En un intervalo de 24 horas ocurrieron dos hechos políticos en África que ocuparon la atención de la Comunidad Internacional y, por supuesto, ambos acontecimientos generaron diversos tipos de reacciones por las connotaciones políticas que originan en la actual coyuntura mundial.
El primero tuvo que ver con la gira que realizó el 9 de julio a Guinea Ecuatorial el ministro de Asuntos Exteriores y Cooperación de España, Miguel Ángel Moratinos, y una delegación de políticos y empresarios españoles.

El segundo caso, la visita que hizo dos días después a Ghana el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, luego de su periplo por Rusia y de asistir a la cumbre del G-8 en Italia.

En otras circunstancias, aquellas giras no habrían tenido la trascendencia política que tuvieron.

En efecto, 24 horas antes que Obama aterrizara en el aeropuerto internacional de Kotoka, en Accra, capital de Ghana, e hiciera un enérgico llamamiento para que los africanos acaben con la corrupción y prácticas antidemocráticas; en Guinea Ecuatorial, una ex colonia española, el ministro Moratinos y su comitiva, encabezada por la emblemática figura de Manuel Fraga, la persona que en representación de España firmó el acta de independencia de Guinea en 1968, fueron recibidos con honores militares por el presidente Teodoro Obiang Nguema, uno de los dictadores más sanguinarios y despiadados de África.

Mientras Obama fue crítico con las frágiles instituciones en África al afirmar que “no hay ninguna razón para que África no sea eficaz” y reiteró que “el futuro de África depende de los africanos y de sus buenos gobiernos” y condenó las dictaduras.

En Malabo, capital de Guinea Ecuatorial, el ministro Moratinos se congració con el tirano Obiang, al decir que “los objetivos se habían cumplido ya que se ha abierto una cantera de oportunidades para empresas españolas” y el déspota de Obiang anunció a sus ilustres huéspedes que “el gobierno los invita a invertir con facilidad de oportunidades”.

Evidentemente que detrás de la gira de Moratinos lo que se fraguó es la entrada de una serie de empresas españolas en la puja por el control de nuevos contratos de exploraciones petroleras y de gas, porque hasta el momento las compañías españolas no se han beneficiado de la bonanza petrolera.

Por lo tanto, el interés del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero radica en que las compañías ibéricas entren en el festín de los negocios petroleros que controlan seis conglomerados de Estados Unidos y Francia.

De esta manera, el gobierno español afianza sus intereses geopolíticos en Guinea Ecuatorial, un país de 26,017 kilómetros cuadrados y una población de menos de 500 mil habitantes.

Pero con una inmensa riqueza petrolera que lo sitúa como el tercer productor de petróleo en África, después de Nigeria y Angola y, desde esa perspectiva, es un país clave dentro del nuevo reparto de las riquezas africanas.

Lo insólito es que su PIB hace un año era de 44 mil dólares, similar al de Inglaterra y Canadá.

Sin embargo, solo el 8% de la población controla las riquezas de la nación y el 92% vive en la pobreza.

Lo censurable del Gobierno de Rodríguez Zapatero es que, por un lado, condena el “golpe” de Estado en Honduras y, por el otro, apoya y negocia con la dictadura de Obiang, un tirano que llegó al poder hace 29 años tras un golpe militar contra su tío Francisco Macías Nguema, otro autócrata que se autoproclamó presidente vitalicio pero finalmente fue derrocado y fusilado por su sobrino el 3 de agosto de 1979.

Obama, desde el Parlamento ghanés, condenó la falta de transparencia de los gobiernos, las dictaduras, los genocidios, la piratería y las violaciones de los derechos humanos en África.

Además, en su mensaje fue claro cuando dijo que “Estados Unidos tiene interés en impulsar el desarrollo del continente africano pero solo incrementará ayuda para las instituciones y los individuos que sean responsables y transparentes”.

Lo que indica que las relaciones de la Casa Blanca con África tendrán un giro y, en consecuencia, a sus líderes les exigirá más gobiernos democráticos, responsables y eficientes, sobre todo a países con regímenes dictatoriales como Guinea Ecuatorial, en donde la política de Bush estuvo dirigida a controlar la explotación del petróleo sin importar su complicidad con la dictadura.