El poder emocional y la urgencia de una racionalidad política en Venezuela
Escrito por Freddy Marcano | X: @freddyamarcano   
Domingo, 03 de Agosto de 2025 05:15

altEn las últimas décadas, la política ha transitado desde un espacio de deliberación racional a un terreno de emociones incontrolables.

Rafael Bisquerra, en su libro Política y Emoción (2017), sostiene que las emociones colectivas —especialmente el miedo y la ira— han sido históricamente utilizadas como herramientas de movilización y control social. Este planteamiento es particularmente útil para comprender el panorama venezolano, donde los extremos ideológicos han hecho de las emociones una estrategia de poder que nos ha llevado por un camino desconocido y con muchos desaciertos.

La política venezolana, al igual que la de otros países que sucumben a la polarización, se ha visto atrapada en un ciclo de manipulación emocional. Si se analizan los discursos descubrimos que apelan al miedo o al odio, así como también hay algunos que invocan amores incondicionales por figuras emblemáticas o movimientos sociales específicos, que no buscan resolver los problemas de fondo, sino fidelizar a sus participantes. Este fenómeno, que Bisquerra describe como “climas emocionales tóxicos”, erosiona la convivencia democrática y reduce la capacidad ciudadana de evaluar propuestas con criterio.

Si vamos  a otras latitudes vemos ejemplos que refuerzan esta idea. En distintos contextos, líderes populistas —de izquierda y derecha— han explotado emociones para consolidar su poder, debilitando los espacios de racionalidad política. En Venezuela, este patrón se ha repetido hasta el agotamiento en los últimos 25 años, convirtiendo la política en una disputa emocional que cancela el diálogo y refuerza las divisiones sociales.

Frente a esta realidad, el autor español propone un cambio de paradigma. El objetivo del cambio es  educar emocionalmente a la ciudadanía para reconocer y regular sus emociones, de modo que éstas  no se conviertan en instrumentos de manipulación. Esta perspectiva resulta clave para nuestra nación, donde la polarización ha dejado heridas profundas y una cultura política dependiente de la confrontación.

Sin embargo, la educación emocional para la política no es suficiente si no viene acompañada de una racionalidad política capaz de orientar la acción colectiva hacia objetivos comunes. Es imperativo superar los discursos vacíos y exigir políticas públicas sustentadas en datos, planificación y consenso. Venezuela necesita una ciudadanía que no se deje arrastrar por la retórica incendiaria de los extremos, sino que evalúe críticamente las alternativas y construya soluciones.

El cambio real no vendrá de la exacerbación de los sentimientos, sino de la integración equilibrada entre la emoción y la razón. Tal como lo advierte Bisquerra, “superar el miedo y la ira como fuerzas rectoras es condición necesaria para el bienestar social”. El desafío venezolano consiste, entonces, en transformar el clima emocional que ha dominado nuestra política y abrir paso a una cultura democrática basada en la reflexión, el diálogo y la esperanza razonada. En tiempos de incertidumbre, asumir esta tarea no es solo una opción: es el requisito indispensable para salir del laberinto político en el que nos encontramos. La experiencia nos ha enseñado que exacerbar el ánimo de la muchedumbre solo lleva a la crucifixión de los inocentes.



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