Dilemas del pueblo chavista
Escrito por Jesús Seguías   
Viernes, 26 de Febrero de 2010 03:14

altEl pueblo chavista, incluidos sus gobernadores y alcaldes, están frente a un gran dilema: admiten, más en privado que en público, que hay dos factores esenciales que definen al gobierno de Hugo Chávez: éste tiene un control absoluto de todos los poderes del estado, y dirige un gobierno que hace aguas por todos lados, y que cada día satisface menos las necesidades y deseos de la población.

El pueblo chavista (repito, incluidos sus gobernadores y alcaldes) está comprobando que no es verdad que Hugo Chávez gobernará mejor mientras tenga más poder. Ha sido todo lo contrario.  A mayor concentración de poder, más incompetente ha sido su gobierno. Por cierto, eso vale para todos los gobiernos del mundo. El equilibrio de los poderes es un principio de la gobernabilidad. Pero en esto no han creído ni Hugo Chávez ni Fidel Castro. Y el resultado ha sido catastrófico tanto para Venezuela como para Cuba.
La explicación a esta equivocación política nace de un principio humano: Hugo Chávez no es Dios (lamento la decepción de muchos). Nadie en el planeta lo es. Por lo tanto, Hugo Chávez sí se equivoca, comete errores, y si no hay nadie que lo controle y regule, entonces se irá al barranco y se llevará con él a todo el país y al pueblo chavista también.
El equilibrio de los poderes públicos no es ningún capricho aristotélico. Desde la antigua Grecia se viene hablando de la necesidad de mantener a raya a los gobernantes. Es lo sano. Es lo recomendable para todos los pueblos del mundo. Nadie jamás ha logrado éxito gubernamental a partir del poder absoluto. Los gobiernos más fracasados de la historia han sido los gobiernos caudillistas, totalitarios, unipersonales. Por el contrario, los gobiernos más exitosos (es decir, los que han brindado mayor bienestar, desarrollo y libertad a sus pueblos) son aquellos donde los hilos del poder se distribuyen en diferentes factores que se controlan mutuamente. Es el poder colectivo. Es el poder democrático.
Por ejemplo, el presidente Chávez ha regalado de manera irregular miles de millones de dólares (provenientes de las arcas de la nación, recordamos) a los presidentes de otros países sin que nadie ejerza contraloría sobre esos recursos. Es un dinero que debió invertirse en las misiones sociales, en el sistema eléctrico nacional, en la recuperación de las empresas básicas de Guayana, en la seguridad ciudadana, en los hospitales y en las escuelas. Pero ningún poder público (especialmente la Contraloría, la Fiscalía, y el Tribunal Supremo), ningún diputado oficialista, ningún dirigente chavista fue capaz de condenar (y mucho menos denunciar) este hecho. Por el contrario, lo que hemos visto es docilidad irracional y miedos oportunistas.

Pero para el comandante no ha sido suficiente con centralizar todos los poderes públicos sino que vino también por las gobernaciones y alcaldías. Decidió centralizar todo el poder en Miraflores. Envió a los poderes locales y regionales a la guillotina. Inventó las comunas (un experimento que fracasará porque los venezolanos no tienen aún cultura ciudadana y mucho menos comunitaria) para desmantelar a los gobernadores y alcaldes.

Reconozco que la mayoría de los chavistas confiaron ciegamente en su líder (es lógico y comprensible), pero ya comenzaron a descubrir que éste no sólo es falible sino un pésimo gobernante. El verdadero gobierno “revolucionario” y “socialista” es el que hoy estamos viendo en carne y hueso. El anterior era un espejismo.
Por eso, es vital que el pueblo chavista (incluidos sus gobernadores y alcaldes, insisto) comprendan que lo mejor que puede ocurrir en Venezuela es que haya un mejor equilibrio de los poderes. No resultó un buen negocio entregar tanto poder a un sólo hombre. No lo olvidemos: Chávez no es Dios.
Tanto al pueblo chavista, como a los gobernadores y alcaldes del país, les conviene una Asamblea Nacional en manos de la oposición. Y la oposición, de llegar a ser mayoría, está obligada a su vez a hacer una labor responsable y democrática pero al mismo tiempo muy firme en su compromiso con Venezuela y con la restitución del equilibrio perdido.  
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