¡Ratas togadas!
Escrito por Luis Fernández Moyano   
Jueves, 25 de Febrero de 2010 00:40

altNo sabe doña Luisa Estela la inmensidad del daño que le ha hecho a Venezuela permitiendo que se hunda la justicia para que se eleve el tirano. La revolución moral, sólo la revolución moral podrá salvar la repúblicaLa revolución moral, sólo la revolución moral podrá salvar la república.


“Sin la Justicia,  ¿qué son los reinos sino una partida de salteadores?”
San Agustín, La ciudad de Dios


Mírese en el espejo, señora Luisa Estela y dígame con sinceridad y sin sonrojo, ¿qué es lo que ve reflejado en él? Le aseguro que no verá el rostro inmaculado de un magistrado que haya cumplido a cabalidad con el sagrado juramento deontológico propio de quienes llevan sobre sus hombros la más alta responsabilidad ética y moral de sus pueblos: velar porque la justicia, la más alta creación de los hombres desde que fueran expulsados del paraíso, se aplique con rigor, prudencia, sabiduría y legitimidad.

Verá, en cambio, el ajado y trajinado rostro de quien, por permanecer en el cargo, ha cerrado los ojos ante el atropello, la villanía y la vileza de las ratas que visten toga y birrete y se prestan, arrodillados, a cumplir la voluntad aviesa y despótica de un teniente coronel. Verá el rostro maculado de la vergüenza. El rostro inolvidable de la traición a la alta investidura que representa y la concupiscencia frente a un régimen violador de todas las tradiciones jurídicas e institucionales de la república.

Sin la justicia, ¿qué son los reinos sino una partida de salteadores? El categórico juicio de San Agustín se queda corto ante un hecho todavía más alevoso, que afecta a los reinos cuando no sólo carecen de toda justicia sino que travisten salteadores para que, vestidos con la toga y el birrete, hagan creer a los ilusos y ofendidos que sí están amparados por la ley y la justicia. Pues entonces, ¿qué son los reinos cuando les protege una falsa justicia?

Reinos sin justicia son falsos reinos. Reinos de pacotilla. Reinos sin Dios ni Ley: cáscaras vacías que se sostienen en pie sólo por mor de la violencia, de la iniquidad, del estupro, la prepotencia y el crimen. En eso se ha convertido la Venezuela que fuera antaño – y hasta no hace más de diez o quince años – tierra de juristas ilustres: en un desierto de la inmoralidad, en un infierno de la corrupción, en la tierra de nadie de forajidos. Un país digno de una epopeya del lejano Oeste: parodia de república, sainete de Nación, patria desalmada de apátridas y vendepatrias. País portátil.

Ninguno de los desastres causados por la barbarie que nos desgobierna se compara al desastre de la injusticia reinante. Peor que la falta de luz, la falta de agua y la falta de alimentos es la falta de justicia. Nada puede ser peor que esta perversión, esta corrupción, esta putrefacción del derecho. Nada peor que la prostitución de la justicia. Nada peor que la concupiscencia de los jueces.

Menos mal hacen los delincuentes que un mal juez, dijo don Francisco de Quevedo hace más de tres siglos. Y tan grave es el cáncer que corroe a los pueblos que se hunden en la injusticia, que un sabio emperador alemán, don Fernando I dijo hace más de cuatrocientos años: Fiat justitia, pereat mundus: hágase la justicia, aunque se hunda el mundo.

No sabe doña Luisa Estela la inmensidad del daño que le ha hecho a Venezuela permitiendo que se hunda la justicia para que se eleve el tirano. La revolución moral, sólo la revolución moral podrá salvar la república.


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