los mensajes de su propio bloque, los hechos y las verdades éticas pierden peso. Asimismo, la designación subjetiva del exogrupo como amenaza existencial inunda de estigmas y sesgos a la interacción. ¿Qué puede decirnos esto a venezolanos aquejados por la lógica de la circulación segmentada de la opinión; víctimas de trastornos que, lejos de fomentar la participación en el debate público, agudizan la apatía, el miedo, el retraimiento? Es una reflexión que toca emprender, conscientes de que nuestro aporte a una conversación pública que se despliega en condiciones opresivas puede ayudar a unir o romper, a regenerar o desmantelar la confianza, a construir o debilitar el ya muy precario tejido social.
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