El Estado amable (a veces)
Escrito por Ignacio Ávalos Gutiérrez   
Miércoles, 18 de Enero de 2012 06:45

altUn Estado gordo y fofo, que ha convertido en empleados suyos a cerca de 2.500.000 venezolanos, lo cual significa un crecimiento de casi 80%


I.

Desde tiempos remotos ­iba a decir que desde Cristóbal Colón, pero se me hizo un poco exagerado­, el Estado ha sido, para nosotros, sinónimo de incompetencia, arbitrariedad, desidia, corruptelas y paremos de contar. Su reforma ha sido, pues, una aspiración casi eterna del país y no hay que olvidar que el presente gobierno llegó a ser gobierno enarbolando la bandera del nuevo Estado: honesto, eficiente, ligerito de equipaje, descentralizado y democrático, capaz de diseñar políticas adecuadas, de regular la convivencia social y controlar ciertos desmadres del mercado.


II.

Sin embargo, luego de más de una década de mando, lo que tenemos es un Estado estatista, si cabe definirlo así, con aspiraciones de estar en todas partes, vendiendo cemento y fertilizantes o atendiendo areperas, por decir algo, no importa que en algunas áreas en las que indiscutiblemente debe estar (¿debo, acaso, recordar el problema de la seguridad?) sea casi un espejismo. Un Estado gordo y fofo, que ha convertido en empleados suyos a cerca de 2.500.000 venezolanos, lo cual significa un crecimiento de casi 80% con respecto a 1999. Un Estado debilitado en su capacidad de hacer bien las cosas, aupado por leyes "voluntaristas" que suponen, de un lado, una realidad chiclosa y maleable a placer y, del otro, un aparato público que está muy lejos de existir, por lo incompetente, lo torpe, desinformado, lento y enredado, para cumplir medianamente con sus deberes.

Un Estado en manos de un Gobierno que se narra a sí mismo en términos superlativos y que, por efectos de la implacable ley sociológica del boomerang, termina siendo víctima de su propio discurso, convirtiendo lo que dice y no pasa en certeza y convicción.



III.

En fin, tenemos un Estado encargado de grandes cosas, varias de ellas propias de una epopeya, pero inerme ante las llamadas, en el beisbol, jugadas de rutina, aquellas cuya realización debe darse por descontada. En el caso del sector público estas jugadas equivalen a tratar de asegurar las condiciones mínimas necesarias para que las cosas normales e imprescindibles de la vida ciudadana puedan ocurrir como Dios manda, verbigracia, que un tipo pueda gestionar su pensión o los permisos para montar un negocio sin sufrir mayores sofocones. Pero pareciera que nuestro Estado (para colmo de males confundido en la práctica con el Gobierno y con el presidente Chávez, hasta hacerse una sola cosa) no es capaz de ello. Sigue pendiente, pues, la tarea de transformarlo, para que deje de ser un factor causante, en buena medida, de nuestra miseria ciudadana.



IV.

Por estos días me tocó hacer un trámite ante una dependencia pública y, desde luego, me preparé para lo peor, obedeciendo a un reflejo condicionado instalado en la mayoría de nosotros.

Pese a ello, seguí fielmente las instrucciones que se me daban y, para mi sorpresa, todo fue dándose según lo indicado, gracias a funcionarios amables, encargados de hacerme liviana la gestión, hasta culminarla de manera exitosa, es decir, sin sobresaltos y en el tiempo indicado, sin sufrir los malos tratos por parte de quien cree que te tiene metido en un puño. Había topado, pues, con el Servicio Administrativo de Identificación, Migración y Extranjería, Saime, dependiente del Ministerio del Poder Popular para las Relaciones Interiores y Justicia.

El Saime, cabe pensar, es escasamente un detalle administrativo menor dentro de un Gobierno dado a la épica. ¿Qué puede representar frente a la soberanía agroalimentaria o tecnológica, o en términos de las luchas que se libran a escala planetaria? Poca cosa, apenas una jugada de rutina, de esas que no se aplauden, a pesar de su enorme importancia. No es jonrón, sólo un toque de bola.

Harina de otro costal Dice la famosa astróloga que la oposición "volverá a ganar en las mesas, pero se intentará que pierda en el resultado final ante el CNE...", y que "el Presidente no aceptará una derrota". Luego añade, sin que sepa uno si es ocurrencia de los astros o de ella, unas recomendaciones sobre lo que se debe hacer (uno supone que la MUD) frente a tales circunstancias. Tenemos, pues, que la astrología, que era una de las pocas disciplinas confiables, ya no lo es.

Es que en Venezuela hasta los astrólogos están polarizados.

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