La otra siembra |
Escrito por Guillermo Martín | @guimarcastel |
Domingo, 05 de Marzo de 2017 06:50 |
El culto a los próceres convierte a hombres destacados en semidioses infalibles e imprescindibles 1.- Avatares Distintos credos profesan una vida más allá de la presente. La existencia eterna conduciría al individuo hacia un mundo soñado o temido, como recompensa o castigo a sus acciones en la Tierra, o bien hacia una futura resurrección (despertar de la muerte con la misma identidad), reencarnación (renacimiento como otra persona) o la transmigración (renacimiento como otro ser vivo, ya sea animal o planta). Además las religiones predican sobre la llegada de su dios respectivo a este mundo; lo que se conoce como encarnación o avatar, el dios humanado. Por otra parte, en términos de realidad virtual, los usuarios de dicha tecnología o de las redes sociales suelen crear perfiles próximos o no a sus verdaderas identidades. Dichos perfiles son los avatares virtuales. Fusionando lo anterior, la película “Avatar” (2009), dirigida por James Cameron, reinvierte el argumento de la invasión alienígena; a mediados del siglo XXII, los humanos son los invasores de Pandora, luna del planeta Polifemo, habitada por seres pacíficos y primitivos (que recrean los aborígenes americanos aunque con piel azul), buscando apoderarse de un preciado mineral que, siendo el principio vital de allá, podría resolver la crisis energética acá. Sin embargo, la atmósfera de Pandora es tóxica para los humanos; la solución científica es crear avatares artificiales que permitan albergar sus mentes para interactuar con el clan Onomaticaya, guardián del Árbol Madre, bajo el cual reposa el yacimiento del preciado mineral. Los científicos ignoran que los militares acompañantes no esperarán que ellos convenzan a los nativos de entregar pacíficamente su riqueza energética. De hecho, se trata de una invasión. Sin entrar en detalles, “Avatar” nos sugiere la transmigración de humanos en cuerpos extraterrestres y la perpetuación Onomaticaya al fusionarse con las raíces del Árbol Madre; esto último es una metáfora sublime de la muerte: la siembra personal. (Consideremos que para los navajos de Estados Unidos la Tierra es una deidad: la Mujer Cambiante, pues se transforma cada estación; es decir, una concepción de la vida como ciclo).
2.- El Altar de la Patria El culto a los próceres convierte a hombres destacados en semidioses infalibles e imprescindibles. Su ideario y legado devienen en argumentos anacrónicos con los que se pretende justificar cualquier cosa. En el caso venezolano, la literatura apologética sobre Simón Bolívar solía clamar por su “vuelta” o la llegada de su heredero; el clímax de dicho género fue “Reencarnar el espíritu de Bolívar: Bolívar y la guerra revolucionaria” (1998), de José Rafael Núñez Tenorio; y en el caso de sus presuntos herederos, “La rebelión de los ángeles” (1992), de Ángela Zago. En ambas obras, se denota el entusiasmo por el militarismo nacionalista (o por el “golpe bueno”), basado en el supuesto rescate del ideario bolivariano. Ello equivale a decir “si lo hizo Bolívar, es bueno” y “si lo hace en nombre de Bolívar (¡200 años después!), también será bueno”. Más allá del anacronismo, preocupa mucho el interés en “reencarnar” al Libertador, en hacer de aquel comandante carismático –con dudosa trayectoria- un nuevo prócer (por asumir la responsabilidad de una asonada militar).
Si bien aquello del mito del Samán de Güere y el “Árbol de las Tres Raíces” (que ahora son cinco) fue previo a la película de Cameron, la idea del avatar fue tan copiada por el régimen que su propaganda utiliza el eufemismo siembra –pretendiendo actuar por inspiración del difunto líder- e incluso fue proyectado un holograma suyo, simulando caminar por el centro de Caracas el pasado 8 de diciembre, a cuatro años de “su última proclama”… esa transmisión en cadena donde pidió a sus seguidores votar por el entonces vicepresidente ejecutivo, en caso que no pudiese asumir su nuevo mandato. (Una orden del “iluminado” no se discute).
3.- La siembra de los vientos Hace más de un lustro que los periodistas de sucesos no pueden acceder a fuentes oficiales para conocer cifras de homicidios; por tanto, deben partir de las estimaciones de ciertas organizaciones no gubernamentales; el Observatorio Venezolano de Violencia, entre ellas. Más allá de los cadáveres apilados en cada morgue, las autoridades parecen temer a los vocablos homicidio o asesinato. De hecho, en algunos informes, se registraba cifras de muertes según causa y se omitía dichos términos; leyendo entre líneas se distinguía una categoría: lesiones personales. En otras palabras, habría que asociar vocablos y completar el sintagma “muerte por lesiones personales”, para identificar la cantidad de fallecidos a causa de la violencia… Estadísticas muy lejanas a lo estimado extraoficialmente. Por tomar como ejemplo el caso mexicano, sus cifras de asesinatos y desaparecidos en la última década serían muy similares al total estimado extraoficialmente de homicidios en Venezuela. No obstante, si tomamos en cuenta que la impunidad superaría el 90%, en buena medida por el temor de los denunciantes a la represalia criminal, o porque ciertos individuos pondrían en riesgo a su propia familia, ¿cuán grande será nuestra laguna estadística en términos de desapariciones? Pensemos en casos de rapto, secuestro y probable “ajuste de cuentas” que ni siquiera serían denunciados. Nuestro problema más grave no es sólo que el régimen presuma gobernar siguiendo lineamientos de ultratumba, pues no hay líderes imprescindibles. La negación de la realidad es nuestra peor amenaza; la violencia –como argumento e instrumento- podría estar cavando fosas comunes o incinerando cadáveres; al fin y al cabo, esos que nadie reclama no habrían muerto… Cuando mucho los habrán sembrado.
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