De un avión (y el Síndrome de Tlatelolco)
Escrito por Luis Barragán | X: @luisbarraganj   
Miércoles, 28 de Mayo de 2014 08:31

altQuedando como una humorada para la historia, todos recordamos que el fenecido presidente se rasgó las vestiduras por el llamado camastrón, en nombre de los niños de la calle. A la vuelta de la esquina, convertido en una formidable y vanidosa insignia del país petrolero en todos los itinerarios del mundo, adquirió el costosísimo Airbus, sin remediar el drama infantil.

Recientemente, el ministro de Transporte Acuático y Aéreo, Hebert García Plaza, ha tenido a bien informar de la cercana venta del vehículo presidencial a objeto de adquirir  - por lo menos - otros dos destinados a Conviasa.  Le ha tocado al declarante, acatando la línea, convertirse en el portavoz de una donación trastocada en una pésima y paradójica moraleja de la gestión de década y media.

Desde enero del presente año, inconsultamente pasamos de integrar la Comisión Permanente de Cultura de la Asamblea Nacional a la de Política Exterior, hallándonos ahora en la de Administración y Servicios de cuyas actividades intentamos imponernos aceleradamente.

En su sesión de la semana pasada, el oficialismo versó sobre los planes de adquisición de nuevas aeronaves por la empresa ya citada, además de las condiciones en las que se encuentra el aeropuerto internacional de Maiquetía, aunque el solo abandono de las líneas extranjeras sugiere una dramática situación que a la bancada opositora le angustia.

EL SÍNDROME DE TLATELOLCO
En las vecindades del Campeonato Mundial de Fútbol,  las agencias internacionales de noticias dan cuenta de las más urgidas medidas adoptadas por el gobierno brasileño para atajar cualquier conmoción, estallido, escaramuza o escarceo social que dé al traste con el espectáculo. La cara feliz que lo empina sobre las más variadas contradicciones, añadida la necesidad de una inmediata y selectiva represión de cualesquiera inconformidades que surjan, nos permiten recordar la película “Tlatelolco” de Carlos Bolado (2012), una aparente historia de amor en medio de la más brutal represión que antecedió a la inauguración de los Juegos Olímpicos de México, en 1968.

Nos preguntamos hasta dónde puede llegar la razón de Estado y sus miserables oficiantes, que acabó con la protesta a tiro limpio, inescrupulosamente planificada  la matanza, en la inmensidad de la Plaza de Tlatelolco que no pudo ocultarla.  Aplaudimos la celebración y la pedagogía de los eventos deportivos más complejos del mundo, pero el síndrome está ahí,  también en Brasil, como estuvo en la China de las Olimpiadas de China en 2008, fuertemente reprimido.


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