La reclamación: de una ciudadanía discrepante
Escrito por Claudio Briceño Monzón | @CabmClaudio   
Miércoles, 06 de Agosto de 2025 00:00

altLa ciudadanía se fundamenta en el derecho a la libertad, en base al dominio de la ley y el Estado de derecho.

"La democracia hace de la persona, no del individuo, el centro y el fin del ordenamiento del Estado,

y prevé, por consecuencia, el respeto a la justa categoría lograda como fruto del ejercicio de la libertad y de la igualdad."

(Briceño:1052) 

Históricamente el infortunio nos ha fragua con buenos ciudadanos; igualmente la frugalidad, en medio de la crisis, nos deja ver lo mejor que somos como sociedad. Los paisajes geográficos y los recursos naturales de un Estado son esenciales, y gracias a la razón de sus ciudadanos, se han transformado las identidades regionales en la consolidación de una sola patria (tierra de nuestros padres). Algunos países, en ciclos de dificultad, parecen seguir caminos opuestos al sentido del beneficio y del bien común.      

La ciudadanía se fundamenta en el derecho a la libertad, en base al dominio de la ley y el Estado de derecho. El precepto judicial, es el principio de la república, se organiza en el acato al bien común. El deterioro en el sentido real del bienestar de todos los ciudadanos de un territorio desgasta el entendimiento pacífico, produciendo una inestabilidad en el dominio del poder, lo que desequilibra el ejercicio de la libertad.        

La nacionalidad, imaginada en el arraigado sentido de identidad, se puede manifestar en alguna percepción cosmopolita, en una metrópoli ocupada por turistas en hoteles, donde la existencia de acaudalados oscurece la cotidianidad de los ciudadanos de a pie. Esta expresión rememora una clarividencia de destierro y nostalgia esferoidal, un vacío existencial que discrepa con la energía vibrante de la ciudad ideal.    

La alucinación del cosmos es transitoria, al igual que la libertad, término del universo en afanoso cambio, se muestra como un instante momentáneo en la espera del tiempo. No hay perpetuidad, todo cambia, el tiempo convierte el espacio, creando lo contemporáneo a partir de lo acaecido y fraguándolo hacia lo expectante en el tiempo. El acontecer real, es un proceso de permutas, que se desarrolla a una ligereza que afronta la razón del espacio.     

La mentira, la oscuridad del anhelo, afecta el camino del progreso. La incomprensión del espacio geográfico en el que convivimos produce la impresión de penuria y desolación. La utopía de un cambio, pausado, se contrasta con la premura del momento. La distopía es esa quimera que se hizo entorno a un instante, donde el reflejo del espejo, nos hizo mirar la riqueza pasada en la frugalidad contemporánea, y la ciudadanía aprendida nos llevara de nuevo al camino del bien común hoy anhelado por todos.             

El engaño, la sombra de la esperanza, ensombrece el camino hacia el progreso. La incapacidad de comprender el cosmos en el que vivimos genera una sensación de sinsentido. El anhelo de un cambio lento, pausado, se enfrenta a la urgencia del momento, resaltando la penetración del destierro y la añoranza, de una situación que no retornará.  

La melodía aumentara los ritmos de la armonía, constatando la angustia por un tiempo que se cata con la austeridad de lo actual, entre religiones y guerras, la exigencia de una ciudadanía que pueda estar en la sintonía musical de sonidos libertarios.  

Referencias:
Briceño Iragorry, Mario. “La Paradoja de la Democracia.” En: Mario Briceño Iragorry. Obras Selectas (1966). Madrid - Caracas: Ediciones Edime, 1966.


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