Sobre una pretendida cosmogonía islámica |
Escrito por Jonathan Benavides | @J__Benavides |
Miércoles, 08 de Marzo de 2023 00:00 |
La historia de las civilizaciones testimonia la tensión entre las instituciones políticas y religiosas, su rivalidad y ansia de competición, cuando no de la abierta confrontación, en búsqueda de similares objetivos: el poder de la cúpula y la dominación y control de la base. Por ello, en este sentido, es posible afirmar que las instituciones religiosas son también políticas aunque cuando se ha producido un choque abierto entre lo político y lo religioso es éste el que, a menudo, ha quedado supeditado al primero. Curiosamente esto es contrario a lo que suele opinar la doctrina islámica contemporánea, lo que no nos debe resultar extraño, dado el papel centrípeto de la religión para ellos, ya que si deseamos comprender todo lo que ha acaecido en el pasado y lo que esta sucediendo hoy en el mundo musulmán, hemos de apreciar la universalidad y centralidad del factor religión en las vidas de los pueblos musulmanes, lo que supone asumir una concepción del Islam que resalta su carácter de civilización. Una civilización completa, perfecta, cerrada, que gira en torno al factor religión; el mundo de afuera es corrupto, degenerado y no hay otro remedio que educar al pueblo para convencerle de que la libertad estriba precisamente en la religión. Tal y como lo dejara expresado en su ideario político Sayyid Qutb, la liberación de la tiranía depende de la atribución de toda la autoridad a Dios; enfoque que estima que el Islam pierde su significación básica si se le priva de su dimensión social o de sus connotaciones políticas. ¿Por qué no aceptar el origen humano de la religión?, pregunta que más de un sociólogo laico de las religiones puede hacerse en cualquier introducción. Nuestra respuesta podría ser que es imposible, ya que el Islam no ha sido secularizado, ese es su gran misterio. Todas las demás religiones se ha suavizado, han consentido la ambigüedad de los significados, y sabemos que tenemos razón cuando el profesor indio de la Escuela de Estudios Orientales y Africanos de la Universidad de Cambridge Akbar Ahmed nos dice en su obra “Postmodernismo e Islam” que “…para quienes creen en el Islam, la elección estriba en ser musulmán o ser nada. No hay otra”. De ahí que, un conocido hadiz (dicho) pueda sostener con inalterable naturalidad que “cada niño tiene una disposición innata para ser musulmán, pero sus padres pueden hacer de él un judío, un cristiano o un zoroastra”. Porque con nuestra mentalidad secularizada hemos sido incapaces de apreciar que, para mucha gente en el mundo, la fe religiosa es también una identidad primaria; es algo que viene dado, no es una elección. Dentro de esta visión, la religión suministra un plan básico en el que se integran todas las actividades de la sociedad, económicas, sociales, intelectuales. Concepción que conforma toda la vida de la sociedad y de los individuos del mundo islámico; esto no significa que la visión o la creencia religiosa determina absolutamente todo el modo de vida, dado que hay varios aspectos que poseen una relativa autonomía, pero ejerce un cierto control o presión sobre el conjunto. En cualquier caso, para una aproximación de esta naturaleza la religión es simultáneamente dimensión cultural, ideología política, ritual de revitalización. Todo ello configura una especial y característica cosmogonía islámica que la singulariza en relación a las demás. Vemos que en contraste con las otras grandes religiones universales, el Islam, desde su fundador, era el Estado y la identidad de religión y política se halla indeleblemente estampada en la memoria y la conciencia de los creyentes, reflejada en sus escritos sagrados, historia y experiencia. Para los musulmanes, la religión ha constituido tradicionalmente la base esencial y el foco de la identidad y lealtad. ¿Implica esta afirmación confundir deseos con realidades?, apoyos doctrinales no nos faltarían. Desde los que subrayan la unidad entre religión y Estado, presumiendo el carácter superfluo de todo intento encaminado a marcar la frontera de la política, hasta los que paladinamente aseveran que la vida política no es autónoma ya que está sujeta a las reglas superiores de la fe. De allí que la religión no sea algo separado, sino más bien algo integral en todo aspecto de la vida: oración, ayuno, política, derecho, sociedad. Creencia reflejada en el desarrollo del Estado islámico (el concepto, no el movimiento guerrerista que hoy hace vida en Oriente Medio) y de la sharia; de donde se puede llegar con facilidad a afirmar que la política no solo es una parte importante del Islam, sino, en muchos aspectos, su razón de ser, que es el argumento básico del que se sirven los modernos fundamentalistas, los que pretenden que la política retorne al Islam. Tras la muerte de Mahoma, de uno a otro confín del Imperio musulmán se insiste en recordar que, bajo la dirección del Profeta, el Islam cristalizó en Medina simultáneamente como fe y como sistema sociopolítico. Desde Ghazali (1058-1111) a Taymiyya (1263-1328), en el corazón medio-oriental del Imperio, a Muhammad Baqir, muerto en 1637 en el extremo oriental del mismo, en la India islámica mogola, religión y política son consideradas hermanas gemelas. El Estado y la religión deben ser inseparables si se quiere evitar que la discordia y el desorden prevalezcan en los asuntos de los hombres. La historia nos enseña asimismo que, aunque los califas abasíes que (en alianza con el movimiento mutazilí) derrocaron a sus predecesores omeyas, eran tan autocráticos como éstos, tuvieron un buen cuidado de amoldar su forma de gobierno y su política al Islam, cosa que no siempre procuraron los omeyas.
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