Saber decir, saber oír
Escrito por Diego Bautista Urbaneja   
Jueves, 19 de Noviembre de 2009 07:19

altUna de las cosas que más se oye decir contra las fuerzas políticas democráticas es que no hablan de los problemas de la gente, que sólo piensan en asuntos electorales y partidistas y en sus propios intereses, sea individuales o de los partidos. Basta con echar una mirada a los pronunciamientos que hacen los partidos, los dirigentes, la Mesa de la Unidad, para constatar que eso simplemente no es verdad. La mayoría de ellos se refieren a esos "problemas de la gente". De hecho, hay un esfuerzo deliberado de que sea de esas cosas de las que mayormente se hable. Por ejemplo, las últimas ruedas de prensa de la Mesa de la Unidad han sido sobre el problema de la vivienda y sobre el problema de la electricidad.

También tienen los dirigentes democráticos que referirse a los problemas políticos. Hay una expectativa al respecto y los partidos y sus voceros tienen que referirse a ella. Ciertamente que ese es un problema político, y en ese sentido si se quiere no entra en la categoría de "problema de la gente". Pero la colectividad tiene un reclamo pendiente al respecto, el reclamo de la unidad, y los actores políticos tienen que atenderlo en sus declaraciones, a veces con mejor, a veces con peor fortuna.

El caso es que estamos ante un fenómeno sobre el que hay que llamar la atención. Por una parte, las fuerzas políticas que están empeñadas en convertirse en alternativa válida frente a Chávez hacen grandes esfuerzos en esa dirección. Por otra, a la ciudadanía le cuesta percibir ese hecho, admitirlo incluso.

En la política la responsabilidad siempre es compartida. Si las fuerzas políticas hablan de los asuntos que afectan a los venezolanos y estos no lo perciben así, seguramente que hay un problema de emisión de parte de esas organizaciones y sus voceros, y hay también un problema de audición de parte de la ciudadanía.

Dejemos de lado a esos profesionales de la descalificación, que no pueden escribir cinco líneas y declarar más de tres minutos, sin que vaya allí una andanada contra los partidos democráticos. Es su hobby particular. A lo más, constituyen una parte muy accesoria del problema que tenemos entre manos.

Como decíamos, algo pasa con la forma en que las fuerzas democráticas comunican, formulan, montan en escena, sus planteamientos sobre los problemas públicos. Aún no se logra que sean percibidos como se aspira. Falta la insistencia, la repetición, el seguimiento. Eso habrá que irlo perfeccionando, afinando, hasta llegar al punto de que no sea por fallas de técnica comunicativa, el que los mensajes sobre los problemas reales de los venezolanos no tengan en la población la efectividad que se desea.

Se trabaja en ello con mucho ahínco, y no será de extrañar que dentro de poco la colectividad oiga anuncios de peso sobre lo que será una acción de legislativa parlamentaria y de gobierno de parte de las fuerzas democráticas del país.

Pero también hay un problema con el auditorio. Si hay una muy buena rueda de prensa sobre el problema de la electricidad, las cosas pasan como si ella no hubiera tenido lugar. Es cierto, como dijimos, que falta el remache. Pero también parece que la audiencia hubiera contraído una cierta sordera, una cierta indisposición a oír lo que le dicen. La sociedad tiene todo el derecho a exigirle a las fuerzas políticas que se ocupen de los problemas que la aquejan. Pero éstas también tienen el derecho de esperar que aquélla se percate de los esfuerzos que se hacen para atender tal exigencia.

Hay un problema remanente en todo esto. No basta con excelentes planteamientos técnicos sobre cómo resolver los problemas colectivos. No basta con ruedas de prensa, o lo que sea, muy bien montadas y escenificadas. Hay un elemento irreductible, personal, que tiene que ver con el liderazgo, con su capacidad de llegar, de tocar las fibras. Si este elemento no se da o no aparece, la efectividad política de los mensajes democráticos, por de muy alta calidad técnica que sean, siempre será limitada.

En todos esos procesos se está. El de dar prioridad a los problemas de la gente, el de proponerle soluciones convincentes, el de decantar el liderazgo, que más lejos los lleve y que más penetrantemente formule los mensajes democráticos. En el entendido, eso sí, de que siempre será un liderazgo para un pueblo democrático, que no quiere ser el seguidor incondicional de nadie, y que no espera ni necesita mesías de ningún tipo.

Veamos bien, oigamos bien, digamos bien, que el horizonte está en camino de despejarse.

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Fuente: El Universal


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