A Pedro Estrada nunca lo alcanzó la justicia |
Escrito por Luis Perozo Padua | X: @LuisPerozoPadua |
Viernes, 03 de Octubre de 2025 03:17 |
El rostro del miedo En el corazón de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, la Dirección de Seguridad Nacional se convirtió en la maquinaria más temida del poder. Su jefe, Pedro Alcántara Estrada Albornóz, conocido como el Chacal de Güiria, había nacido el 19 de octubre de 1906 en Güiria, estado Sucre, en el seno de una humilde familia católica, personificaba la represión organizada y sistemática. Desde su oficina, instalada en la sede de Los Chaguaramos en Caracas, se decidía el destino de estudiantes, dirigentes políticos, periodistas, sindicalistas y ciudadanos anónimos que se atrevían a disentir. Allí se fraguaron noches interminables de interrogatorios, torturas y desapariciones. Testigos y sobrevivientes narraron escenas de cuerpos mutilados, presos políticos colgados de ganchos, choques eléctricos, celdas de aislamiento y humillaciones diseñadas para quebrar la dignidad humana. La Seguridad Nacional no solo detenía: buscaba desintegrar la voluntad. Bajo la jefatura de Pedro Estrada, 822 venezolanos, entre ellos muchos periodistas, fueron enviados al campo de concentración de la isla de Guasina y miles más abarrotaron las cárceles de todo el país. Entre las víctimas de la Seguridad Nacional se cuentan dirigentes civiles y militares como Leonardo Ruiz Pineda, Antonio Pinto Salinas, Cástor Nieves Ríos, Germán González, Luis Hurtado Higuera, Alberto Carnevali, el teniente León Droz Blanco, el capitán Wilfrido Omaña y Genaro Salinas, entre tantos otros. A ello se suman episodios trágicos como la masacre de Turén y la larga lista de desaparecidos que jamás volvieron a aparecer en los registros oficiales, borrados de la vida pública por oponerse al poder establecido. Era una antigua práctica El uso de cuerpos represivos en Venezuela no nació con Estrada. Ya en el siglo XIX, durante los gobiernos de José Antonio Páez y José Tadeo Monagas, existieron milicias y policías urbanas que sofocaban disidencias. Cipriano Castro creó la Guardia Negra, mientras Juan Vicente Gómez perfeccionó la represión con la temida Sagrada, que convirtió a La Rotunda en un símbolo del suplicio opositor. Tras Gómez, Eleazar López Contreras y Rómulo Gallegos mantuvieron instituciones de vigilancia. Luego, la Junta Revolucionaria de Gobierno, presidida por Rómulo Betancourt tras el golpe de 1945, reorganizó la Seguridad Nacional y la utilizó contra la oposición. Al ser derrocado Gallegos en 1948, se tecnificó el cuerpo y pasó a llamarse Dirección de Seguridad Nacional, dependiente del Ministerio de Relaciones Interiores. La Sección Político-Social, creada en junio de 1949, se enfocó en detectar movimientos comunistas. En esa época, Pedro Estrada fue enviado a Washington D.C. como agregado de la embajada, donde recibió entrenamiento con Scotland Yard, el FBI y la CIA. El 31 de agosto de 1951, tras el fracaso de Jorge Maldonado Parilli al frente de la Seguridad Nacional, fue llamado de nuevo para organizar la institución. La misión era clara: controlar la amenaza comunista. Estrada logró desmantelar atentados y sabotajes, como el frustrado plan contra Juan Domingo Perón, en el que los servicios de seguridad detectaron y desactivaron una bomba. Con esos éxitos, consolidó su poder hasta convertirse en el hombre más temido del perezjimenismo. Juicio ausente La madrugada del 23 de enero de 1958, al caer Pérez Jiménez, la sede de la Seguridad Nacional quedó al descubierto: documentos, sótanos, instrumentos de tortura y cadáveres fueron hallados. La magnitud del horror se revelaba. El nuevo gobierno abrió procesos contra 23 funcionarios de la SN. El juicio culminó en 1963 con condenas ejemplarizantes. Pero Pedro Estrada no estaba allí: había renunciado el 10 de enero de 1958 y escapado al exilio. Pasó por República Dominicana, Miami, en donde estuvo varios meses y se reunió con Marcos Pérez Jiménez, pero, finalmente se estableció en Francia, París, protegido por los equilibrios diplomáticos de la Guerra Fría. Sus subalternos cayeron en prisión, él nunca fue molestado. El seguro secreto Según el historiador Luis Heraclio Medina Canelón, Estrada se llevó consigo un arma poderosa: copias de archivos de la Seguridad Nacional que comprometían a dirigentes políticos de diversas tendencias, incluidos adecos y comunistas. Ese material, usado como seguro, le garantizó que jamás se intentara su extradición. Si lo hacían, amenazaba con exponer colaboraciones incómodas de políticos que en democracia ocuparían curules en el Congreso y cargos de gobierno. Después de su muerte, sectores de Acción Democrática compraron esos archivos a sus familiares y los destruyeron. De este modo, reputaciones de “luchadores por la democracia” quedaron a salvo, y Estrada aseguró su impunidad. En 1982, desde París, Pedro Estrada ofreció declaraciones en las que defendía su actuación y atacaba a sus adversarios políticos. Con un tono retador afirmó: “Yo en el exilio no evado responsabilidades, pago las culpas propias y ajenas, y si me quieren juzgar que me juzguen, entonces ¿cuál es el temor que yo regrese a Venezuela?, ellos son quienes no me dejan entrar. Yo quiero un juicio público y televisado donde toda Venezuela se entere de la mentira que les han hecho creer con un espectacular gasto propagandístico para justificar lo pésimo de su sistema de gobierno, afortunadamente tengo todas las pruebas a consignar (…) Sinceramente me siento en pañales al lado de un Carlos Andrés Pérez al frente del Ministerio de Relaciones Interiores donde se le acusan más de 20.000 muertes.” Esta declaración no fue más que una provocación: jamás regresó a Venezuela ni enfrentó un juicio. Impunidad en el exilio Tras la caída de Pérez Jiménez, Pedro Estrada vivió cómodo y seguro en París con su esposa Alicia Parés Urdaneta y sus tres hijas. Gracias a su experiencia, fue contratado como asesor por la Policía Secreta Francesa (Sûreté), y allí redactó unas memorias que su esposa jamás permitió publicar. En esos escritos, según se cuenta, revelaba nombres de opositores que habían colaborado como informantes de la Seguridad Nacional. Éstos habían entregado a sus propios compañeros a la SN, develando sus operaciones y hasta escondites. El silencio de doña Alicia fue definitivo: hasta su muerte se negó a dar a conocer esos secretos, que hubieran removido los cimientos de la historiografía venezolana. Estrada murió a los 82 años, el 11 de agosto de 1989 en París. Fue sepultado allí, lejos de su Güiria natal. La causa exacta de su fallecimiento nunca se hizo pública. El espejo de hoy El destino de Estrada es metáfora de la impunidad. Quizá murió en paz, protegido por secretos y archivos que comprometían a quienes luego se proclamaron adalides de la democracia. Hoy, como ayer, los represores siguen burlando la justicia. Las celdas de la DGCIM y el SEBIN repiten los métodos de la Seguridad Nacional. El miedo y el silencio continúan siendo herramientas del poder. Pedro Estrada falleció lejos del frío lúgubre de los sótanos; murió con el nombre intacto y la conciencia cubierta por la distancia. Que su tumba sea un recordatorio para quienes todavía creen que el tiempo puede sustituir a la justicia. En Venezuela la sombra de Pedro Estrada sigue alargándose y replicándose: no hay olvido que la cubra, pero tampoco una sentencia que la disipe.
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