Cenizas en la historia |
Escrito por Dr. Ángel R. Lombardi G. | X: @lombardiboscan |
Miércoles, 13 de Marzo de 2024 00:00 |
Vivir en sistemas cerrados es algo opresivo. La cotidianidad misma se convierte en un tránsito por el infierno y sus nueve círculos si hemos de creer al Dante "La verdad siempre es plural. Lo singular es la mentira". Gesualdo Bufalino (1920-1996)
Vivir en sistemas cerrados es algo opresivo. La cotidianidad misma se convierte en un tránsito por el infierno y sus nueve círculos si hemos de creer al Dante. La normalidad es puesta de cabeza y el epicentro de todo es la irracionalidad con sus absurdos que niegan a la misma realidad. Los desesperados devotos de los Salmos cristianos renacen en estos firmamentos en que las plegarias son ecos sin retorno. Son sistemas sociales que imitan a un gran campo de concentración sustentado en la demencia progresiva que va asaltando a los ciudadanos devenidos en prisioneros. El manicomio es su símil más perfecto. Y no todos pueden escapar. La persona sufre un proceso de deshumanización persistente y que se mantiene a lo largo del tiempo. La legalidad es coaptada y puesta al servicio de la opresión misma. El Estado de Derecho es colonizado y desmantelado haciendo de los esbirros del Régimen sus principales sostenedores. Los Derechos Humanos de la población son despojados son miramientos. En el caso cubano, se adaptó el gélido estalinismo al ardiente trópico. Aunque los mecanismos de vigilancia y control social son los mismos. Todo pasa por despojar de coordenadas morales el sentido de la existencia. Un robo a la dignidad de las personas. A su autoestima y el propio autocontrol de las emociones. Las heridas que se infligen a la población son brutales y los daños irreversibles. El sistema está orientado a producir zombis y almas muertas. Una servidumbre perfecta que apuntale el predominio de la Nueva Clase en el poder sin contrapesos ni alternabilidad. El principal mecanismo de control social es volver miserable y pobre a la mayor parte de la población. Desde las hambrunas a la supresión del salario y del trabajo productivo. El Estado se asume en señorial y mantiene a la población en un sufrimiento justificado por los enemigos internos y externos como agentes de la contrarrevolución. La oligarquía socialista en el poder desestimula toda protesta cívica o la disensión. Por ello las escuelas y universidades tienen dos destinos: como centros de adoctrinamiento y propaganda o sencillamente se les destruye y clausura. El mundo se conduele de estas tragedias monumentales, aunque en la práctica la indiferencia es lo que termina de prevalecer. Ni la ONU, ni la CPI ni las llamadas democracias libres y progresistas del mundo van a mover un dedo para liberar del dolor a estos países que como el cubano llevan sesenta y cinco años padeciendo una cárcel a cielo abierto. Los testimonios de la gente en Cuba son desoladores. Viven sin comida suficiente; sin medicamentos adecuados y oportunos; sin los esenciales servicios de agua y electricidad. Y el que ose protestar o rebelarse le espera el sometimiento y la cárcel con mínimas garantías en el resguardo de sus derechos humanos y legales. Según organizaciones no gubernamentales, en Cuba hay hoy más de 1.000 presos políticos, 700 de los cuales participaron en las protestas del 11 de julio de 2021. Aunque lo más patético de estos sistemas carcelarios e inhumanos es el aniquilamiento de la esperanza como forma positiva de vivir con optimismo y confianza la existencia privada y social. “Tengo una amiga que dice todo el tiempo que los cubanos estamos rotos. Y algo de razón tiene, porque no es fácil ser una especie de ratón de laboratorio sometido por 65 años a sacrificios y expectativas entremezcladas con represión, vigilancia y falta de alimentos. Entonces terminamos creando una realidad paralela al mundo real. A veces uno se pone a pensar en las cosas que pasan en Cuba y se pregunta cómo aquello se le pudo ocurrir a alguien. Ni al demiurgo más aventajado se le hubiera ocurrido crear semejante orden de cosas que provoca comportamientos tan raros, tan tropicales, selváticos y erráticos”. Carlos D. Lechuga en: “Esta es tu casa, Fidel. La historia de un nieto de la Revolución”, (2024). |
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