| Octubre de 1945: Ciudadanía y Civilismo |
| Escrito por Freddy Marcano | X: @freddyamarcano |
| Martes, 21 de Octubre de 2025 00:00 |
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El 18 de octubre de 1945 no fue simplemente una fecha de ruptura, sino el punto de partida de una nueva conciencia política donde el ciudadano emergió como protagonista de su destino. Fue el momento en que la democracia venezolana comenzó a tomar cuerpo, al consolidarse la primacía del civilismo y al reconocerse que la fuente legítima del poder reside en la voluntad del pueblo. Por primera vez, las mujeres, los analfabetos y los jóvenes a partir de los 21 años pudieron ejercer el derecho al voto, abriendo las puertas a una verdadera soberanía popular que amplió los márgenes de inclusión social y política. Aquella Revolución marcó el inicio de la modernización social del Estado y de un proceso de institucionalización que buscaba articular la libertad política con la justicia social. No fue solo una apertura electoral, sino una transformación cultural que reconocía en la educación el instrumento fundamental de emancipación. La escuela pública, la formación cívica y la conciencia de ciudadanía comenzaron a ocupar el centro del debate nacional. Tal como reflexionaba Arturo Sosa, ese Octubre significó la irrupción del pueblo en la historia, un acto de dignificación colectiva que pretendía sustituir la tutela del poder por la autonomía del ciudadano. En su visión, la democracia no debía limitarse a un cambio de élites, sino a la fundación de una nueva relación ética entre el Estado y la sociedad. La perspectiva de Andrés Stambouli permite comprender ese proceso desde una dimensión estructural. Para él, el 18 de octubre de 1945 marcó el fin de la hegemonía militar andina y el nacimiento de un Estado que debía ser moderno, civil y participativo. Stambouli advertía que aquella revolución, aunque democratizadora, enfrentó el desafío de construir instituciones sólidas capaces de sostener la legitimidad social del nuevo orden. Su análisis subraya que la verdadera prueba de una democracia no está en la conquista del voto, sino en la capacidad del Estado para responder a las demandas ciudadanas con justicia, eficacia y respeto a la ley. En su interpretación, el evento generó la oportunidad inicial de un pacto entre Estado y sociedad que no llegó a consolidarse del todo, dejando abierta una tensión entre el entusiasmo democrático y la fragilidad institucional que aún atraviesa a Venezuela. Desde otra mirada, Simón Alberto Consalvi señalaba que aquella Revolución fue una aceleración histórica: el paso de una república cerrada a una sociedad que comenzaba a reconocerse plural y participativa. Más que un golpe, fue una afirmación de soberanía moral y política. Consalvi insistía en que la institucionalidad, la ética pública y la educación eran los pilares que debían sostener aquel impulso transformador, pues sin ellos la democracia corre el riesgo de desfigurarse en populismo o autoritarismo. En ese mismo espíritu, Gonzalo Barrios −uno de los protagonistas de aquellos días− defendió la idea de que la democracia instaurada en 1945 fue imperfecta pero auténtica. Comprendió que educar políticamente al ciudadano era tan importante como promulgar una constitución, y que la legitimidad del poder debía estar arraigada en la conciencia cívica, no en la figura de un caudillo. Su pensamiento refuerza la idea de que el civilismo no es solo una estructura de gobierno, sino una forma de cultura política donde el ciudadano asume el poder como deber y responsabilidad. El contraste con los tiempos recientes resulta inevitable. Lo que en 1945 fue una revolución cívica y modernizadora se deformó décadas después bajo el ropaje de un discurso que usó la palabra “revolución” para concentrar poder y desinstitucionalizar al país. El llamado “proceso bolivariano” tomó prestado el lenguaje popular del 45, pero vació su contenido civil y educativo, sustituyendo la ciudadanía consciente por la dependencia y el clientelismo que Stambouli había advertido como amenaza a la legitimidad democrática. Hoy, cuando la dignidad del ciudadano parece nuevamente vulnerada y las instituciones debilitadas, el 18 de octubre de 1945 conserva su vigencia como recordatorio de que la democracia no se hereda ni se impone: se construye cada día desde la educación, la participación y la ética pública. La Revolución de Octubre no fue un acto perfecto, pero sí un punto de partida hacia la República civil y social que aún soñamos. Su legado nos recuerda que el verdadero poder está en el ciudadano instruido y libre, no en los liderazgos que lo manipulan ni en las estructuras que lo excluyen. El desafío contemporáneo consiste en recuperar ese espíritu fundacional, rescatar la fe en la educación como base del progreso y devolver a las instituciones su sentido de servicio público. La historia no debe repetirse, sino completarse. Venezuela podrá reencontrarse con su destino si el civilismo vuelve a ser su norte, la dignidad su principio y la ciudadanía su fuerza creadora. Porque, como aún demuestra Octubre de 1945, cuando el pueblo asume su papel como fuente de poder, ninguna adversidad puede eclipsar la posibilidad del cambio. X, IG: @freddyamarcano
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