Chávez y las sagas de Fernández Berrueco, Torres Ciliberto y Chacón Escamillo
Escrito por Manuel Malaver   
Martes, 08 de Diciembre de 2009 07:19

altQue después de pasar una semana despotricando del capitalismo y la banca privada Chávez corriera el viernes a rogarle, precisamente, a la banca privada que evitara que Venezuela se convirtiera en una “Argentina 2001” respondiendo por el dinero de cientos de miles de ahorristas que un grupo de banqueros “revolucionarios y socialistas” le habían esquilmado, no es sólo prueba de que el socialismo no es otra cosa que ineficiencia y corrupción, sino también de que el capitalismo es un sistema que, sin prometerle el paraíso a los pobres, por lo menos le cuida sus ahorritos.

Y no es que aquí y ahora, como en todos los tiempos y países, no haya banqueros privados maulas y amigos de hacerse con los ahorros y depósitos de los usuarios, sino que, si operan en una sociedad democrática donde el Estado cumple con sus funciones regulatorias, con escrupulosa independencia de los poderes y en la cual se cumple y respeta la Ley, entonces entenderán que “su negocio” es cuidarle el dinero a los demás, sin llevárselo para sus casas o  bolsillos,  y dando la cara  en todas las coyunturas y circunstancias.

Verdad monumental pero sombría, objetiva pero pesimista,  de origen grecolatino que tardó mucho en ser asumida por la ética cristiana, pero  reintroducida en la cultura occidental por  Maquiavelo en “El Príncipe”, y que Adam Smith rescató en “La Riqueza de las Naciones” con aquello de que: “Si queremos que el carnicero de la esquina nos venda los mejores cortes, no apelemos a sus sentimientos, sino a su propio provecho”.

O sea, que aceptación del lógico y humano beneficio personal, del áspero y antipático egoísmo, pero sujeto al control legal más riguroso, a la normativa que se coloca más allá de la amistad, del partidismo y la ideología, porque si no se hace, la sociedad y el pueblo no escaparan nunca al azote de los pillos y de quienes confían en ellos, y no importan los sentimientos e ideas de que se nutran unos y otros.

Sobre todo en clima milenaristas y fundacionales, en aquellas situaciones conmocionales en las cuales, como se pretende cambiarlo todo, es fácil reclutar “santos y profetas” entrenados en los latrocinios y lupanares.

De modo que si hay una experiencia social inevitablemente condenada al celo y control de la ley objetiva e imparcial, sería la de las revoluciones  socialistas, que tendrían que desconfiar, en primer lugar,  de los revolucionarios.

No fue, ciertamente, el contexto donde peregrinó la relación de Hugo Chávez con el empresario importador, Ricardo Fernández Berrueco y con los presuntos banqueros, Pedro Torres Ciliberto y Arné Chacón Escamillo, los cuales, por haber llegado a la revolución de la mano de revolucionarios “patria o muerte” e “inobjetablemente  honestos” como Diosdado Cabello, Adán Chávez, Alí Rodríguez, José Vicente Rangel, Jesse Chacón, Nelson Merente y otros, fueron también tomados por tales y responsabilizados de la misión que, en menos de 10 años, los convirtió en millonarios en dólares de hasta de 10 cifras.

Eran, sin más,  los hombres probos, acrisolados en la fragua del 4 de febrero del 92  y del “Árbol de las 3 Raíces”, casi que merecedores del sagrado calificativo de “nuevos”, revolucionarios hasta la médula, y por tanto, portadores de “un gran corazón”, que venían a cumplir la  tarea de transfigurarse en empresarios revolucionarios, bolivarianos y socialistas, justos e igualitarios, preparados para sustituir a los viejos, capitalistas y explotadores, a los hijos de la burguesía y el imperio, a los hambreadores del pueblo y de las masas, los cuales, no solo debían ser despojados de sus bienes mal habidos, sino hasta desaparecer de la faz de la tierra.

Y fue así como empezó la saga de Ricardo Fernández Berrueco, quien habiendo prestado los camiones de una modesta empresa de transporte de su propiedad para sustituir a los de Polar durante el paro petrolero del 2002, fue escogido, inmediatamente, para liderar una vasta operación que buscaba  constituir un mega conglomerado con el cual la revolución desafiara a la todopoderosa familia Mendoza, la derrotara en su propio terreno y con las mismas armas, las de la producción, procesamiento y distribución de alimentos, y la mandara a otra parte con su oso, cerveza y harina pan.

Fecha, entonces, en que Fernández Berrueco comenzó a acceder a cientos de millones de dólares suministrados por Cadivi, con los que la modesta flota llegó en poco tiempo a disponer de 3 mil camiones,  decenas de almacenadoras,  cientos de silos  y miles de locales para la distribución y venta al mayoreo y al minoreo.

Operación que, no obstante su audacia, no habría desbordado las fronteras que después traspasó si los cubanos no convencen a Chávez de que la red de transporte de Fernández Berrueco debía ser, igualmente, para surtir una cadena de mercados populares, Mrecal, que hasta que la revolución no se cumpliera en el campo y  produjera comida barata en los fundos expropiados a los terratenientes, debía  recurrir a las importaciones, a harina, carne, granos y demás comodities comprados en los mercados internacionales.

Y ahí está Fernández Berrueco para completar el ciclo, o sea, para pasar de  distribuidor y vendedor, a suministrar productos vía una gigantesca red de importaciones que en el año de mayor auge, 2007-08, alcanzó la bicoca 48 mil millones de dólares.

En otras palabras: el inicio de la formación de un mega conglomerado de 300 empresas que se extendió por el mundo, con astilleros, flotas de camiones, barcos y avionetas, almacenadoras, silos, galpones, atuneras, auríferas, diamantíferas y que terminaron requiriendo de una red bancaria, pues, como decía en privado Fernández, no quería padecer de las mismas insuficiencias de Polar, que por no tener sus propios bancos, compartía sus ganancias con banqueros maulas y especuladores atroces.

Pero también de una empresa de telefonía celular, una que estaba en venta, Digitel,  que le permitiera al jefe, y a sus ya miles de empleados, hablar con confianza, mientras se la arrebataban  a los demás,  a la competencia digamos, y a un aliado que cada día resultaba más incómodo: Hugo Chávez.

Porque es que, a todas estas, se desata la crisis global y las empresas del magnate socialista y revolucionario que sólo tenían como único socio, cliente, cajero, comprador y vendedor al petroestado venezolano que costeaba la   revolución mundial y la formación de una alianza contra el capitalismo y el imperialismo, se va quedando sin cobres, sin liquidez, sin los dólares de Cadivi y entran en un crepúsculo creciente y  acelerado, de  entre cuyas sombras sólo se percibe el cascarón vacío del mega conglomerado y un boliburgués quebrado, rabioso y dispuesto a diferenciarse, a conspirar.

Es en este tramo, por cierto, donde se lanza a raspar la olla de los depósitos de los pobres ahorristas y cuenta corrientistas de los bancos Canarias, Confederado, Banpro y Bolívar, pero no sin antes alzarse con los 8 mil millones de dólares que en depósitos y préstamos oficiales  de pura “solidaridad revolucionaria” había recibido de entes como Bandes, BIV, Pdvsa, la Tesorería Nacional y Banfoandes.

Y es en este tramo, también, donde los cuerpos de seguridad del Estado (G-2 cubano, Disip, Cicpc y el DIM) dan cuenta de su comunicación a diario con disidentes del chavismo de todo origen y pelaje, como Wilmer Azuaje, Julio César Reyes, Pedro Carreño, Henry Falcón, la Negra Antonia, Juan Barreto, Bernal y tantos otros.

“Pero si es que hasta se sospecha”, concluye un informe del G-2, “que  tiene  reuniones frecuentes con factores e individualidades  de la oposición”.

O sea, que para Chávez la hora de defenestrarlo, de verle el hueso, de destruirlo, de despellejarlo, mientras grita que como revolucionario fidelista y guevarista  no tolera la traición, y menos viniendo de un revolucionario en quien puso toda su confianza “y pareció por momento que era un emblema del hombre, del empresario nuevo”.

Esquema o modelo de auge y caída, o de vida, pasión y muerte que se repite en los casos de  Pedro Torres Ciliberto y Arné Chacón Escamillo, últimos portadores de la antorcha que arrancó en el 99 de la mano de José Rojas, fue traspasada progresivamente a Felipe Pérez, Tobías Nóbrega, y Nelson Merentes, en los últimos años paso a estar, indistintamente, a estar enarbolada por Cabezas, Isea y Alí Rodríguez y fue sabiamente atizada por los Sarría, Beracha, Andrade,  la capitana y de todos quienes concluyen   que el color del dinero es único y brilla por igual en el capitalismo y el socialismo.

Hoy, sin embargo, le tocó pagar a Perucho Torres y Chacón Escamillo, y seguro que mañana vendrán otros, y después otros y otros y la rueda no se detendrá.

Por lo menos, no mientras el país sea mandoteado por un caudillo redentor que no entiende que acumular más y más poder es la peor forma de corrupción, ya que alimenta la audacia de los cobardes y la ambición de los de arriba, que piensan que, como están apoyados por el mandalotodo y sabelotodo,  pueden saquear impunemente al de abajo.


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