Regalo guayabera roja sin uso, talla L
Escrito por Daniel Gil Machado   
Viernes, 26 de Agosto de 2011 06:59

altLa recibí de regalo cuando una amiga, "consustanciada con los valores del proceso", me la dio esperanzada con que yo la luciera en una de esas jornadas donde líder y pueblo se fundían en uno solo y a donde ella, frecuentemente, me invitaba.

Ha pasado bastante tiempo de eso. Ya ella se divorció del proceso, no es mi amiga y, además, ya el líder no tiene con quien "fundirse".

No es de una EPS o una cooperativa, al contrario, es de una marca reconocida, de lino y de muy buena calidad.

Nunca me la estrené y fue, precisamente, por su color: considero que el rojo no me sienta bien debido a mi negritud (afrodescendencia) y metrosexualidad. Allí comenzó el confinamiento de mi fina prenda tropical al estante, lugar de donde la he querido desalojar infructuosamente en más de una oportunidad inspirado en un profundo espíritu altruista católico: Una vez se la ofrecí al mecánico de la mata de mango de la esquina, a quien no le quedó; estaba (está) macilento, como los niños de los cerros de la canción de Alí Primera. De vuelta a la casa.

Otro día, resuelto a salir de ella, se la ofrecí a un recogelatas, otrora flamante miembro de la casi desaparecida Misión Negra Hipólita, quien me la rechazó bajo el argumento de que "la piedra" lo había hecho perder mucho peso. Sigo con mi guayabera a cuestas.

Otro intento: voy donde el vecino, un oriental entrado en carnes, y se la ofrezco.

Casi me tira la puerta a la cara, diciéndome que él no se iba a uniformar de borrego chavista. De 3 cero.

Sin resignarme a tener que cargar a cuestas con una guayabera que no me queda bien, pienso, luego de la última tentativa de evacuación, que debo regalársela a un amigo mío chapista, quien, sin duda alguna, la aceptará, dada su afinidad por las cosas buenas (toma sólo "güisky mayor de edad") y porque quiere parecerse tanto a Chávez que un día, pasado de palos, me dijo que hubiese querido haber nacido en Sabaneta.

Como buen venezolano no se la llevé inmediatamente.

La seguridad de haberle conseguido destino a la guayabera hizo que me confiara y no actuara con determinación y rapidez. Por ello, cuando ya casi celebraba la despedida de la prenda y, de paso, mi buen obrar cristiano, me encuentro con que el comandante-presidente, acostumbrado a andar disfrazado de chapulín colorado, se preguntó, como si él nunca lo hubiese hecho, ¿por qué debemos vestirnos de rojo? ¡Qué horror! Ni las cenizas de la abuela.

Ojalá sea como cuando metió el paro de vender unos aviones de PDVSA, preguntándose para qué, para luego mandarse a hacer uno a la medida que ni el Emir de Kuwait.

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