Después de analizar prolijamente las palabras que como redes traicioneras salían de los dos magistrados de alta investidura “justiciera”, entendí a la perfección que estos “nobles” personajes andan como sonámbulos amancebados en los que se concentran todas las fealdades de una madrugada mortecina que los aproxima al catatónico abismo de los bajos fondos morales, donde regodean sus insensibles y bestiales maquinaciones, cuyo único propósito es la de sobrevivir mutuamente dentro de sus hábitos rojitos.

Al escudriñar meticulosamente esas declaraciones que traicionan los principios fundamentales de nuestra majestuosa Carta Magna, intuí profundamente consternado que le han diagnosticado una enfermedad terminal a la vapuleada Constitución, ante la cual contemplan cómo pierde su dignidad, cual deliquio forzoso de un “último enemigo”.

El silencio del resto de los magistrados es para esconder la verdad, ya que temen perder el control de sus funciones y eso maximiza sus temores, minimizando sus justas decisiones, quedando desmantelada su dignidad e intelectualidad, que ahora se muestran estrechamente vinculadas con la hastiada codicia, lo que provoca desatinos en la justicia. No olviden que todos los apetitos caprichosos terminan en una miserable agonía y entregarse a ella significa vivir con la sombra del águila a sus espaldas.

La trepanada enfermedad ideológica que envuelve a estos “célebres” personajes no los deja comprender lo que significa la independencia moral; simplemente no tienen fortaleza para recibir inoportunos regaños sin proponerse escapatorias o compensaciones fútiles. Y claro está, desfallecen sin hacer alarde de coraje y jamás desentrañan sus inocuos complejos egoístas, donde la justicia es sucia, fría e indiferente con una perturbada comprensión socialista.

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