Ciudadanos en acción |
Escrito por Dr. Ángel R. Lombardi G. | X: @lombardiboscan |
Miércoles, 20 de Agosto de 2014 02:18 |
CIUDADANOS EN ACCION
Al igual que conceptos como “pueblo”, “Venezuela Potencia”, “soberanía”, “patria”, “inclusión”, “independencia”, “socialismo” y “revolución”, todos abstractos y con significados variables, la palabra “ciudadano” se presta a una sinfonía de notas tan dispares que es bueno precisar de qué se trata.
Su origen es griego, en la Polis antigua, hasta evolucionar con la aparición de los Estados modernos. De manera más precisa un ciudadano hoy es un habitante de una ciudad, un miembro de una comunidad urbana en donde le toca interactuar con otros ciudadanos bajo la meta de hacerse la vida bajo la utópica aspiración de alcanzar el bien común compartido.
En el caso nuestro particular, en la Venezuela post democracia, el ciudadano es una entelequia, un concepto vulnerado por un Poder que desprecia a la sociedad y sus integrantes sin disimulos de ningún tipo. La ciudad, espacio para la realización del ciudadano, se parece más a un capítulo de Italo Calvino en “Ciudades Invisibles” en donde se rememora a la muerte.
Nuestras ciudades son desestructuradas, caóticas, hostiles, inseguras, sin aceras ni arboles, sin parques ni museos, bibliotecas o teatros de valía. No hay bulevares ni cascos históricos que inviten a su recorrido estimulante. Ni hablar de los servicios públicos donde las motos se convierten en taxis de ocasión para la gente pobre y sin recursos. No hay ciudadanía sin ciudad.
Luego tenemos a un ciudadano minusválido, adormecido, anónimo e invisible al que le han conculcado sus principales atribuciones como actor fundamental en el progreso de su sociedad. Un ciudadano salvaje acostumbrado al maltrato cotidiano y que como respuesta al mismo se convierte en una fiera herida incapaz de practicar el más elemental civismo.
Nuestra ciudadanía se acostumbró al aire malsano y a la indisciplina social a sabiendas que la clase política que la dirige es la primera en subvertir las más elementales normas de convivencia institucional. La indigencia mental de nuestras elites es proporcional a su ambición prevaricadora y delincuente sin apenas rubor.
¿Cómo hacer de personas bajo el desquicio urbano, en la Venezuela cataclísmica de hoy, unos buenos ciudadanos? Esa es la gran quimera que buscan José Lombardi y Daynú Acosta todas las semanas a través de su programa de radio. Desde el análisis de la política, historia, cultura, identidad, economía, sociología, música, y sobre todo, esa rara avis en proceso de extinción: el ciudadano, estos inquietos amigos hacen un servicio a una causa en las cuales ellos creen con entusiasmo.
Reinventarnos y asumir responsablemente nuestros roles de ciudadanos bajo el acompañamiento solidario de unos servidores públicos genuinos (políticos) pudiera ser un elemental bosquejo de esa búsqueda. Mientras tanto, en el ínterin, y desde la voluntad y la imaginación, nuestra ciudadanía maltratada se resiste a vivir en la indignidad.
DR. ANGEL RAFAEL LOMBARDI BOSCAN
DIRECTOR DEL CENTRO DE ESTUDIOS HISTÓRICOS DE LUZ
@LOMBARDIBOSCAN
Al igual que conceptos como “pueblo”, “Venezuela Potencia”, “soberanía”, “patria”, “inclusión”, “independencia”, “socialismo” y “revolución”, todos abstractos y con significados variables, la palabra “ciudadano” se presta a una sinfonía de notas tan dispares que es bueno precisar de qué se trata. Su origen es griego, en la Polis antigua, hasta evolucionar con la aparición de los Estados modernos. De manera más precisa un ciudadano hoy es un habitante de una ciudad, un miembro de una comunidad urbana en donde le toca interactuar con otros ciudadanos bajo la meta de hacerse la vida bajo la utópica aspiración de alcanzar el bien común compartido. En el caso nuestro particular, en la Venezuela post democracia, el ciudadano es una entelequia, un concepto vulnerado por un Poder que desprecia a la sociedad y sus integrantes sin disimulos de ningún tipo. La ciudad, espacio para la realización del ciudadano, se parece más a un capítulo de Italo Calvino en “Ciudades Invisibles” en donde se rememora a la muerte. Nuestras ciudades son desestructuradas, caóticas, hostiles, inseguras, sin aceras ni arboles, sin parques ni museos, bibliotecas o teatros de valía. No hay bulevares ni cascos históricos que inviten a su recorrido estimulante. Ni hablar de los servicios públicos donde las motos se convierten en taxis de ocasión para la gente pobre y sin recursos. No hay ciudadanía sin ciudad. Luego tenemos a un ciudadano minusválido, adormecido, anónimo e invisible al que le han conculcado sus principales atribuciones como actor fundamental en el progreso de su sociedad. Un ciudadano salvaje acostumbrado al maltrato cotidiano y que como respuesta al mismo se convierte en una fiera herida incapaz de practicar el más elemental civismo. Nuestra ciudadanía se acostumbró al aire malsano y a la indisciplina social a sabiendas que la clase política que la dirige es la primera en subvertir las más elementales normas de convivencia institucional. La indigencia mental de nuestras elites es proporcional a su ambición prevaricadora y delincuente sin apenas rubor. Reinventarnos y asumir responsablemente nuestros roles de ciudadanos bajo el acompañamiento solidario de unos servidores públicos genuinos (políticos) pudiera ser un elemental bosquejo de esa búsqueda. Mientras tanto, en el ínterin, y desde la voluntad y la imaginación, nuestra ciudadanía maltratada se resiste a vivir en la indignidad. (*): DIRECTOR DEL CENTRO DE ESTUDIOS HISTÓRICOS DE LUZ @LOMBARDIBOSCAN
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