El ocaso del petróleo barato
Escrito por Rómulo Ruiz Sandoval   
Jueves, 21 de Enero de 2010 19:51

altLa humanidad ha vivido en los últimos 100 años la edad del oro negro; una era de incontenible desarrollo impulsada por la aparentemente infinita marea viscosa que yacía expectante por millones de años bajo la superficie, esperando el momento de ser aprovechada para revolucionar el mundo conocido. Ese líquido terrenal, de repugnante apariencia, se convirtió sin duda alguna en sangre y corazón de la nueva sociedad industrial, brindando comodidades y calidad de vida nunca antes imaginadas.

Con el paso del tiempo, apoyada en los avances tecnológicos producto de la edad petrolera, la población mundial ha aumentado exponencialmente, a la par del consumo energético. Las voces previsoras como la del gran Venezolano Juan Pablo Pérez Alfonso, padre de la OPEP y pionero de la conservación estratégica de los recursos petrolíferos, fueron acalladas por ser consideradas molestas y atentar contra el dinero rápido y fácil. Por el contrario, privó el modelo clásico de maximización de ganancias en el menor tiempo posible, tanto en las ávidas empresas petroleras como en los mismos países de la OPEP.

Esta actitud en las empresas petroleras, aunque nociva, sigue cierta lógica, pero en los países petroleros constituye un salvaje atentado contra el patrimonio nacional, un robo descarado a las generaciones futuras. La rápida extracción y venta de los recursos energéticos, a bajos precios y en las peores condiciones económicas, no solo significa un bajo retorno en la venta sino la liquidación masiva del más valioso de los recursos. Muchas veces vale más el crudo bajo tierra que en el mercado.

Lo más preocupante de la cuestión, es que a día de hoy la mayor parte de los científicos, incluyendo a los del stablishment, coinciden en que el “pico petrolero”, momento donde la producción mundial de crudo convencional alcanzará su máximo histórico para posteriormente descender, está próximo a ocurrir entre los años 2020 y 2030 (o incluso antes), y solo algunos fundamentalistas de mercado creen que por obra y gracia del espíritu santo seguirá existiendo una oferta ilimitada de crudo y las reservas seguirán creciendo.

Pero la evidencia confirma la teoría del pico petrolero. M. King Hubbert, geofísico que trabajó para la Shell, determinó que la extracción de crudo de un yacimiento cualquiera sigue una función gaussiana, es decir una forma de campana con, primero, un lento y sostenido período de producción creciente, luego, un incremento acelerado que finaliza en una meseta (el pico) para, finalmente, emprender una pronunciada cuesta abajo en la producción, llevándola a un declive irreversible.

En 1956, presentó en San Antonio, en una reunión de la American Petroleum Institute, su investigación sobre el pico petrolero, y predijo que para 1970-1971 Estados Unidos alcanzaría su cenit, para ceder paso a su posterior declive. Fue tachado de fatalista, pero el tiempo le dio la razón: En 1971, el gigante del norte alcanzó su máximo histórico y a partir de entonces su producción ha venido en caída libre.

Y para redondear el apocalíptico escenario que se avecina, tenemos las cifras de reservas probadas de los países de la OPEP, tan turbias como el mismo excremento del diablo. A partir de la creación del sistema de cuotas de la OPEP, en 1983, que asigna una cantidad determinada de crudo a producir a cada miembro en relación directa con sus reservas, todas y cada una de las naciones procedieron a afirmar que habían doblado sus reservas, sin exploraciones que lo acreditasen. Y posteriormente, procedieron a compensar la cantidad de crudo liquidado con supuestos nuevos descubrimientos, casualmente iguales a lo explotado, para mantener la cuota intacta. Incluso, en la mayor parte de los países del Medio Oriente, la información detallada de las reservas, por yacimientos, es considerada secreto de estado. Se estima que el campo de Ghawar en Arabia Saudita, el más grande del mundo, que produce más de 5 millones de barriles al día ( más de la mitad de la producción de su país y el doble de Venezuela), alcanzó su pico en el año 2005. El mismo ejemplo lo podemos ver en los secos campos de crudos ligeros y medianos del occidente venezolano.

No se debe caer en el error de asumir que el petróleo se va a acabar en los próximos 20 años, ese no es el caso. El problema real yace en que al disminuir la producción de crudos convencionales se generará un diferencial con respecto a la demanda energética, impulsada por el crecimiento de China, Brasil y la India. En este escenario, los gigantescos yacimientos de crudo extra-pesado del Orinoco y las arenas bituminosas de Athabasca (Canadá) pueden constituir una salida temporal para mitigar ese diferencial mientras se siguen desarrollando nuevas fuentes de energía renovables. Pero la tecnología de recuperación de este tipo de crudo es cara y apenas puede recuperar un pequeño porcentaje de esas reservas potenciales. Gran parte de los esfuerzos Venezolanos deben hacerse en el área de investigación de técnicas refinación y mejoramiento, de la mano con Canadá, nuestro más lógico socio en el tema, para garantizar en un futuro próximo el suministro mundial de hidrocarburos perdido por el declive de la producción convencional. La creación de un fondo de investigación para las nuevas tecnologías que abarque las fuentes verdes renovables y la refinación de crudo extra-pesado, a partir de los ingresos por ventas de hidrocarburos, constituye una indispensable herramienta para sembrar el petróleo y posicionar a Venezuela como una potencia energética en el mundo post-petrolero, mientras que al mismo tiempo se capea el temporal de la Enfermedad Holandesa que tanto daño le ocasiona a la economía nacional.

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