El gerencialismo como excusa de la antipolítica
Escrito por Elis Mercado M.   
Jueves, 17 de Septiembre de 2009 06:45

altEl virus de la antipolítica y el antipartidismo son quizás el factor que más daño le ha hecho a la democracia. Los oportunistas de oficio, que bien saben extraer de cualquier falla o error que se cometa en el complejo mundo de lo político pingues beneficios. Ese virus, más otros elementos aportados por los mismos políticos y los partidos, caracterizaron el quiebre de la credibilidad institucional en el ejercicio de la política en el último tercio del siglo XX. Lo político, la política y los partidos pasaron a ser una especie de leprosidad, capaz de contaminar a todos aquellos que a ellos se acercaran.

Empezaron a desdibujarse los gestos heroicos, las brillantes hojas de lucha de mujeres y hombres contra la peste militar-dictatorial que asoló nuestro continente.

La peste antipolítica no es nueva. En el transcurso del siglo XX ella vivió momentos estelares, aunque con ropajes diferentes y a veces imperceptibles. Durante el gomezalato se vivió aquella amenaza del eslogan “paz y trabajo” que señalaba que se quería paz (en los cementerios), es decir tranquilidad traducida en no meterse en “vainas” y trabajo (en las carreteras se decía) como una amenaza permanente para la población.

Esa manera de afrontar la política y afrentar a los políticos, hubo de cambiar durante los vaivenes que se vivieron en el país desde la muerte del grotesco y astuto dictador, hasta aquel acto reivindicador que fue el 18 de octubre de 1945, pese a sus esfuerzos febriles. Luego surgió de nuevo la bota militar esta vez liderada por el antiguo compañero de golpe de Betancourt, el teniente coronel Pérez Jiménez y su combo grasiento, y de nuevo el mensaje era que la gente se inhibiera de meterse en política “quien no se mete en política puede estar seguro que el gobierno no se meterá con él”. Poco duró el silencio de las almas, con sus episodios de heroísmo adeco-comunista. Se impuso de nuevo la política, como una continuación gloriosa de las jornadas del 14 de febrero de 1936, piso inicial indiscutible del ejercicio democrático en nuestra historia republicana.

Vino el 23 de enero con su carga de alegría, de jolgorio democrático con los gritos de libertad y justicia. Vino de nuevo la política y con ella el debate, la discusión, el análisis porque es bueno recordar que en los regímenes autocráticos y autoritarios, con fuerte vocación dictatorial y totalitaria esos elementos de la tolerancia no son admitidos y muy por el contrario son reprimidos. Desde mi memoria de joven, casi niño, provinciano y llanero, aún recuerdo ese despertar de conciencias, y creo que sellaron la fe en la democracia que aún conservo y que ya creo que fortalecida y blindada para siempre.

La política es el componente fundamental del ejercicio democrático, la política es el vehículo de la tolerancia. La vía para evitar la guerra y conservar la paz. Donde no hay política no hay diálogo sino confrontaciones, no hay adversarios sino enemigos, no hay debate posible sino eliminación del que no piense como yo. Donde no hay política no hay ni puede haber democracia. Igual si no hay partidos no hay manera de vehicular el ejercicio ciudadano, es decir la política.

La capacidad gerencial, sobre todo en el área de gestión pública, debe ser inminente y transcendentalmente política. No es un escenario aséptico, incontaminado, de pura exhibición de musculatura profesional, de pericia técnica. Una especie de supra-estructura tecnocrática que vigila, supervisa y dirige la acción de los políticos y los partidos, y cuando digo políticos digo ciudadanos que es lo mismo y se escribe igual. Risible y absurdo, pues, resulta la expresión “yo no soy político” en boca de quienes detentan cargos públicos, expresión ésta cargada o de vulgar oportunismo o de crasa ignorancia, o de las dos cosas.

Una exitosa gestión se debe atribuir y cargar a una buena política, lo que implica buenas asesorías y buenos recursos técnicos al servicio de esa política. La anti-política no cabe ya como discurso ni como excusa.


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