La gran pregunta que Ricardo Lagos se planteó al inaugurar las sesiones del X Foro Iberoamérica, que terminó hace poco en Buenos Aires, fue si ahora que Iberoamérica cuenta con cuatro representantes en el grupo de las veinte naciones más poderosas del mundo, la región geográfico-cultural mostraría su capacidad para hablar con una sola voz para relacionarse con el resto del mundo.

Mi pregunta al ex presidente chileno fue si él pensaba que hablar en bloque sería la mejor manera de relacionarse con Estados Unidos. "Sí -fue su respuesta a las dos preguntas-, pero habría que empezar promoviendo la creación de espacios de diálogo multilateral. Entendiendo y arropando las soberanías, habría que conversar sobre los principales problemas que afectan a Iberoamérica y a Estados Unidos. Habría que reunirse para exponer nuestras visiones sobre la crisis financiera; sobre el cambio climático; sobre seguridad y combate del narcotráfico, sobre migraciones".

Lagos es un hombre optimista y su visión de la región como un vaso medio lleno refleja su ánimo positivo. Pero su lucidez, su experiencia y su instinto político le hacen matizar su optimismo señalando las carencias en los 4 grandes temas en los que sintetiza su visión de la realidad en América Latina: el sistema democrático; el crecimiento económico; las políticas sociales para mitigar la pobreza y reducir la desigualdad, y la aceleración de los procesos de integración en la época de la globalización.

Lagos está en lo cierto cuando señala que el sistema democrático es ahora la norma en la región. "Está ahí -dijo textualmente-, pero los partidos políticos son muy débiles; las leyes electorales obstaculizan el acceso al poder de quienes están fuera del sistema; falta equilibrio entre los poderes". Hasta ahora, es insuficiente lo que se ha hecho para incorporar las demandas legítimas de la sociedad civil a las agendas de los partidos y a las políticas de gobierno.

En lo referente al desarrollo económico, Lagos reconoció que la crisis actual ha interrumpido el ritmo de crecimiento de la región, que en los últimos cinco años había sido constante y ascendente. Pero su impacto no ha sido catastrófico, salvo en algunos países. Lo indispensable, dijo, es establecer nuevos pactos fiscales y desarrollar un nuevo paradigma verde; aprender a crecer con estabilidad con blindajes anticíclicos y hacer más fluida la relación entre el sector público y el privado, y replantear el papel estratégico del Estado. No solo como regulador en materia de economía, sino como promotor de políticas públicas en el ámbito social, que registren la ampliación de la identidad cultural, rescaten la riqueza de la diversidad, reconozcan con mayor amplitud el concepto de la familia.

Pero la gran ilusión de Lagos es fortalecer los procesos de integración regional. Las ventajas de la deseada integración son más que evidentes. En la globalización, ningún país puede figurar si actúa solo. Los problemas de seguridad, defensa, comercio o cultura que afectan al mundo entero demandan respuestas conjuntas.

En este sentido, la Unión Europea ha logrado avances importantes, pero en el continente americano ninguna de las fórmulas utilizadas parece tener futuro. Los acuerdos de libre comercio con Estados Unidos han llegado a su límite y, si acaso, solo habría que apurar a Obama a cerrar el trato con Colombia y con Panamá. En América del Sur, los bloques se desintegran, como en el caso de la comunidad andina, o son un chiste, como el Alba, o son muy limitados, como el Mercosur, o inexistentes, como Unasur. Y los conflictos entre Estados están a la orden del día.

La idea de la conversación hemisférica me parece más viable. Ya empezó en Puerto España este año. Ahí se habló, se escuchó y se propuso un nuevo tono para relacionarse. Ahora hay que continuar la conversación en otros ámbito; en la OEA, como propone Lagos. Qué mejor oportunidad para la Organización que reinventarse como el facilitador de una nueva era en las relaciones panamericanas.