La patria futbolizada
Escrito por Ignacio Ávalos Gutiérrez   
Miércoles, 03 de Agosto de 2011 06:46

altEn Venezuela tenemos una historia larga en el fútbol, más de lo que se suele reconocer. Una historia larga, digo, pero de poca densidad, de muchos altibajos y traspiés




I.

El fútbol ha sido, desde siempre un eficaz aglutinante social y cultural, además de un factor importante en el fortalecimiento de la identidad  nacional. En este sentido, la cancha continúa siendo, así pues, un lugar en donde es posible el despliegue de la épica nacionalista. En ella las pulsiones de la globalización se encuentran con férreas resistencias patrióticas, comprobando que el nacionalismo es un muerto que goza de buena salud. Por eso aún hay quien afirma, desde la teoría política, que la definición de Estado no se limita a los tres elementos tradicionales – un territorio, una población, un gobierno -, sino que hay  que añadir un cuarto elemento igualmente esencial :  una selección de fútbol.

II.

En Venezuela tenemos una historia larga en el fútbol, más de lo que se suele reconocer. Una historia larga, digo, pero de poca densidad, de muchos altibajos y traspiés, que hasta ahora, salvo en casos muy contados, no nos ha permitido llegar muy alto en las competencias internacionales, ni, pareciera, haberse colocado muy adentro en nuestro tejido social, ni en el sentimiento patriótico.  

Mi vida quedó indisolublemente ligada al balompié cuando aún no cumplía los siete años y jugué mi primer partido de verdad, es decir, once contra once en una cancha bien marcada con líneas  de cal, vestido con el uniforme del equipo de primer grado “B”  (camiseta verde, pantalón negro y medias blancas, según recuerdo en mi mala memoria), calzando tacos en vez de zapatos de goma, y bajo las órdenes de un árbitro que administraba las sagradas normas de la Fifa. Y crecí sin que nunca se me ocurriera pensar que la Patria tuviera color vinotinto, al paso de me fui haciendo a la idea de que el Campeonato  Mundial no había sido inventado para nuestra selección, condenada fatalmente a las derrotas y a las goleadas, mientras los venezolanos adoptábamos con entusiasmo otras colores,  como si fueran los nuestros  y  si ganaba Brasil, aquí había más escándalo que en Río o Sao Paulo.

Sin embargo, desde hace una década y algo más, las cosas han cambiado.  Luego de un gran esfuerzo – con mucho sudor y menos institucionalidad -, hemos llegado a este equipo de tan buena figuración en la última Copa América. Un equipo que nos hizo ver que no es, para nada, una desmesura pensar que la Patria sea la Selección Nacional de Fútbol, como alguna  vez  lo escribió Albert Camus, portero de un modesto equipo argelino quien, con el correr de la vida, terminó siendo Premio Nobel de Literatura. Así, al revés de lo que creí desde niño,  ahora el país se me ha hecho vinotinto.

III.

Hace unos días, durante un rato, Venezuela, este país caribeño que se cree hecho de beisbol,  se  nos volvió, gracias al fútbol,  lugar compartido. El equipo nacional le plantó lacara a una sociedad rota, persuadida de que sólo tiene razones para la discordia y el desencuentro. Le dio la sensación  de coincidir en  un afán común, basado en la fe, distante de la ideología. Por un rato fue una hermosa metáfora, aunque, como suele señalar Perogrullo, los consensos no se tejen en la cancha, sino en el campo de la política. Pero sería una injustificable equivocación si desconociéramos el extraordinario significado de que esconden las metáforas.
HARINA DE OTRO COSTAL

Al escribir estas líneas, la Asamblea Nacional está a punto de aprobar una nueva Ley  que, con algunas indudables  e importantes virtudes, tiene el grave defecto de inflar demasiado la presencia del Estado en la actividad deportiva nacional.  Así las cosas, cuando se promulgue  tendremos un instrumento que asume la idea de que el Estado es, siempre y en toda circunstancia, el mejor garante del bien general y que la centralización es, siempre y en toda circunstancia, garantía de orden y eficiencia, según ideas del siglo XIX que fallaron en el Siglo XX y que resultan inexplicables en el Siglo XXI.

El deporte es, tal vez, el fenómeno social que más marca, hoy en día,  la civilización humana.  Hacer descansar su importancia, su diversidad y su complejidad,  principalmente  en manos estatales es, dicho sea sin exagerar, un error histórico.

EN/OyN


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