| Impresiones de un marciano por naturalización |
| Escrito por Labajim |
| Viernes, 04 de Marzo de 2016 02:07 |
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Impresiones de un marciano por naturalización
Labajim
“The Martian” de Ridley Scott (2015): con las nominaciones a los premios Oscar, entre nosotros hubo un cierto alboroto sobre ésta y las otras películas. Consabido, tarda o no llega nunca la oferta fílmica foránea a las salas sobrevivientes de cine y, además, no existe una crítica frecuente y respetable en los medios convencionales, por lo que – inevitable – la red de redes no sólo la ventila para el interesado, sino que la provee aún a los fines de la venta ilegal de copias.
“Marte”, es una aguda película de humor diluido trastocando el drama en una anécdota potable, de cierto nivel de corrosión – acentuemos – refrescante. El guión convierte al protagonista en un comentarista permanente de sus circunstancias, más allá de lo que debe consignar en el cuaderno audiovisual de bitácora. Incluso, reivindica el desprecio hacia la música-disco que debe soportar el marciano por naturalización (convertido en tal, luego del mucho tiempo que habitó el planeta), con resignación. Celebramos el sentido de humor, aunque más que compensar la tragedia (no otra que la segura muerte que le esperaba en Marte), la desborda.
Si fue el propósito, el guión logra banalizar la tragedia y también colar nociones que pudieran resultar pesadas e inoportunas, entre escena y escena. Por ejemplo, el tratamiento jurídico equiparable a las terrícolas aguas internacionales, concedido a los restantes espacios planetarios de esta galaxia. Parece mentira, por cierto, que a finales de 2015 fue que a Asamblea Nacional aprobó el tratado de regulación sobre la disposición del suelo lunar, después de más de treinta años de acordado internacionalmente. Claro está, un detalle irrelevante en medio de la crisis que soportamos en Venezuela y, en definitiva, ineficaz porque únicamente deben y pueden apelar a él aquellos países que, simplemente, lleguen a la Luna.
La fotografía es muy buena y tanto que casi obliga a consultar aquellos documentales sobre las imágenes oficialmente divulgadas del planeta rojo, como – debe existir – alguno que diga cómo se hizo la película de Scott, barajando sus trucos. Una mirada que se dirá precursora al pasar las décadas, goza del exacto imaginario que dejó la década de los sesenta del XX sobre las hazañas espaciales y, más que ellas, sobre la estética en cuanto al diseño de la vestimenta, vehículos, etc., algo inevitable (pues, de lo contrario, estaríamos en presencia de toda una revolución de las artes). Valga acotar, por ello la ilustración tomada de una revista de 1966, década que queda en la profundidad de una década de nostalgia para quienes fuimos niños por entonces, respecto a los vuelos hacia la Luna, como – los de más edad – recordarán mejor las revueltas estudiantiles.
El filme en cuestión llama la atención en torno a lo que puede bien diseccionar un estudiante de pregrado: la toma de decisiones, incluyendo el fortuito acceso de un empleado extravagante que propuso la alternativa para el rescate del solitario marciano, incluyendo sus elevados cálculos matemáticos, a la oficina del director de la NASA, quien – por cierto – demostró muy bien cuál es el rol político que le competía a objeto de mantener en pie a la corporación. Excepto el malestar moral de los que supuestamente abandonaron al marciano, innecesariamente compensado con un rescate inverosímil o muy, pero muy poco probable, no hay trauma en ninguno de los protagonistas excepto el recuerdo secundario del clan familiar. Vale decir, el programa de entrenamiento permite deshumanizarlos a tal punto que no existen repentinas e imprevistas crisis en medio del monstruoso vacío sideral.
Ilustración: Revista Momento (Caracas, 1966).
Consabido, tarda o no llega nunca la oferta fílmica foránea a las salas sobrevivientes de cine y, además, no existe una crítica frecuente y respetable en los medios convencionales, por lo que – inevitable – la red de redes no sólo la ventila para el interesado, sino que la provee aún a los fines de la venta ilegal de copias. “Marte”, es una aguda película de humor diluido trastocando el drama en una anécdota potable, de cierto nivel de corrosión – acentuemos – refrescante. El guión convierte al protagonista en un comentarista permanente de sus circunstancias, más allá de lo que debe consignar en el cuaderno audiovisual de bitácora. Incluso, reivindica el desprecio hacia la música-disco que debe soportar el marciano por naturalización (convertido en tal, luego del mucho tiempo que habitó el planeta), con resignación. Celebramos el sentido de humor, aunque más que compensar la tragedia (no otra que la segura muerte que le esperaba en Marte), la desborda. Si fue el propósito, el guión logra banalizar la tragedia y también colar nociones que pudieran resultar pesadas e inoportunas, entre escena y escena. Por ejemplo, el tratamiento jurídico equiparable a las terrícolas aguas internacionales, concedido a los restantes espacios planetarios de esta galaxia. Parece mentira, por cierto, que a finales de 2015 fue que a Asamblea Nacional aprobó el tratado de regulación sobre la disposición del suelo lunar, después de más de treinta años de acordado internacionalmente. Claro está, un detalle irrelevante en medio de la crisis que soportamos en Venezuela y, en definitiva, ineficaz porque únicamente deben y pueden apelar a él aquellos países que, simplemente, lleguen a la Luna. La fotografía es muy buena y tanto que casi obliga a consultar aquellos documentales sobre las imágenes oficialmente divulgadas del planeta rojo, como – debe existir – alguno que diga cómo se hizo la película de Scott, barajando sus trucos. Una mirada que se dirá precursora al pasar las décadas, goza del exacto imaginario que dejó la década de los sesenta del XX sobre las hazañas espaciales y, más que ellas, sobre la estética en cuanto al diseño de la vestimenta, vehículos, etc., algo inevitable (pues, de lo contrario, estaríamos en presencia de toda una revolución de las artes). Valga acotar, por ello la ilustración tomada de una revista de 1966, década que queda en la profundidad de una década de nostalgia para quienes fuimos niños por entonces, respecto a los vuelos hacia la Luna, como – los de más edad – recordarán mejor las revueltas estudiantiles.
El filme en cuestión llama la atención en torno a lo que puede bien diseccionar un estudiante de pregrado: la toma de decisiones, incluyendo el fortuito acceso de un empleado extravagante que propuso la alternativa para el rescate del solitario marciano, incluyendo sus elevados cálculos matemáticos, a la oficina del director de la NASA, quien – por cierto – demostró muy bien cuál es el rol político que le competía a objeto de mantener en pie a la corporación. Excepto el malestar moral de los que supuestamente abandonaron al marciano, innecesariamente compensado con un rescate inverosímil o muy, pero muy poco probable, no hay trauma en ninguno de los protagonistas excepto el recuerdo secundario del clan familiar. Vale decir, el programa de entrenamiento permite deshumanizarlos a tal punto que no existen repentinas e imprevistas crisis en medio del monstruoso vacío sideral. Ilustración: Revista Momento (Caracas, 1966). |
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