Unidad perfecta y tarjeta única (II)
Escrito por Armando Durán   
Lunes, 02 de Noviembre de 2009 06:14

altDos veces ha creído la oposición haber derrotado a Chávez electoralmente. La primera, el 2 de diciembre de 2007, cuando una sólida mayoría rechazó en las urnas la pretensión presidencial de sustituir la otrora mejor constitución del mundo por una nueva, revolucionaria y socialista constitución a la cubana.
La segunda victoria aparente la obtuvo en las elecciones regionales del año pasado.

Sin duda, Chávez mordió en ambos eventos electorales el ingrato polvo de la derrota.

Ahora bien, ¿qué ocurrió después? ¿Acató Chávez el mandato popular del 2-D y meses después admitió la elección de gobernadores y alcaldes opositores, o por vía ejecutiva y militar ha borrado de la realidad y de la historia los resultados de esas dos victorias? No se detuvo en su proyecto de acelerar el tránsito de la revolución "bolivariana" a revolución comunista, ni en la práctica reconoció la legalidad de los triunfos indiscutibles de Antonio Ledezma en Caracas y de Manuel Rosales en Maracaibo. Peor aún, ¿alguien cree que César Pérez Vivas en Táchira y Henrique Capriles Radonski en Miranda no vayan camino de correr esa misma y triste suerte? En otras palabras, estas dos victorias electorales sólo fueron tales en los cálculos de la dirigencia oficial de la oposición. Y demuestran, más allá de toda duda razonable, que en Venezuela, para cobrar, no basta ganar. No obstante, ciertos dirigentes opositores sostienen que, sea como fuese, es mejor tener a Ledezma en Caracas que a Aristóbulo Istúriz, y mejor a Capriles Radonski que a Diosdado Cabello en Miranda. Pobre consuelo de tontos que sólo tiene validez para conservar con vida el dulce espejismo de que las cosas políticas van bien. Incluso muy bien, porque las últimas encuestas registran un progresivo y agudo deterioro del liderazgo de Chávez. Como si en verdad viviéramos en democracia, democracia afectada por las veleidades autoritarias de Chávez, pero democracia al fin y al cabo.

La magnitud de esta desmesura le permite a los portavoces de la Mesa de la Unidad expresar su satisfacción porque en la reunión que tuvieron hace pocos días con los rectores del CNE, Tibisay Lucena les garantizó que las elecciones parlamentarias previstas para el año próximo no se celebrarían en el primer semestre. Y le permite a Alejandro Vivas, subsecretario general de Copei, y a Julio Borges, afirmar que la culpa del cataclismo de los servicios de agua y electricidad es de la insuficiencia gerencial de los funcionarios encargados del sector para ejecutar las inversiones públicas necesarias.

Decir, en fin, cualquier disparate con tal de evitar llamar a las cosas por su nombre. Como si de nuevo se quisiera reducir la crisis venezolana a un simple problema de políticas públicas. En realidad, esfuerzo inaudito para no tocar a Chávez ni con el pétalo de una rosa, mientras él, suerte de empecinado Bakunin criollo, prosigue implacable su tarea de destruir todo lo que tenga que ver con el pasado. Una intención que por cierto no disimula en absoluto, sino que la propaga a tambor batiente. Tal como lo hizo el viernes 25 de octubre, al declarar por la mañana y repetir esa noche en cadena de radio y televisión, que la lucha de la revolución es, en estas vísperas electorales, a vida o muerte.

Eso, por supuesto, ya lo sabíamos. Aún ignoramos, sin embargo, ¿cuál es para la oposición la naturaleza de esta lucha? De ahí nuestra perplejidad al escuchar a Ledezma decir que viajó a Brasilia impulsado por el despropósito de pedir a los senadores de ese país no aislar a Chávez y permitir su incorporación como miembro pleno al Mercosur.

Y escucharlo insistir en dos argumentos imposibles. Primero, que mientras la actual situación política de Venezuela es coyuntural, la integración regional es un proceso permanente; y segundo, que ingresar en el Mercosur obligará a Chávez a adaptarse a las condiciones que le impone a sus miembros la llamada cláusula democrática de los estatutos constitutivos del organismo.

Ni más ni menos, esto es lo que hoy tenemos en el campo opositor. Benévolos designios, buena conducta, modales exquisitos. Mientras el adversario le ofrece al país todo lo contrario.

Es decir, que si bien somos distintos, en efecto muy distintos, mucho me temo que de no cambiar la oposición el rumbo de sus pasos, hasta el propio Chávez reconocerá la firme vocación democrática de algunos de sus enemigos y quizá les mantenga abierta alguna que otra estrecha rendija.

Pero a cambio, eso sí, de seguir mandando a su manera hasta el fin de los siglos.

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Fuente: El Nacional


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