Rafael Cadenas
Escrito por Antonio López Ortega   
Martes, 15 de Septiembre de 2009 07:13

altEl poeta venezolano Rafael Cadenas ha obtenido en días recientes el llamado Premio FIL de Guadalajara, antes conocido como Juan Rulfo, sin duda uno de los galardones literarios más prestigiosos del orbe hispánico.

En cuanto a distinciones internacionales, es la más grande que ha recibido la literatura venezolana en toda su historia, quizás junto al Premio Príncipe de Asturias para las Artes y las Humanidades que le entregaron a Uslar Pietri en los años 80. Recibe este premio uno de los personajes más humildes, cotidianos y silenciosos que pueda imaginarse en nuestra escena literaria. Un hombre taciturno, peatón esencial, que mide todo el tiempo sus palabras, que frecuenta las pocas librerías realmente literarias que nos quedan en la ciudad.

Es sin duda la referencia mayor, la voz cantante, de lo que su colega y cuasi hermano Eugenio Montejo, fallecido hace poco, llamó la `Generación del 58’, esto es, el grupo de poetas venezolanos que en tiempos de recuperación democrática comenzó a publicar a finales de esa década. Una obra, por lo tanto, sostenida y en evolución durante más de cincuenta años, una vida dedicada a tejer los equilibrios entre silencio y sonoridad, entre ficción e Historia, entre los abismos de la individualidad y las pasiones colectivas. Con sus casi ochenta años a cuestas (los cumple en 2010), hay que admitir sencillamente que el premio FIL de Guadalajara ha distinguido a uno de los poetas mayores de la lengua castellana.

En su fase interpretativa más terminal, los versos de Cadenas remiten a la muerte del sujeto, refieren que los afanes humanos (lo que la Historia consigna) son nebulosas mentales, sueños de seres protagónicos y carismáticos que finalmente sólo cosechan la ruina humana. Si etimológicamente la palabra individuo describe lo que no se puede dividir, Cadenas aspiraría a un estado superior de la conciencia, más cerca de los presocráticos o de las culturas orientales, donde el ser humano se define por lo que es y no por lo que piensa o hace. En este sentido, su poesía apela a una vocación secreta: la de la necesaria armonía que la especie debe establecer con su entorno, la del urgente acoplamiento que la naturaleza humana debe reencontrar con fuerzas cósmicas que la envuelven y determinan. Se entenderá, pues, que al lado de esta profesión de fe, de humildad, los tiempos contemporáneos reflejen el polo opuesto.

Cadenas sólo ve en la Historia la condena del género humano, un fango movedizo que absorbe nuestras potencialidades de trascendencia y nos vuelve seres mundanos, predecibles.

La distinción a Cadenas ­junto a la de Montejo con el premio Octavio Paz o la de Barrera Tyszka con el premio Anagrama­ también viene a corroborar una especie de estos últimos años: los premios o reconocimientos que los escritores venezolanos obtienen provienen de instituciones foráneas o de países extranjeros.

El mecanismo que en todo sistema de políticas públicas debería distinguir a las mejores trayectorias brilla por su ausencia, y son entonces los sistemas externos los que tienen que venir a recordarnos los tesoros que tenemos. Extraña manera de entender la soberanía cultural, pues mientras las páginas oficiales no cesan de lamentarse por la muerte de Benedetti, nuestros poetas vivos o muertos merecen el más radical de los olvidos.

Un país que no reconoce a sus voces mayores o está sordo o está aturdido por los que nunca entenderán el valor del silencio.

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Fuente: El Nacional


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