Guerra de vientos |
Escrito por Fernando Luis Egaña |
Miércoles, 18 de Noviembre de 2009 17:45 |
El mantenimiento de un clima de conflicto político y militar con Colombia es un consejo de Fidel Castro que Chávez aplica con solícito interés. Nadie cree que en Miraflores estén de verdad interesados en precipitar una confrontación bélica con la vecina Colombia, pero si parecen convencidos que a la "revolución bolivarista" le conviene un ambiente de "vientos de guerra" que les ofrezca un arma política interna y externa de variable utilidad. Todo régimen despótico necesita de un enemigo foráneo que represente una "amenaza inminente". Estados Unidos, a quien Pdvsa le cumple escrupulosamente el suministro petrolero, desempeña ese papel para el régimen nacional. En la era del beligerante Bush, la retórica respectiva tenía algo de verosímil, pero en la de Obama el discurso oficialista se hace más cuesta arriba. De allí la necesidad de apelar a la "agresión colombiana", léase el acuerdo entre Bogotá y Washington sobre las bases militares, a fin de sostener el discurso oficialista. ¿Qué gana Chávez con ello? Primero, refresca el argumento de que los gringos están listos para invadir a Venezuela y acabar con la "revolución", sólo que a través de su contubernio con Álvaro Uribe. Segundo, le permite seguir apelando al expediente patriótico para sensibilizar y movilizar a su base socio-política. Tercero, le ayuda a tratar de desviar la atención sobre los acuciantes problemas que afectan al conjunto de los venezolanos. Y cuarto, le da una coartada de importancia para continuas restricciones en materia de derechos y garantías, con base al principio de la protección de la seguridad nacional del país. Así por ejemplo, la embestida contra el gobernador tachirense César Pérez Vivas, o el zuliano Pablo Pérez, se envuelve en el manto de la traición a la patria. O los alegatos de Diosdado Cabello sobre la manipulación mediática, se recubren con el barniz de la defensa de los intereses nacionales ante el acoso exterior. O una eventual modificación de los calendarios electorales se justificaría en nombre de la seguridad de la nación. Es más, si por algún azar del destino ese acuerdo fuera desechado, el señor Chávez buscaría y seguramente encontraría otro motivo para mantener el ambiente de amenaza externa, incluso con Colombia. El propósito, desde luego, es que la cuerda esté tensa pero no se rompa; que se le saque el máximo provecho posible sin llegar a la violencia castrense; que la inminencia se vuelva permanente, y por tanto los vientos de guerra no dejen de soplar para que se mantenga alzado el garrote despótico sobre la nación venezolana.
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Fernando Luis Egaña
El mantenimiento de un clima de conflicto político y militar con Colombia es un consejo de Fidel Castro que Chávez aplica con solícito interés.
Nadie cree que en Miraflores estén de verdad interesados en precipitar una confrontación bélica con la vecina Colombia, pero si parecen convencidos que a la "revolución bolivarista" le conviene un ambiente de "vientos de guerra" que les ofrezca un arma política interna y externa de variable utilidad.
Todo régimen despótico necesita de un enemigo foráneo que represente una "amenaza inminente". Estados Unidos, a quien Pdvsa le cumple escrupulosamente el suministro petrolero, desempeña ese papel para el régimen nacional.
En la era del beligerante Bush, la retórica respectiva tenía algo de verosímil, pero en la de Obama el discurso oficialista se hace más cuesta arriba. De allí la necesidad de apelar a la "agresión colombiana", léase el acuerdo entre Bogotá y Washington sobre las bases militares, a fin de sostener el discurso oficialista.
¿Qué gana Chávez con ello? Primero, refresca el argumento de que los gringos están listos para invadir a Venezuela y acabar con la "revolución", sólo que a través de su contubernio con Álvaro Uribe. Segundo, le permite seguir apelando al expediente patriótico para sensibilizar y movilizar a su base socio-política. Tercero, le ayuda a tratar de desviar la atención sobre los acuciantes problemas que afectan al conjunto de los venezolanos.
Y cuarto, le da una coartada de importancia para continuas restricciones en materia de derechos y garantías, con base al principio de la protección de la seguridad nacional del país.
Así por ejemplo, la embestida contra el gobernador tachirense César Pérez Vivas, o el zuliano Pablo Pérez, se envuelve en el manto de la traición a la patria. O los alegatos de Diosdado Cabello sobre la manipulación mediática, se recubren con el barniz de la defensa de los intereses nacionales ante el acoso exterior. O una eventual modificación de los calendarios electorales se justificaría en nombre de la seguridad de la nación.
El tema de las bases gringas en Colombia, o del reforzamiento de la presencia militar gringa en bases colombianas --realidad que debemos rechazar en Venezuela por esa antigua condición de país libre de contingentes militares extranjeros en nuestro territorio, no es la causa sino la excusa para darle renovada sustancia a la estrategia miraflorina de atizar la brasa del enemigo imperialista que se encuentra presto a clavarle sus garras al proceso revolucionario.
Es más, si por algún azar del destino ese acuerdo fuera desechado, el señor Chávez buscaría y seguramente encontraría otro motivo para mantener el ambiente de amenaza externa, incluso con Colombia.
El propósito, desde luego, es que la cuerda esté tensa pero no se rompa; que se le saque el máximo provecho posible sin llegar a la violencia castrense; que la inminencia se vuelva permanente, y por tanto los vientos de guerra no dejen de soplar para que se mantenga alzado el garrote despótico sobre la nación venezolana.
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