Del sonorísimo estadio |
Escrito por Luis Barragán | X: @luisbarraganj |
Lunes, 06 de Febrero de 2023 00:00 |
Es lo de menos, se dirá: los churupos son los que mandan. Tómese como discurso de inauguración la presentación de Oscar D´León, gloria de la música venezolana, al abrir sus compuertas el buque del béisbol venezolano: el estadio de La Rinconada, a ratos llamado Hugo o Látigo Chávez, curándose ahora en salud con un humilde Monumental Simón Bolívar. Esto es, todo el poder para los soviéts con una reconvertida Serie del Caribe, convocados por una semana ocho países de la subregión, las transmisiones radiotelevisivas, los espectadores, publicistas, operadores comerciales de toda índole y rango, con los gobernantes y sus contratistas. Junto a la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar y la Coral Nacional Simón Bolívar, en el estadio Simón Bolívar, D´León despachó rápido el asunto: “No liguen el deporte con la política”. Y, bueno, ¿cómo desligar una y otra cosa, si les estalla en la cara el cordón de miseria de sus adyacencias, sin garantía alguna de una siquiera regular prestación de los servicios públicos, como bien lo recordó Iván Méndez en un Tweed reciente? ¿Lo único que quedará en pie no será la bolivarianidad de una efímera serie beisbolística, en más de un sentido? ¿No es evidente la obscena intervención y manipulación del imaginario social al concluir la obra civil y consagrarla con un torneo internacional del béisbol rentado? ¿Es suficiente? En definitiva, ¿a qué fenómeno asistimos? En el ámbito deportivo, el talento y el heroísmo son difíciles de inventar, porque media nada más y nada menos que el terreno de juego. Por muy profusa e intensa que sea la publicidad, debe estar a la vista y a la emoción de todos, el contundente y decisivo batazo, la recta que sale como un cañonazo desde la lomita, o la hermosura de un fildeo digno del Bolshoi. La sola reseña del diario Ahora de la portentosa Seria Mundial Amateur de Béisbol, celebrada en La Habana por casi un mes, incluyendo a Estados Unidos entre los nueve países concurrentes, transmite toda la épica del paciente desempeño y triunfo de los venezolanos recordados por décadas como los campeones de 1941. Se supo de la jornada triunfal no sólo por los reportes noticiosos y la narración radial, sino porque estábamos familiarizados por un largo tiempo con las excelencias de juego de peloteros a quienes se veían sonante y palpablemente protagonizando las hazañas y, faltando poco, también eran tan familiares que se les reconocía con sobrenombres: Dumbo Fernández, Tarzán Contreras, Gatico Hernández, Buzo Nelson, Taciturno Barboza, Chino Canónico, Conejo Fonseca, Chucho Ramos, Pollo Malpica, Ovejo Finol, etc. Vale decir, actos y actuantes auténticos que ocupaban un legítimo espacio en el imaginario social, sobre todo, contando con la admiración ilimitada de niños y jóvenes: entonces, la propaganda y publicidad era el resultado, porque no es fácil prefabricar el heroísmo. Sentimos que la faena de La Rinconada ha sido un completo artificio, en provecho absoluto de una coyuntura económica para sus promotores, precedido de una campaña relampagueante, afanosamente repentina, que beneficia o ha de beneficiar al régimen. La propia construcción y operatividad del estadio no guarda correspondencia alguna con la realidad de un país sumergido todavía en una crisis humanitaria compleja, inaugurado como la sede del evento caribeño, pero con solución de continuidad en las festividades carnestolendas en las que el Estado invierte generosas cantidades para decorar pueblo y ciudades. El salsero mayor de un prolongado exilio voluntario, porque el mercado musical ha quebrado en Venezuela, por estos veinte años, logrando trabajar en numerosos países que aprecian su arte, regresa a nuestros escenarios en tiempos en los que el oficialismo pregona que acá todo se arregló. No pretendemos jamás descalificar personalmente a Oscar D´León, pero es necesario reconocer y que él reconozca y se reconozca en un país de hambre y miseria, sojuzgado por el socialismo del siglo XXI; por otra, el coso deportivo representa una inversión muy superior a lo que concede el Estado en distintos ámbitos, como el educativo, sólo por citar un caso; y, luego, eso de desligar la política del deporte, hoy, es un ardid o subterfugio dizque legitimador, porque la sola presentación del salsero es el acto político de un popularísimo operador del imaginario social en franco servicio a Maduro Moros |
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