En la reunión del Grupo de Río en Cancún, se ha repetido la escena en la cual Chávez es aludido directamente, de manera fuerte, por algún dignatario asistente.

Primero, lo hizo el rey de España con su famoso "¡Por qué no te callas!" y, ahora, lo hace el Presidente de Colombia, al increparlo con el rostro enjuto y rabioso a la vez: "¡Usted es valiente para hablar a distancia, y cobarde para hablar de frente, sea varón!". Estas inverosímiles circunstancias dan muestra, por una parte, del bajo nivel que han alcanzado estas convocatorias, debido a la poca valoración que de ella tienen sus asistentes, y, por la otra, lo perturbadora que se ha tornado la figura de Chávez, por su conducta agresiva y lenguaje procaz al referirse colegas que no adhieren lisonjeramente sus planteamientos.

Lo último, cuando se dirigió a la reina Isabel (cual guapetón de barrio y, presumo, desconociendo que la monarquía no gobierna) para recriminarle su posición ante las Malvinas argentinas.

Estos hechos, sin duda alguna, contribuyen a la degradación de las cumbres, cuyo fin último debería ser el de tratar los problemas más acuciantes que afectan al conglomerado latinoamericano y sus posibles soluciones conjuntas.

Ahora bien, este no es el mejor escenario para que los jefes de Estado diriman sus diferencias personales de manera pública y violenta, ya que convierten estos eventos en meras galleras de pueblo. La reseña más noticiosa se resumió en el intercambio de insultos Uribe-Chávez: "¡Sea varón!", "¡Anda al carajo!", se dijeron.

La expectativa de millones de personas que esperaban resoluciones concretas se redujo a un enfrentamiento que, aun cuando estén en las antípodas, en el fondo parecen tener un talante y vocación de poder muy parecidos. Después de la tempestad, vino lo de siempre: una comisión presidida por Leonel Fernández, para que la sangre no llegue al río. Ya él había hecho lo propio, al lograr que los "querellantes" se abrazaran en Santo Domingo, dando por finalizado el impasse surgido, retomado, a los pocos meses, al son de ofensas, descalificaciones y amenazas...

La historia se repite, y ningún presidente asistente se atreve a ponerle el cascabel al gato. El sinuoso Lula voltea para hacerle carantoñas a la dictadura cubana de los hermanos Castro, mientras muere de mengua Orlando Zapata Tamayo (disidente político), albañil de 42 años de edad, que tenía 80 días en huelga de hambre. En estos benditos cenáculos de líderes del continente, ninguno tiene el valor de desenmascarar lo que sucede en esa isla caribeña.

A Chávez le urge potabilizar la oferta de venta de electricidad de Colombia a Venezuela. La mediación para "limar" asperezas le cae como anillo al dedo...

Ya se ha adelantado a manifestar su "disposición" para zanjar (¿por cuánto tiempo?) los desencuentros. Lo cierto es que ambos se necesitan para sobrevivir. Están en el tapete la ansiada reelección de Uribe (para lo cual la reanudación del comercio binacional sería una providencia) y la salvadora oferta de suministro seguro de electricidad desde el vecino país (que le sacaría al mandamás de Miraflores la pata del barro...).

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El Nacional/OyN