| De una viga como natural domicilio |
| Escrito por Luis Barragán | X: @luisbarraganj |
| Lunes, 23 de Septiembre de 2013 05:31 |
Décadas atrás, los estudios de opinión consagraban la corrupción administrativa como una de los problemas fundamentales del país. Hábilmente orquestada, produjo una prolongada, múltiple,
poderosa y encarnizada campaña de opinión que, asociada a la llamada antipolítica, se convirtió en una inédita y descomunal apuesta en la que no todos sus promotores – voluntariamente o no – ganaron.El elector de 1998 creyó ciegamente que el sólo cambio de gobierno, emergiendo un relevo francamente desconocido, bastaría para la automática liquidación del flagelo. Y, obrando el milagro, los anuncios de un rápido, decidido y no menos arrogante saneamiento de la justicia, nos llevaría al reino de la prosperidad económica y de la equidad social, pues, simplemente, ya no habría los ladrones capaces de quitarnos la porción de la renta petrolera que nos correspondía legítimamente. Sumemos otra paradoja política, como la actual pretensión de los reducidos y reales grupos de poder que se miran consagrados en los altares de una radical honestidad, mientras sospechan y persiguen a otros que ni siquiera administran los fondos públicos. Nunca antes, en nuestro historial republicano, hubo un intento de abstraer de tal manera la propia definición del problema para inculpar a los demás de una corrupción generalizada, alcanzando a la propia oposición que – por definición – no goza del poder, distrayéndonos con los muy específicos casos que excepcionalmente se ventilan para zanjar las diferencias entre las camarillas que pugnan por las llaves de Miraflores. El más modesto gesto arqueológico, nos lleva a verificar en la ya vieja prensa, la que podría perderse con los años para fragilizar y quebrar definitivamente nuestra memoria colectiva, la apresurada reforma que hizo el novísimo gobierno de la Ley de Licitaciones que, se suponía, frenaba las apetencias del propio …gobierno. O el retroceso que implicó la reforma y definitivo reemplazo de la meritoria Ley Orgánica de Salvaguarda del Patrimonio Público, fruto de un largo proceso histórico y doctrinario, lentamente reivindicada – incluso – por los que ahora descubren el agua tibia al lanzar ideas como las de una mejor tipificación o creación de una jurisdicción especial.
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