La moral descansa, básicamente, en el sentimiento. Pero tiene un ingrediente que sólo puede apreciarse desde la política. Más, si su praxis se entiende basada en la honradez, pues entre la política y la moral no existen fronteras que dividan sus cursos. Rousseau, había expresado "lo que es malo en moral, es malo en política". Dejaba ver que la política está por encima de la conciencia y la moral es la conciencia desde la cual puede discernirse en aras de exaltar valores de vida. Pero tan elevada postura tiende a constreñirse por las mezquindades que, desde la conciencia, corroen la espiritualidad.

Asentía Bertrand Russell que "la humanidad tiene una moral doble: una que predica y no practica; y otra, que practica pero no predica". Precisamente el problema que asedia al país cuando, quienes gobiernan, deciden en función de contracciones que en nada se corresponden con el respeto, la dignidad y la honestidad que exhorta el discurso que, por populista, luce demagógico y vulgar.

En consecuencia, se toman medidas absolutamente contradictorias. La confusión que exhibe el Gobierno cuando cree dirigir una tropa acuartelada, antes que una sociedad crítica y democrática, lleva a ejercer una política deplorable que evidencia una abismal carencia de sentido. Una cosa dice el comandante-dictador, y otra hace. Mientras exalta la libertad de expresión, cierra estaciones de radio y televisión obviando el Estado de Derecho. Expropia al margen de la Constitución que estimula derechos económicos en el plano de la creación y distribución de la riqueza. Ordena penalizaciones sin más razones legales que las que se arroga mediante la coerción y el terrorismo que solapadamente permite. Mantiene los poderes públicos intervenidos. ¿Conclusión? No hay otra. Este es un Gobierno sin moral.

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