Caudillismo y militarismo: dos huellas perennes |
Escrito por Ángel Rafael Lombardi Boscán | X: @lombardiboscan |
Viernes, 26 de Mayo de 2023 00:00 |
entre 1958 y 1998. El caudillismo y el militarismo son el arca fundacional de Venezuela y sus desgracias posteriores y duraderas. La épica civil es apenas una historia mínima, inconclusa y saboteada inclementemente por el partido militar cuya profesionalización plena siempre estuvo en entredicho. Mientras el recuerdo de la Independencia de Venezuela esté asociado al mito y a la épica: una ficción patriótica, los venezolanos nunca seremos capaces de comprender serenamente y de una forma justa el pasado para aprender de sus errores y no repetirlos más. El debate histórico/historiográfico en torno al fenómeno del caudillismo y militarismo en Venezuela es muy largo y se mantiene vigente. Para figuras contemporáneas al Libertador Simón Bolívar como Simón Rodríguez (1769-1854), Fermín Toro (1806-1856), Juan Vicente González (1810-1866) y Cecilio Acosta (1818-1881), muy influidos por la corriente romántica de ese entonces, el caudillo, es un paladín; un auténtico héroe nacional; un macho alfa cuyo prestigio concita la admiración y el acatamiento de las fuerzas desintegradoras. Son los llamados “creadores de repúblicas” que se sobreponen ante el caos de unas leyes que salieron a pasear o que nadie repara en ellas. Más que el mismo Bolívar, el caudillo paradigmático de nuestra Independencia, fue el realista de origen asturiano José Tomás Boves (1782-1814) quién acaudilló la rebelión popular del trágico año de 1814 y acabó con los cimientos de la Segunda República (1813). En cambio para los positivistas de las primeras décadas del siglo XX muy alienados con las ideas de Juan Bautista Alberdi (1810-1884) y un Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888) en el cono Sur, el caudillo, es un jefe predestinado a la ardua e imperiosa tarea de civilizar la barbarie imponiendo la paz a través del predominio de la fuerza. Jesús Muñoz Tebar (1847-1909); José Gil Fortoul (1862-1942), Pedro Manuel Arcaya (1874-1958) y Laureano Vallenila Lanz (1870-1936) justifican las tesis del: “Gendarme Necesario”. La tesis de los tiranos bienhechores toma como punto de partida lo que el mismo Libertador Simón Bolívar dejó plasmado en su muy controvertido proyecto de la Constitución para la República de Bolivia del año 1826: la de un poder presidencialista fuerte capaz de imponer el orden como un sol en que el resto de los planetas y satélites giran en torno al astro mayor. No está demás decir, que dicha propuesta de una especie de Monarquía Republicana, fue la causa de fondo de la ruptura entre Bolívar y los legalistas bajo el liderazgo de Santander y el comienzo de una “guerra civil” entre los mismos Libertadores de Colombia: punto de partida de todo el desarreglo subsiguiente. Los autores marxistas tropicales, surgidos luego del impacto universal que causó la Revolución Rusa del año 1917 como Carlos Irazábal (1907-1991); Domingo Alberto Rangel (1923-2012) y Federico Brito Figueroa (1921-2000) describen el fenómeno caudillista como pernicioso ya que es un aliado de los sectores pudientes; el caudillo ejerce el poder como un señor feudal y de una forma despótica en una economía caracterizada por el latifundio y el empobrecimiento del campesinado como fuerza laboral a su más completa disposición. Para estos autores la infraestructura económica de la colonia se mantuvo inalterable en el periodo republicano y se profundizaron los daños que la “explotación del hombre contra el hombre” produjo dentro del conflicto social entre las clases poseedores de la riqueza y las más pobres y explotadas. No obstante matizan que también existió el “caudillo popular” surgido de la Guerra Federal (1859-1863) y cuyo modelo fue Ezequiel Zamora. Ya otros autores más recientes, auténticos humanistas de una vanguardia literaria que apuntaló el proyecto civilista contra las imposiciones del mundo militar en pleno siglo XX como Augusto Mijares (1897-1979), Mario Briceño Iragorry (1897-1958), Mariano Picón Salas (1901-1965), Caracciolo Parra-Pérez (1888-1964) y Ramón J. Velásquez (1916-2014) van a denunciar sin dobleces “la ley de la guerra” como el ecosistema furibundo en que los caudillos y militares llevan a cabo todas sus tropelías en menoscabo al respeto de las instituciones y leyes. Historiadores universitarios, surgidos luego del año 1958 en el país, y beneficiarios directos de una paz civil casada con la prosperidad petrolera, van a proponer un dictamen mucho más profesional y académico. Nos estamos refiriendo a Germán Carrera Damas (1930) y sus tesis respecto a la pervivencia de una “conciencia monárquica” dentro del imaginario nacional asido por caudillos como expresión de una crisis original, la de la Independencia, no resuelta de forma estructural hasta la aparición del petróleo en las primeras décadas del siglo XX y la construcción del Estado Democrático Liberal de 1945 a 1958. El prestigio del caudillo y sus ejércitos privados era el capital político para hacerse de una clientela mayor que les garantizase el control regional de los espacios; y si tenía la capacidad de “llegar a Caracas”, podía imponer su particular hegemonía aunque nunca indiscutida sobre el resto de los caudillos. Esto va a ser un denominador común durante todo el siglo XIX hasta que Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez fundan en 1903 la Academia Militar y profesionalizan al ejército que pasa a defender al Estado. Un Estado como representación del Poder del caudillo de turno.
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