Integración y aislamiento
Escrito por Gustavo Roosen (abogado)   
Jueves, 22 de Octubre de 2009 06:07

altLa aprobación por parte de Irlanda del Tratado de Lisboa, la ratificación de Polonia y las optimistas perspectivas sobre la decisión de la República Checa confirman la voluntad de Europa de perfeccionar su proceso de integración. Si la Carta de Derechos Fundamentales afirma los principios, la decisión de contar con un presidente de la Comunidad Europea y un ministro de Relaciones Exteriores para toda Europa expresa la voluntad de presentarse con una sola y fuerte voz.

Europa es consciente de su momento: sólida en su estado de bienestar, pero enfrentada a la amenaza de estancamiento de su economía y a situaciones complejas de orden social y cultural, derivadas entre otras causas de su cuadro demográfico. Frente a nuevos centros de poder como China, India y Brasil, Europa percibe la necesidad de una fortalecida capacidad de acción y negociación, y trabaja para lograrla.

Con unidad de voz y de visión, la Europa integrada tiene la oportunidad de afirmar como nunca antes su presencia en los foros mundiales y su vigor en la economía global.

El tema de la integración no nos es ajeno en América Latina. Venezuela, sin embargo, pese a un reiterado discurso integracionista, comienza a percibir síntomas de aislamiento. El ingreso a Mercosur se demora, la Comunidad Andina de Naciones se debilita, la presencia en el Caribe y Centroamérica causa recelos, la bandera de la Alianza Bolivariana para las Américas encuentra resistencias. ¿De dónde estas reservas? ¿Qué están descubriendo los posibles socios más allá de un discurso pretendidamente integracionista? ¿Se confunde afán integracionista con aspiraciones de dominio, control, imposición ideológica? ¿Es posible una verdadera integración sobre la base de un modelo probadamente ineficaz? El hecho es que cada día son más los rechazos que las adhesiones. Con sus medidas económicas y sus posturas políticas, Venezuela parece encaminarse al aislamiento, con las naturales consecuencias en lo político y en lo económico.

Pese al esfuerzo oficial de explicaciones forzosas, los datos de la economía venezolana no son esperanzadores; reducción en las reservas, costosa ilusión de estabilidad monetaria, inflación, reducción del crecimiento y de las exportaciones no petroleras, deteriorado clima de negocios. Según Ricardo Hausmann, "Venezuela está maximizando la destrucción de su capacidad productiva y creativa, entrabando la producción y desestimulando las posibilidades de generación de valor".

Las medidas económicas anunciadas no terminan de animar un cambio en positivo.

No pueden hacerlo porque el modelo sobre el que son aplicadas no funciona. Tendrían algún sentido y efectividad en un clima basado en la propiedad privada y el respeto a las libertades económicas, el aliento a la economía productiva, la confianza, no en un clima como el que describe Hausmann de "una sociedad que no sabe dónde está parada, porque desconoce cuáles son los próximos derechos que le serán eliminados".

¿Integración? Sí, pero sobre la base de un modelo posible, realista, retador, desarrollado en libertad, no de ensayos fracasados, no de absolutismo estatal ni de imposiciones, no de lo que Fernando Cardoso llama una "utopía retrógrada" para referirse a la pretensión de presentar todavía como aspiración un modelo que ha probado su fracaso, como sueño lo que se ha vivido ya como pesadilla.

Para animar la integración se requiere ciertamente de un pacto social con visión de futuro. La sola vocación integradora, sin embargo, no es suficiente ni tiene sentido si se escoge la dirección equivocada. El resultado no sería otro que una integración de perdedores.

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