La penitencia |
Escrito por Pedro Lastra |
Miércoles, 24 de Febrero de 2010 10:04 |
Apostaría, ya en las proximidades de la celebración de este bicentenario, que jamás en república alguna de nuestra América, liberada al influjo o la espada de un puñado de venezolanos, un parlamento nacional fuera rebajado a un estado cloacal de semejante inmundicia como el que preside doña Cilia Flores.
Sólo los venezolanos podemos disfrutar a conciencia del triste privilegio de sorber hasta la última gota del cáliz de la penitencia y tener absoluta conciencia del pecado que nos empujó a esta condena. La penitencia: tener que calarnos a unas cachifas – con perdón de tan venerables asistentas del hogar – presidiendo la Asamblea Nacional, el Tribunal Supremo de Justicia, la Fiscalía General de la República y la dizque Defensoría del Pueblo. Así como sufrir con estoicismo digno de los primeros cristianos por los desafueros, intemperancias, groserías y mamarrachadas de un teniente coronel analfabeta y brutal al mando nada más y nada menos que de la república fundada por el culto, elegante, educado, rico y aristocrático Simón Bolívar. Provoca recordar al insigne Manco de Lepanto: “Cosas veredes, Sancho…” Hay que oír a la destemplada cachifa parlamentaria que preside el antro asambleario cacarear en su tesitura de gallina en apuros declarando traidor al gobernador de Lara para medir en toda su inmensidad el significado que tiene y tendrá para nuestra historia futura que el espacio que antaño escuchara los discurso de los más insignes tribunos venezolanos – desde Uslar Pietri hasta Andrés Eloy Blanco y desde Gonzalo Barrios hasta Moisés Moleiro, por mencionar a unos pocos entre esas centenas de grandes intelectuales, juristas y parlamentarios de la democracia venezolana – sea hoy el conventillo en que provocadoras prostibularias como la Iris Varela o analfabetos y delatores congénitos como Luis Tascón o Darío Vivas, Carlos Escarrá o el diputado Dugarne puedan soltar sus flatulencias intelectuales y sus pedos ideológicos sin que se derritan los estucos y molduras debidas a la inspiración del ilustre Americano. Apostaría, ya en las proximidades de la celebración de este bicentenario, que jamás en república alguna de nuestra América, liberada al influjo o la espada de un puñado de venezolanos, un parlamento nacional fue rebajado a un estado cloacal de semejante inmundicia como lo ha hecho el perraje político que asaltara la república y copara las instituciones construidas durante doscientos años de esfuerzos, a veces inauditos y pleno de hechos gloriosos. Apostaría mi vida a que nación alguna de nuestra América fue gobernada jamás por forajidos de la bajeza moral y la incultura ciudadana de quienes hoy desgobiernan, arruinan y devastan a la que bien podría ser una de las naciones más poderosas del Nuevo Mundo. Y ése es el pecado: que la clase política venezolana que gobernara el país desde el 23 de enero de 1958 hasta febrero de 1999, y la llamada intelligentzia académica e intelectual del país asistiera impávida al asalto de la barbarie. Y que en un caso de ceguera digna de la penitencia que sufrimos justos y pecadores hasta propiciara el asalto y le abriera los portones de la historia a esta horda de delincuentes. Avergüenza tan solo recordar a quienes permitieron el ingreso del caballo de Troya: desde el ínclito y recién fallecido Rafael Caldera, imperdonable en su irresponsabilidad histórica, hasta el mismo Arturo Uslar Pietri, que tocara las trompetas de Jericó frente a los derruidos muros de la Jerusalén adeco copeyana. Desde Escobar Salom hasta el inefable José Vicente Rangel: rectores, juezas y jueces, empresarios, editores, columnistas, propietarios de medios televisivos, notables, locutores, artistas y un sinfín interminable – valga la pálida redundancia – corrieron a entregarle la república a un canalla felón y malagradecido. Que para mayor INRI nos sale bocón y cobarde, grosero y turbio, traidor a la patria y entreguista de nuestra soberanía. Ni cien años de penitencia. Es más grave el pecado que el crimen. Bien merecido nos lo tenemos. |
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