El Presidente está tratando de evitar que la gente se entere que se está debilitando. De que ya no es aquel hombre que otrora tenía una autoridad popular enorme, que, por cierto, es el verdadero poder. Y no esos gordinflones de respiración intermitente por el exceso de grosura con una “carabina” montada al hombro.

Dos cosas, básicamente, está haciendo Chávez para que el techo del país no le caiga en la cabeza y lo aplaste como a un sapo. La primera de ella es retar a la oposición una y otra vez a un referendo revocatorio en lugar de continuar la marcha luctuosa, penosa, hacia el cadalso político que llegará el 26 de septiembre.

Esta estrategia del primer magistrado, por colosalmente elemental y torpe, no ha hecho mella y ni siquiera ha rozado las estrategias no siempre firmes de las fuerzas opositoras. De modo que ése es un camino clausurado sin ningún tipo de tentación para el equipo de los demócratas ni mucho menos.

Para el segundo punto donde Chávez se afinca para buscar oxigeno y evitar que el mundo se le venga encima como venimos diciendo, me voy a valer de un planteamiento que sobre el particular hiciera Luis Vicente León la semana pasada: “Es la radicalización extrema que estamos viendo en el Presidente, que es simplemente una estrategia para mostrar sus fuerzas, para decirle a la gente cómo van a decir que yo estoy débil, si yo estoy haciendo lo que me da la gana en el país, estoy destruyendo a quien yo quiera, estoy expropiando a quien yo quiera, estoy amenazando a quien yo quiera, estoy atemorizando a mis adversarios, ése es un elemento de campaña que le sirve para demostrar sus fuerzas, que no viene de su popularidad sino del control institucional que él tiene en el país, pero él cree que la gente no va a entender esa diferencia”.

Evidentemente que este plan de hacer ver que él es un gobernante de muchísimo poder, que puede hacer y ordenar las cosas más absurdas y es ciegamente obedecido por el resto de los poderes puede resultarle más útil que el primero que tiene que ver con el fulano revocatorio.

Sin embargo, el país no es el mismo de antes y tiene por supuesto una visión del actual gobierno y de su Presidente diametralmente opuesta a la que tenía hasta hace poco años o sólo meses atrás.

Hay elementos además que son significativos del resquebrajamiento de ese poder omnímodo tales como el hecho de cesantías de funcionarios muy cercanos al entorno presidencial, pues algo malo pasa allí. Gente que hasta hace nada se paseaba por Miraflores como perro por su casa hoy están o en la cárcel o huyendo del país con la INTERPOL pisándole los talones.

Peor aún y lo más revelador de ese desplome es cuando al líder lo irrespetan, cuando le tocan la cara con renuncias intempestivas e inoportunas, en otros casos se las tiran en su cara así sin más, y se desaparecen del mapa de lo más orondos.

La renuncia del Vicepresidente de la República, del ministro de la Defensa, de la ministra del ambiente el mismo día, no es algo muy común en un gobierno picante, menos aún si su salud electoral le garantiza muchos años de vida sana.

Ahora lo más grave de todo esto, casi insólito, es la renuncia del gobernador del estado Lara, Henry Falcón, al partido oficialista del PSUV. Por allí se puede deshacer la pelota y será una referencia esencial para el resto de las regiones del país donde hay serias contaminaciones en el partido de gobierno.

Finalmente no hay que esperar otra cosa de que los frívolos políticos de la oposición comiencen en su inoportuna cantaleta, en su desconcierto habitual de que éste es otro Arias Cárdenas y un poco de necedades más. Que le pongamos la tranca a la puerta para evitar que Falcón se acerque a ayudar en esta tarea que a pesar de todo lo que favorablemente hemos dicho aquí, es y será una muy dura y complicada lucha la del 26S, donde nadie está de más.

Rótulo: El viernes pasado, mi amigo Luis Cisneros Cróquer, cacique de las letras carabobeñas, culto hasta más no decir y oráculo del beisbol, me daba una explicación convincente por este mismo diario de que en el equipo Magallanes no hay pavoso, en singular. Pues, ni modo, que tu palabra vaya adelante, ¡si Luis!