Una bala en la espalda
Escrito por Óscar Lucien   
Lunes, 24 de Agosto de 2009 07:49

altCuando en la madrugada del día domingo, faltando pocos minutos para las seis de la mañana, en los segundos previos que transcurren mientras levantas el auricular y oyes la mala noticia que con seguridad te espera del otro lado de la línea

1. En repetidas oportunidades hemos manifestado nuestra preocupación porque Venezuela sea uno de los países más violentos de América Latina y Caracas encabece la lista de las cinco ciudades con los índices más altos de "violencia brutal y homicida".

Con 3,2 millones de habitantes, registramos una tasa de 130 homicidios por cada 100.000 residentes. Le sigue Ciudad del Cabo en Sudáfrica, con una tasa de homicidios de 62 por cada 100.000 habitantes. Estas tasas no toman en cuenta otras muertes violentas como aquellas por armas de fuego en averiguación, ni las muertes por resistencia a la autoridad ni los crímenes al interior de las cárceles. Un 86 % de las agresiones en Caracas son con armas de fuego y las víctimas son, esencialmente, jóvenes. Para mayor desgracia se estima que el parque de armas cortas existentes en Venezuela está cerca de 6 millones, de las cuales 4.5 millones se hallan en situación irregular o ilegal. En los 10 años del actual gobierno se tienen más de 120 mil muertes violentas, lo que supera a muchos países en guerra. Sin embargo, el dramatismo de esta cifra se desvanece cuando esa violencia se singulariza y te toca vivirla en carne propia cuando alcanza a un amigo cercano, o a un familiar, como desgraciadamente me ocurre en esta oportunidad.


2.- Cuando en la madrugada del día domingo, faltando pocos minutos para las seis de la mañana, en los segundos previos que transcurren mientras levantas el auricular y oyes la mala noticia que con seguridad te espera del otro lado de la línea, en esos vertiginosos segundos, es impresionante la cantidad de imágenes que pasan por la cabeza. Inconscientemente nos aferramos a la vigencia de una dimensión natural que nos trae en tan breve instante las imágenes de nuestros familiares más ancianos, de quienes padecen alguna enfermedad crónica, en los enfermos convalecientes. Lo que nunca puede pasar por tu mente es que te informen que un joven de apenas 20 años que regresa a su casa luego de una habitual jornada de diversión entre amigos ha sido víctima de un acto de violencia y yace gravemente herido en un centro hospitalario.


“Me acaban de avisar –me dice mi hermano- que Ricardo, su hijo, recibió un disparo en la espalda cuando regresaba a casa y lo tienen hospitalizado”. A los pocos minutos, que se convierten en un tiempo eterno, en la clínica, nos enteramos por uno de sus acompañantes, milagrosamente ileso, de lo ocurrido. Tres jóvenes amigos salen de una discoteca, se detienen en una arepera para comer algo y siguen la ruta pasa sus casas. En la autopista del Este, a la altura de Los Campitos, un vehículo a alta velocidad que salió de la nada se coloca al lado del que conduce mi sobrino, acompañado de dos amigos, uno de ellos durmiendo en el asiento posterior. Mi sobrino, baja el vidrio y apenas pregunta qué pasa. Sin mediar palabra alguna el conductor del auto rojo saca un arma de fuego, dispara y huye del lugar. El vehículo recibe ocho impactos de bala, una de ellas perfora los pulmones del muchacho y le afecta una vértebra.

¿Quiénes eran esos individuos, delincuentes, asesinos en potencia? No lo sabemos. ¿Hubo un encuentro previo con estos agresores? No. ¿Hubo alguna discusión? No. ¿Existe un móvil aparente? No. El balance de este brutal atentado son dos jóvenes heridos, uno en estado delicado, otro ya fuera de peligro. Ambos sobreviven gracias al coraje y temple del amigo que tomó la decisión oportuna y a pesar de tener dos neumáticos desinflados por las balas los condujo a la clínica más cercana. Ricardo, un atlético muchacho de veinte años, entrenador de tenis, estudiante de ingeniería, de una bella sonrisa y sereno temperamento, convaleciente, inicia sus primeras horas de la nueva vida que la oportuna atención médica y los rezos de sus familiares y de su muchos amigos le han prodigado. Estamos seguros que con la terapia adecuada pronto lo veremos con su raqueta de tenis. Tiene la voluntad, la juventud y el respaldo de su familia y de sus amigos para lograrlo.


3.- ¿No resulta estúpido, cínico, incluso perverso que las indolentes señoras Defensora del pueblo (sic) y la Fiscal General del Ministerio Público, nos insulten afirmando que lo que vivimos en Venezuela es una sensación de inseguridad? ¿No existe acaso la convicción de que los altos índices de violencia que padecemos tienen una correlación con el discurso agresivo, insultante y belicista del jefe del Estado, y que incluso, la impunidad forme parte de una política de Estado? ¿Cómo entender que ante esta dura realidad que nos agobia a todos por igual, exista todavía una proporción tan alta de venezolanos “ni ni” o no alineados, cuando de ellos depende que el país retome el camino de la democracia, única garantía para vivir en paz? Bajo el “socialismo o muerte” no hay cabida para la paz.


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