De un conspirador |
Escrito por Luis Barragán | X: @luisbarraganj |
Lunes, 21 de Abril de 2014 01:52 |
![]() La transición y, específicamente, la reaparición de los partidos, suscitó distintas y encontradas posturas. Resultaba impostergable un conjunto de acuerdos básicos para viabilizar la democracia representativa, como en efecto se logró, generando una resistencia en los grupos que pugnaban por el poder inmediato, incluso, dándole soporte a las aspiraciones de ciertos sectores civiles. Manuel Bravo habla del “problema político [que] radicaba, en esta nueva etapa, en la naturaleza de las tendencias particulares que actuaban en su interior [FF. AA.]”: los decididamente militaristas, al lado de los “marginados” durante la dictadura y los institucionalistas que apoyarán al nuevo régimen. Éstos hallarán en Rómulo Betancourt, un garante de la seguridad social e, inferimos, un administrador de la injerencia partidista en la entidad armada (en: Tierra Firme, Caracas, nr. 43 de 1993). Empero, la consabida insurrección armada le impondrá un distinto desafío, reconvirtiendo las tendencias. Puede decirse que, saldo del derrocamiento, persistieron y se prolongaron tales liderazgos al interior de la corporación, procurando interpretarla. Hubo individualidades que exhibieron el gesto y el esfuerzo de rebelión, acaso, como una superior credencial frente a los líderes políticos, fundamentalmente los que regresaron del exilio. Quizá por la superación de las circunstancias más difíciles de la insubordinación, un caso parecido a los civiles que soportaron airosamente la clandestinidad, tentaban la suerte en la nueva etapa que se abría. Por ello, puede decirse de un oficio que se creyó olvidado, el de conspirador, conceptualmente distinto al del subversivo, aunque no tardará también el uno en encontrar una solución de continuidad en el otro, en el marco del inadvertido proceso de reestructuración castrense que comenzó en 1845, a juzgar por Ingrid Micett y Domingo Irwin (en: “El incesto republicano”, Nuevos Aires, Caracas, 2013). La prensa de entonces, luce como una extraordinaria vitrina de las denuncias sobre múltiples conspiraciones y conspiradores. Un clima de desconfianza perfila la figura del militar agazapado, insatisfecho y resentido que reclama no sólo el crédito, sino el cupo correspondiente en el inmediato post-perejimenato. El levantamiento de Ramo Verde y las dos incursiones del general J. M. Castro León, por no mencionar otros casos, ejemplifican los riesgos inherentes al reacomodo global de todos los actores públicos. Surgen nombres emblemáticos que alertan y suscitan las movilizaciones de masas, siendo uno de ellos el de Martín Parada, el mayor que ametralló el Palacio de Miraflores el primero de enero de 1958. El ahora teniente coronel Parada está involucrado en las acciones o pretensiones golpistas de la nueva hora, por lo que se decide remitirlo a la representación venezolana en la Junta Interamericana de Defensa, en Washington. Realizando estudios de Estado Mayor, es retirado de la corporación quedando varado en Madrid. Regresa al país en 1962, siendo detenido, procesado y enviado al Cuartel San Carlos de Caracas, donde compartirá espacios con colegas como Moncada Vidal o Ponte Rodríguez. Y antes de entregar el poder en marzo de 1964, Betancourt sobresee su causa. Parada, quien ya cuenta con 42 años de edad, declara a Víctor Manuel Reinoso que no demandará por la baja repentina de las Fuerzas Armadas. Manifiesta: “… Debemos desterrar los odios. Es la única manera que terminemos con los odios y los exilios (…) Yo no considero a nadie mi enemigo personal” (Élite, Caracas, nr. 2010 del 04/04/1964). A medio siglo de la libertad del aviador militar, además de reseñar brevemente algunas de las vicisitudes experimentadas por las Fuerzas Armadas, intentamos tres rápidas observaciones. Por una parte, en medio de un clima de violencia, con la política de sobreseimientos e indultos que finalmente condujeron a la Política de Pacificación, no hubo el ensañamiento pertinaz contra la disidencia, como ahora ocurre; por otra, los prisioneros políticos no eran normalmente confinados y confundidos con la delincuencia común, abultando el contraste de las condiciones que hoy padecen; y, por último, necesitamos reivindicar la verdad histórica que, harto manipulada, convierte a Torquemada en un dato anecdótico respecto a un pasado que se hace cada vez más remoto. @Luisbarraganj Fotografía de Luigi Scotto: Liberado el teniente coronel (r) Martín Parada, comparte con su esposa Graciela Barbella y sus hijas Rosa Regina y María Isabel.Élite, Caracas, nr. 2010 del 04/04/1964. |
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