Cristo pactando con Judas
Escrito por Jesús Seguías   
Sábado, 31 de Octubre de 2009 07:49

altCuando estalló la crisis económica mundial a finales del año pasado, todos los gobiernos del mundo, menos el nuestro, decidieron desactivar con premura todos los factores que pudieran generar caos y hacer inmanejable la crisis.

Es decir, decidieron darle prioridad a la gobernabilidad en tiempos de crisis.

Ese concepto, que es el ABC de todo gobernante serio y responsable, es casi un clásico entre los manuales gubernamentales del planeta. Lula Da Silva lo aplicó a Brasil y le ha ido muy bien.
Sin haber hecho crisis la economía mundial, ya Lula había olfateado la necesidad de formar un gobierno que gobernara y que generara resultados tangibles en beneficio del pueblo. Y para ello tuvo que liderar una amplia alianza de partidos políticos de todas las tendencias.

Así lo justificó Lula: "Si Cristo viniese para acá y Judas tuviese votos en un partido cualquiera, Cristo tendría que llamar a Judas para hacer una coalición…Cualquiera que gane las elecciones, puede ser el mayor chiita o el mayor derechista, no consigue montar gobierno fuera de la realidad política”.
¿Qué significa para Lula “montar gobierno”? Sencillamente que sea un gobierno que gobierne, que resuelva problemas. Pues para eso lo eligieron.

Dos gobiernos, dos resultados
Lula Da Silva y Hugo Chávez son dos amigos izquierdistas que manejan dos paradigmas completamente diferentes para hacer la revolución. También generan resultados diferentes.
Lula están entregando (con menos recursos que Chávez, y en un tiempo mucho menor de gobierno) un país en franco crecimiento y desarrollo. Chávez, en cambio, está atascado, estallándole en las manos todas las crisis a la vez, sigue endeudando a los venezolanos porque no supo ahorrar durante la bonanza, y para rematar está atado a unas anclas ideológicas oxidadas (pero fuertes) que no le permiten navegar hacia un verdadero cambio.
Lula opta por conciliar, unir, pactar y lograr acuerdos trascendentales para Brasil (convertirlo en la quinta economía del mundo a mediano plazo), mientras que Chávez se dedica a lo que al parecer es su mejor oficio: golpear y golpear hasta dejar Venezuela debilitada, fragmentada, y con graves niveles de ingobernabilidad (y no sabemos por cuánto tiempo). Uno busca aliarse y sinergizar con las economías desarrolladas y exitosas del planeta; el otro destaca por su firme alianza con las economías fracasadas y de gobiernos totalitarios. Uno es un carro que avanza y logra metas, mientras que el otro es un carro chocón, que sólo destruye y que va sin rumbo fijo. Uno saldrá por la puerta grande, amado y respetado por más del 80% de los brasileros, mientras que el otro terminará su mandato rechazado u odiado por más del 60% de los venezolanos.

En la bajadita
A estas alturas del 2009, estamos frente a un gobierno que va en picada. Ya se perdió la furia inicial, la ilusión de la revolución bonita y necesaria. La abulia burocrática los devora. La incompetencia gubernamental es abrumadora (especialmente la del “Gran Timonel”). Los intereses creados surgidos a la sombra de la bonanza petrolera son gigantescos y crean lealtades efímeras y oportunistas. La gama de aprovechadores va desde altos empresarios hasta dirigentes de los Consejos Comunales. Casi todos están metidos en un negocio. Son los electores infieles de siempre. Así, ninguna revolución es posible.
Chávez dijo recientemente que esperaba a la oposición en la bajadita, pero es la oposición la que ahora está esperando a Chávez en la bajadita. 


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