El maestro Dudamel versus la realidad
Escrito por Iván R. Méndez | X: @ivanxcaracas   
Sábado, 17 de Marzo de 2012 10:34

altNo es fácil acercarse a la alta cultura en el Municipio Libertador de la Gran Caracas. Sobre todo un viernes por la noche cuando a las calles ahuecadas y lóbregas, habitual guarida

de motorizados armados, le sumas el caos vehicular por la falta de semáforos activos y la presencia de buhoneros agazapados entre las sombras.  

Ese fue el proemio que viví, junto a mi esposa, la noche del pasado viernes para acercarnos al ultimo concierto del maestro  Gustavo Dudamel dirigiendo  a la Sinfónica Juvenil de Caracas y a la violonchelista rusa Natalia Gutman como solista.

Estacionamos el automóvil  en la calle, a tres cuadras del Teatro. Negociamos con un vendedor de perros calientes para que estuviera pendiente, pero él nos indicó que a las 08:00 PM se esfumaba de esa calle tenebrosa. Igual lo dejamos allí y corrimos al teatro pisando la mercancía china de los guajiros que se han adueñado de las aceras. En las inmediaciones del Teatro Teresa Carreño nos recibió una coral de revendedores que entonaban "vendo entradas pa  Dudamel" a pesar que el concierto era gratuito.

Acelerados y sudorosos alcanzamos la escalera principal, donde nos encontraríamos con el enlace de prensa de la orquesta y así ingresar a la sala. Apenas llegamos a la cinta roja,  la imponente obra  de Jesús Soto  inició su magia y nos preparó para el universo de arte puro que nos aguardaba. Junto a nosotros, una mujer obsequiaba entradas para el concierto, mientras otra, un tanto desaliñada, las vendía. Teníamos que esperar el Intermedio para ingresar a la sala Ríos Reyna. Logramos llegar a ese espacio que comunica la puerta de la sala con la otra puerta para salir. Es como un pequeño y caliente cuartito que evita la entrada de sonidos del exterior cuando alguien sale por cualquier razón. Aguardamos de pie recibiendo los acordes de Dvorak (1841-1904) cuando la guía, discretamente, entreabrió la puerta para dejar salir el Concierto para violonchelo y orquesta en si menor, Op. 104. La violonchelista Natalia Gutman nos robó el aliento con el “Allegro moderato” que cerraba la pieza.

altNos sentamos luego de los aplausos y larga ovación a Natalia Gutman, a quien Alfred Schnittke le compuso una Sonata y un concierto para violonchelo, según leímos en el programa de mano. Natalia  regresó al escenario e interpretó dos solos que a Daniela  y a mi nos funcionaron como hechizos para compensar la averiada realidad de la capital.

De aquí en adelante todo fue magia.

Pasados unos minutos, los encargados de la sala reorganizaron el escenario, con más asientos para la orquesta y una tarima más pequeña para el director. Los jóvenes prodigios retornaron a la sala, entre risas y diálogos se preparaban para la interpretación del siguiente ruso. El ingreso de Gustavo Dudamel se sintió pleno durante los breves segundos de silente homenaje seguidos de una ovación unánime del público que lo aguardaba.

La pieza de Nikolai Rimsky-Korsakov (1844-1908) galopó feliz bajo la batuta de Dudamel, quien nos introdujo e hizo vivenciar  al máximo las mil y una noches descritas, sonoramente, en la pieza “Scheherazade-Suite Sinfónica Op.35” de 1888. Navegamos esos cuatro movimientos en perfecta armonía con el universo. Los últimos minutos fueron impresionantes, cuando el violín de Andrés Rivas nos obsequió finísimos sonidos en un solo que parecía el encuentro sutil entre la espuma y el agua del movimiento: “Fiesta en Bagdad; naufragio de un barco sobre las rocas”.

Salimos del teatro casi a las 10:00 de la noche.  Atravesamos la boca del lobo hacia  nuestro improbable Ford Fiesta, pero ya no importaba si lo encontrábamos entero, pues Dudamel nos había blindado el alma con un arte mucho más potente que la realidad.

(*): Aquí el sólo de Natalia Gutman en Youtube.

Twitter: @ivanxcaracas


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