Cada época tiene su encanto, pero ninguna como la Navidad. Es el lapso que marca un tiempo de mudanzas, de renovación de promesas y del eterno renacer de la vida, porque es ese su significado: una fiesta dedicada al niño Dios que nació pobre ente los pobres para dar al mundo la esperanza de paz que necesitaba, ofreciéndole sus enseñanzas y la inmensidad de su amor.

Para los venezolanos, a pesar del desencuentro y del sufrimiento de quienes han perdido algún familiar por causa de la violencia o son víctimas del régimen por defender sus derechos, la pascua es y será un tiempo para el optimismo, para el reencuentro con nosotros mismos y con los otros. Es un canto a la reconciliación para el hambriento de afecto que espera ansioso la llegada de la caricia; de la mirada cómplice; de la palabra que rompa el gélido silencio de la ausencia.

Démosle espacio a la nostalgia y dejemos que las lágrimas surtan su efecto balsámico; sin embargo, por sobre todas las cosas, hagamos que el encuentro de la Nochebuena sea de alegría espiritual y de regreso a los más profundos afectos familiares y de la amistad, de renovación de la promesa de volver a vernos juntos otra vez.

Sintamos esa fuerza interior para abrir nuestros corazones a los otros, a los que nada tienen y ofrezcámosles algo más que un mendrugo de pan o la dádiva para calmar los gritos de nuestra conciencia; hagamos que sientan el calor humano y transmitámosle el verdadero significado de la Navidad, que trasciende la cultura del consumismo y de la lástima, para convertirse en un acontecimiento de reafirmación de la vida.

En estas fiestas, envío nuestro más efusivo saludo a la gran familia venezolana y en particular a la zuliana y a la universitaria, en la esperanza compartida de que la lluvia de afectos pueda cambiar los sentimientos de odio y de revancha que se alberga en el corazón de una parte de la sociedad. Para mi familia y amigos un abrazo fraterno. ¡Feliz Navidad!