Eduardo Strauch: “aprendí a valorar el silencio en la odisea de los Andes” |
Escrito por Iván R. Méndez | X: @ivanxcaracas |
Martes, 11 de Junio de 2024 00:00 |
El 13 de octubre de 1972 un grupo de jugadores de rugby abordaron en Montevideo el avión Fairchild 571 rentado a la Fuerza Aérea Uruguaya que los llevaría a Santiago de Chile. Pero no fue así. No había manera de predecir que uno de los pilotos no tenía la experiencia requerida para volar sobre la cordillera de los Andes, menos aún, que antes de partir los tripulantes tomaron vino durante el almuerzo y siguieron consumiendo whisky en la cabina del avión, como lo evidencia la botella que apareció entre los restos de la aeronave, según nos relató en Caracas el arquitecto, escritor y conferencista Eduardo Strauch (Montevideo, 1947), una de las 16 personas que vivió la odisea que empezó con el choque del vuelo 571 contra la cordillera de los Andes y continuó, durante 72 días, con una batalla feroz entre los sobrevivientes y la montaña. De los 32 que se salvaron del choque aéreo el 13 de octubre de 1972, solo 16 resistieron hasta ser rescatados con vida pocos días antes de Navidad. Esa historia reposa en la memoria colectiva del mundo bajo el rótulo “la tragedia de los Andes”, y cada cierto tiempo un libro, un documental o un film de ficción la recrea para la siguiente generación. Actualmente, el testigo de esa carrera lo lleva el director de cine español J.A. Bayona quien logra retratar fielmente lo sucedido en su largometraje “La Sociedad de la Nieve”, colgado en Netflix y que estuvo entre los favoritos para llevarse un Oscar como Mejor Película Internacional. Escribo odisea y no “tragedia” o “milagro”, y es que Strauch le replicó a una periodista que no le gustan esos adjetivos, sino que prefiere hablar de odisea, y así lo haremos durante los próximos párrafos.
“El alemán” en Caracas Un largo vuelo de 20 horas (Uruguay – Panamá – Venezuela) tomó Strauch para llegar a Caracas a impartir su conferencia sobre resiliencia, voluntad, y el control mental necesario para “superar la cumbre más alta que se le ha presentado en su vida”, indica la publicidad de Eventi, la productora que lo trajo al país para presentarse en el Hotel Eurobuilding, el colegio Emil Friedman (Caracas) y otra serie de actividades. Strauch es un hombre cordial, que escuchó concentrado cada una de las preguntas que realizamos los convocados a la rueda de prensa. Destaca la asertividad de las respuestas del conferencista al momento de ser abordado con preguntas del tipo ”¿Hizo las paces con Dios?” “¿Cree en el destino? Sigan leyendo para que se conecten con un hombre centrado en la vida, que no cree en el destino, que valora el tiempo y, sobre todo, que es portador de un elan vital que lo impulsó a subir el Kilimanjaro hace año y medio y lo hace querer vivir mucho más. Quizá su mayor temor sea quedarse sin tiempo “para ver crecer árboles que recién he plantado, ver a mis nietas creciendo, seguir viajando y conociendo gente y lugares, seguir haciendo obras de arquitectura, seguir disfrutando cada día de la vida. Que me recuerden como un tipo que vivió lo más posible y de la mejor manera posible”, comentó. Entre los 45 pasajeros del vuelo 571 estaban los primos Strauch: Eduardo, Daniel y Adolfo. Eduardo, conocido por su apellido como “el alemán”, asumió parte del liderazgo durante esos días sin comida ni agua y azotados por un clima de 30 grados bajo cero. Todos sabemos que esa odisea ocupó los periódicos y medios audiovisuales de la época, ya que los sobrevivientes tuvieron que alimentarse con los cuerpos de los viajeros fallecidos. En Uruguay, la dictadura militar hizo todo lo posible para silenciar el tema, pues fueron sus pilotos los que ocasionaron el accidente. Una de las familias que intentó demandar a la Fuerza Aérea uruguaya tuvo que desistir, comentó Strauch.
“El tiempo es un misterio para mí” Le preguntamos a Strauch si el vivir esa esa odisea cambió su percepción del tiempo, ¿Cómo se redimensionó el tiempo para él? ¿El tiempo vale más, es más relativo? “Me han hecho miles de preguntas durante estos 50 años, pero esa jamás me la han realizado (risas). Incluyendo el libro que escribí (Desde el silencio ) , donde tengo un capítulo sobre el tiempo. Y es que el tiempo es un misterio, sigue siendo un misterio para mí. Me cambió totalmente la perspectiva del tiempo después que viví esa odisea. Muchas veces me han preguntado si me aburría en tantas horas, noches y días, pero no, jamás tuve esa sensación de aburrimiento, el tiempo es tan relativo, qué es poco o mucho. He ido más de 20 veces a los Andes y seguiré yendo. Cada vez que voy ahora puedo llorar a mis amigos muertos, ya que entonces no pude, y a veces me digo: ¡Qué absurdo! 50 años después y todo es tan relativo. Me preocupa quedarme sin tiempo para hacer todo lo que quiero hacer en la vida, por eso estoy muy pendiente del tiempo, lo aprovecho al máximo y le digo a los grandes y chicos en mis charlas que aprovechen el tiempo al máximo, que éste no se recupera”. Aunque sus amigos le comentan que “está loco” por volver una y otra vez al sitio del accidente, Strauch afirmó que “el motivo más importante para regresar era no olvidarme de todo lo que aprendí. Al volver a la vorágine, al ruido de la civilización, comencé a olvidarme, a quedar otra vez tapado por el vicio de contaminación de la sociedad. Empecé a ir para sacudirme eso y volver purificado. Quizá también fue importante llevar a mi mujer y mis hijos para que entendieran un poco más que fue lo que vivimos, y solo estando allí podían hacerlo”. “La Sociedad de la Nieve” Para Strauch el largometraje dirigido por Bayona está contado con una fidelidad de un 90 por ciento. El director le dedicó una década a la producción, se reunió con los sobrevivientes para conversar sobre los mínimos detalles (olores, sonidos, ropa) y tratar de reflejarlos en la producción. “La película es una explosión impresionante. Generaciones de chicos de 12 y 14 años cuyos padres y abuelos habían oído la historia, con la película quedaron fascinados y ahora todo va de vuelta. Mucha gente, incluyendo mi mujer y hermanos, me dicen que recién con la película de Bayona tomaron conciencia de lo que viví”, comenta. Hoy los sobrevivientes se mantienen en contacto, se reúnen con cierta frecuencia y tienen un grupo de WhatsApp.
Una reconexión difícil Volver a conectar con la civilización fue muy difícil para el joven estudiante de arquitectura. Le tomó una década ir madurando hasta reconectarse con su entorno, con sus actividades cotidianas e incluso con personas con las que estaba vinculado. Sin embargo, de esa experiencia le quedó una herramienta: la “fuerza mental”, que “en ese momento era totalmente desconocida para nosotros, para mí. Aprender a utilizar la mente en aquellas circunstancias. Después de eso, pude afrontar problemas que parecían imposibles para mí solo, y mis amigos me decían, chico, acudí a un psicólogo que te ayude, pero con el poder mental que tenemos todos pude solucionar esas dificultades”, asegura el conferencista. La madre de Eduardo le sugirió salir a contar su experiencia y aprendizajes como un apóstol, pero él se negaba. Pasado medio siglo, ahora lleva adelante una especie de apostolado, “hay muchas cosas que gané de esta experiencia, al compartirla me enriquezco yo y sé que le aporto a muchas vidas; por testimonios, sé que he salvado muchas vidas. Se han salvado de suicidios y depresiones profundas por nuestra historia”. “Me siento feliz al volar” Ante la pregunta de cómo se siente ahora al abordar un avión, Strauch confiesa que hoy se siente feliz al hacerlo. “Siempre me gustó volar, me encantaban los aviones. A los dos meses de regresar me dije o vuelo ahora o se me hará más difícil, así que hice dos vuelos a Buenos Aires de 40 minutos, y con todos los argumentos y todo el potencial que había descubierto que tengo, perdí totalmente el miedo. Vuelo millas y millas, y aunque he tenido algunos episodios en esos vuelos, nunca más tuve temor de volar”. ¿Hizo las paces con Dios? Asegura Strauch que durante los 72 días en la cordillera odiaban a la montaña, a los pilotos y, sobre todo a Dios, por lo que les pasó. Ante esa afirmación le preguntaron si ya hizo las paces con Dios, y respondió enfático, “no hice las paces con Dios, porque no creía en Dios cuando llegué. Había sido educado en colegios católicos y la familia de mamá también, pero yo había llegado a la cordillera sin religión, buscando el camino yo solo. Y hasta el día estoy contento y muy seguro por el camino que he elegido. He conectado con lo espiritual, con el cosmos, con el universo, con la naturaleza y así que no tuve que hacer las paces con nadie. Pero la verdad es que odiamos a Dios, a la montaña y a todo lo que podíamos odiar”.
La radio como “salvación” Miguel Sogbi, CEO de la agencia TMO, le preguntó a Strauch sobre la importancia de tener un radio durante los días atrapados en la cordillera. El conferencista respondió que fue fundamental, “la incertidumbre hubiera sido terrible si no teníamos ese contacto con el mundo exterior. Primero sabíamos que nos buscaban, luego supimos que nos dejaron de buscar y era importantísimo saber eso, que ya no quedaba más ayuda externa, y entonces teníamos que empezar a actuar por nuestra cuenta. Alguien me preguntaba si escuchábamos música, y le dije que no, no queríamos gastar la batería, igual nadie tenía ganas de escuchar música”.
El silencio me da fuerza Al preguntarle a Eduardo sobre su experiencia con el silencio en la montaña, sobre su percepción de este y su necesidad de escapar del ruido urbano, explicó que “aprendí a valorar el silencio en la odisea de los Andes, me ayuda mucho en algunos momentos. Me he dado cuenta que al tratar de salvarme de la vorágine del ruido estar en silencio me ayuda a conectar conmigo mismo. Creo que a jóvenes y viejos les da miedo estar solos, buscan el ruido y estar con gente. He tenido experiencias muy espirituales que me dan mucha plenitud, en la playa, disfrutaba muchísimo el silencio y ahora me quedé en el campo, convivo totalmente con el silencio, lo disfruto, lo aprendo, siento que me mejora, que me da fuerza, me da energía.”
Estudiar: la clave para sobrevivir En sus charlas con jóvenes estudiantes les indica “que no desperdicien el tiempo, que no desperdicien las posibilidades de estudiar. Fue fundamental en nuestra historia el nivel de educación que teníamos, sin eso no hubiéramos salido. Éramos pre universitarios y algunos universitarios, teníamos nociones de muchas cosas. Tuvimos que inventar todo de la nada con nuestra creatividad y algunos conocimientos que ya teníamos. Además, es importante que los jóvenes sepan que de cualquier problema que tenemos en la vida siempre salimos mejores que como estábamos, siempre lo superamos y hay que estar seguros que somos capaces de superarlo. Hay que sacar algo positivo de los momentos difíciles y duros”, comenta Strauch.
Los rescatistas que se dirigían en helicópteros hacia la cordillera andina ese 23 de diciembre de 1972 quizá no imaginaban que los 14 sobrevivientes que aguardaban en el fuselaje del avión tenían varios días embargados de felicidad… y es que por radio se enteraron que los venían a buscar… “y nos preparamos para el contacto con la civilización, y desde que oí la noticia en la radio hasta dos o tres semanas después estuve en estado de felicidad absoluta, y aunque siempre digo que la felicidad son momentos, y es así, estuve feliz hasta dormido. Fue una explosión de la felicidad cuando vimos los helicópteros. ¡Qué momentos!”.
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