La hora de la grandeza
Escrito por Antonio Sánchez García | @sangarccs   
Martes, 17 de Enero de 2017 06:29

altEs la hora de la grandeza. No es la hora de traiciones y mezquindades.

A Leopoldo López, a Antonio Ledezma y a todos nuestros presos políticos
 
​La política es el ámbito del quehacer humano en dondese expresa y patentiza mayormente la contradicción entre el interés general – el de la Polis – y el interés particular – el de los individuos. El privilegio del político, centro contradictorio en el que chocan ambos intereses, al recibir el encargo de asumir la orientación, la dirección y la resolución de los conflictos entre interés general e interés público, es saber compatibilizar, con lucidez, experiencia y sabiduría, los eventuales conflictos que surjan entre ambos. Pero desatiende y traiciona el encargo, la confianza y la fe en él depositados por los ciudadanos, si hace prevalecer sus propios intereses particulares por sobre los intereses generales. Y se apropia del interés general para traicionar sus imperativos e ir contra la voluntad soberana. Intereses soberanos que son los de la Nación.
 
​He aprendido desde mi niñez que la política es sacerdocio. Y de la misma manera que el sacerdocio es entrega al servicio de Dios, la política debiera ser entrega al servicio de la ciudadanía. Y de la misma manera que sería inconcebible descubrir que hay quienes se aprovechan del sacerdocio para enriquecerse, lo sería descubrir que hay políticos que malversan la representación soberana para sus propios fines de lucro, ambición y Poder. “Porque Tuyo es el Reino, el Poder y la Gloria”. Cuando esa conciencia pública desaparece, la indiferencia o la apatía carcomen la vigilancia soberana y la alienación general hace presa de la cultura política de una sociedad, se alcanza la sima de la degradación y la crisis. Cuando el incumplimiento del mandato soberano es desconocido, atropellado y  desconocido, la crisis ha alcanzado su máximo rigor y gravedad. Es lo que sucede en Venezuela, por lo menos desde el 4 de febrero de 1992, cuando algunos comandantes de la principal institución del Estado, las Fuerzas Armadas, atentaron contra los intereses generales de la Nación para llevar al Poder a quienes violaron el sagrado juramento de cumplir y hacer cumplir la Constitución. Un compromiso civil tan importante y rector de la sociedad como los evangelios y los mandamientos para la Iglesia y su feligresía.
 
​La grave, la insólita crisis nacional en la que estamos inmersos se debe a que los distintos estamentos encargados de resolver los conflictos de la res pública – políticos, militares y jueces, representantes en grado sumo del Poder del Estado como coronación de la cosa pública – han desvirtuado esa vocación de servicio para aprovecharse de la administración del poder que han recibido legítima o ilegítimamente para enriquecerse, envilecer la res pública, devastar la Nación, desmantelar el Estado y corromper la sustancia nacional, histórica, de que estamos hechos.
 
​Es el contexto sociopolítico e ideológico en el que hay que situar y comprender la extraordinaria importancia de laExhortación Pastoral emitida recientemente por la Conferencia Episcopal Venezolana. Último resguardo y reserva espiritual y moral de la atribulada, desorientada y escarnecida sociedad venezolana. Amenazada de muerte por una ideología y una práctica – el castrocomunismo - ajenas a la esencia de nuestra nacionalidad, perversas en sus predicados y ruin y envilecedora en su praxis, cuyo fin último es la destrucción de Venezuela, carne y espíritu de nuestra nacionalidad. Una exhortación que recapitula sobre nuestro pasado y esclarece los graves conflictos del presente, recordándonos nuestra esencia histórica, nuestros deberes ciudadanos y nuestro compromiso con los intereses generales de la Nación. Que no son otros que garantizar la paz, la fraternidad y la felicidad de los ciudadanos, el resguardo de la Nación y la solidaridad para con los sectores más pobres y desasistidos de la República. Con un imperativo, que es la esencia del mensaje de Jesús, nuestro Señor: “amaos los unos a los otros”. Conminando a cada venezolano, sea de la condición, clase, raza o color político que sea, a cumplir con el sagrado mandato que define nuestra pertenencia a la cultura judeo-cristiana: “ama a tu semejante como a ti mismo”.
 
​Siembra el mensaje de la Iglesia en terreno abonado por la sangre de nuestros mártires, asesinados en flagrante violación de nuestros imperativos cristianos por servidores del Estado y grupos armados, al servicio de una minoritaria parcialidad política que sirve a una tiranía extranjera y que abusando del poder conquistado se ha hecho al sistemático trabajo de devastación de nuestra República, hundiéndonos de manera vil, aviesa y sistemática en la terrible crisis humanitaria que hoy todos nosotros padecemos. Con un saldo de mortandad, corrupción y miseria, los más graves del planeta. Razón sobrada para que en todos los partidos, organizaciones y grupos políticos que se reclaman del respaldo popular para resolver este amargo momento histórico – el del peor gobierno que haya conocido la República, según afirmación de Monseñor Diego Padrón, presidente de la Conferencia Episcopal – prevalezca el interés general, se superen todas las mezquindades y personalismos, se de prueba cotidiana de nuestra disposición al sacrificio y se rechace de plano, con coraje y voluntad redentora, todo intento por desviarnos de nuestra ruta y envilecer nuestras obras y principios.
 
​Es momento de reconocer la grandeza de aquellos de nuestros presos políticos – cuya inmediata libertad reclama nuestra Iglesia venezolana como condición sine qua non para cualquier diálogo o conversación con las autoridades de gobierno que apunte a la superación radical de la crisis – que se han negado a servir de carnada para la claudicación de nuestros derechos y la renuncia a nuestras legítimas, constitucionales y pacíficas exigencias. Como es el momento de repudiar y apartarse de aquellos a quienes no mueve otro interés que el de conciliar con el régimen y esperar por su turno al frente de una devastada y agostada República. 
 
​Es la hora de la grandeza. No es la hora de traiciones y mezquindades.

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